Mieres del Camino,

J. VIVAS

La investigadora Daniela Canestrari, de la Unidad Mixta de Investigación en Biodiversidad (UMIB), con sede en Mieres, lleva más de diez años en un proyecto sobre la corneja negra. Esta ave común es una gran incomprendida, ya que es considerada por muchos como una alimaña, aunque no sea del todo cierto. Asimismo, vive en la península de forma muy diferente a como lo hace en el resto de Europa. De ahí el interés por la investigación, relacionada con el comportamiento social de los animales.

Las crías de la corneja se dispersan del nido al mes de haber nacido. Sin embargo, en España se quedan con sus progenitores entre cuatro y cinco años, formando una familia. «Es algo relativamente raro, ya que eso sólo ocurre en el ocho por ciento de las especies», explica Canestrari. Esta curiosidad hizo que profundizaran la investigación en estas aves, descubriendo otras características. La investigadora no está sola en estas labores, cuenta con otro colega de la Universidad de Valladolid, Vittorio Baglione, con el que ha estudiado la población de cornejas en La Sobarriba (León). Junto a ellos, el grupo de trabajo está formado por dos doctorandos y una investigadora.

«Nos dimos cuenta de que esta especie sabe reconocer a sus parientes, aunque no sabemos hasta qué punto es un sentimiento de cariño», resalta la investigadora. Con esta investigación descubrieron la figura del «ayudante en el banquillo». Canestrari explica que «monitorizábamos nidos de cornejas y nos dimos cuenta de que no todos los miembros de la familia cooperaban de la misma manera a la hora de alimentar a las crías. Esto nos hizo preguntarnos por qué no se expulsaba del grupo a aquellos que trabajaban menos».

Los investigadores encontraron la solución capturando primero a los que más trabajaban, y cortándoles después una pluma de cada ala para que redujesen su actividad en el nido. «A pesar de lo que pueda parecer, no es nada invasivo para estos animales, que pierden plumas de forma natural», defiende Canestri. La actuación dio sus frutos, ya que las aves que trabajaban menos «empezaron a cooperar, lo que nos hizo entender que estos animales sólo actúan cuando es necesaria su intervención, por eso no los echan del nido», resalta. Junto a esta investigación, Canestrari y Baglione también se centraron en la relación con los parásitos de cría. Hay una ave, el críalo europeo, que parásita los nidos de la corneja. Sin embargo, a diferencia de otros aves, la corneja admite al parásito junto a sus crías. Éste, a su vez, tampoco da un maltrato a los pollos de corneja, sino que convive con ellos.

Si bien, los investigadores se dieron cuenta de que la incidencia de estos críalos en los nidos de corneja se estaba reduciendo con el paso de los años. La razón, tal y como resaltó Daniela Canestrari, «es por un efecto indirecto, los parásitos de cría se ponen en los nidos cuando los progenitores se marchan a por la comida. En el caso de las cornejas y su evolución, cada vez abandonan menos el nido, con lo que los críalos no pueden hacer acto de presencia y depositar sus huevos en el nido ajeno».