En la primera semana de este mayo celebramos en Mieres unas jornadas de homenaje a Manuel Grossi Mier «Manolé». Su memoria quedó dignificada con la colocación de un pequeño monolito en el barrio de La Villa y muchos vecinos supieron por vez primera de un personaje que fue clave en el movimiento obrero de los años 30 y que había permanecido en un olvido intencionado; pero «Manolé» sigue dando sorpresas.

Cuando el joven minero pudo salir de la cárcel aprovechando la amnistía que benefició a los presos del Octubre asturiano, entre los que se encontraba, se trasladó a Barcelona y allí le tocó vivir el inicio de la Guerra Civil, que para él y sus compañeros de ideología fue también la hora de la Revolución. Luego, desde octubre del 36 hasta el final de la contienda y el inicio de su exilio en Francia, tomó Sitges como pueblo de adopción; allí conoció a la mujer con la que iba a compartir el resto de su vida y participó activamente en la vida política y militar del POUM, sufriendo como testigo directo la persecución a la que fueron sometidos sus militantes por parte del estalinismo.

Después del homenaje, Jordi Milá, un historiador de Sitges, me ha escrito con la grata noticia de que está trabajando en un proyecto sobre la guerra civil en esta localidad catalana y en su investigación se va encontrando una abundante y prometedora información sobre Manuel Grossi y los hombres que lucharon bajo su mando en la Sierra de Alcubierre. Gracias a él he conocido los interesantes artículos que «Manolé» fue publicando regularmente en el semanario «FRONT» y en los que abordó asuntos internos de su organización, recuerdos de la revolución de Asturias, comentarios políticos y, sobre todo, crónicas de los combates que el estaba dirigiendo en primera línea.

Con el título de «Apuntes del movimiento», entre el 21 de febrero y el 28 de marzo de 1937, el mierense publicó en sus páginas el relato de la reacción que se produjo en Barcelona ante las primeras noticias que iban llegando sobre el alzamiento militar. Fueron seis entregas que quedaron interrumpidas porque el 4 de abril consideró que era más urgente informar a sus lectores de lo que estaba ocurriendo en el frente y cortó su narración para seguir con otra cabecera que lo dice todo: «El eco de las trincheras».

Este testimonio de «Manolé», como todo lo suyo, ha sido silenciado. Supongo que quienes siguen estas «Historias heterodoxas» ya tendrán claro por qué. Ahora, a la espera de la prometedora investigación de Jordi Milá, les resumo el texto de estos «apuntes» para seguir poniendo las cosas en su sitio.

La narración de Grossi comienza a las doce de la noche del día 18 de julio, con el ambiente de corrillos y comentarios que se repetían en Las Ramblas ante las noticias que transmitía la radio. En aquellos momentos, frente a la sede del POUM, en la Plaza del Teatro, ya se habían concentrado unos 200 militantes, que desconfiando de la llamada a la calma, esperaban acontecimientos y al saber que los trabajadores de otras organizaciones comenzaban a pedir armas para responder al golpe de Estado, decidieron pasar la noche en su local.

A las cuatro de la madrugada Andreu Nin, ante la evidencia de lo que estaba sucediendo en otras partes del país, telefoneó en nombre del Comité Ejecutivo del partido al Consejero de Orden Público de Cataluña, obteniendo la respuesta de que su gobierno lo tenía todo bajo control y por lo tanto los obreros podían irse a dormir tranquilamente. Lógicamente, nadie le hizo caso y en vez de obedecer el consejo de desmovilización se inició rápidamente la resistencia.

El POUM de Barcelona contaba en aquellos momentos con pocas armas, entre ellas diez winchesters escondidos desde la intentona de 1934, que se repartieron entre los hombres más significados de la organización, uno de ellos era el secretario general de la Juventud Comunista Ibérica Germinal Vidal, con quien «Manolé Grossi» había mantenido una interesante correspondencia desde las cárceles asturianas antes de conocerlo personalmente. Tras una nueva comunicación telefónica de Nin con los responsables de la Generalitat, su Comité Ejecutivo dio la orden de salir a la calle para dirigirse hacia los lugares donde los militares sublevados ya habían tomado posiciones.

A la hora de organizar los grupos de acción, los integrantes del Comité pretendieron incluirse en ellos, pero fueron convencidos por los militantes de que el riesgo de que alguno de ellos cayese en los primeros tiroteos podía dificultar la organización en aquellos momentos y por ello su lugar estaba en la propia sede desde donde debían dirigir el proceso y dedicarse a la coordinación.

Una vez resuelta esta cuestión, los militantes conocieron que el enemigo ya estaba en la calle y se dirigía hacia la Plaza de Cataluña dispuesto a llegar a La Rambla para emplazar allí dos cañones y controlar esta zona estratégica, impidiendo de paso las comunicaciones por el centro de la ciudad. De manera que junto a Grossi partieron hacia allí en dos filas, una por cada acera hasta llegar al kiosko de Canaletas donde pudieron convencer a un grupo de guardias de asalto para unirse a ellos, mientras ya podían ver caer los proyectiles disparados por el enemigo.

En este punto de su relato, «Manolé» se detiene a criticar la pasividad del resto de los partidos de izquierda, especialmente el PSUC, que aún no se habían movilizado mientras los militantes del POUM, junto a la CNT y a FAI ya iniciaban los combates avanzando hacia la Plaza de la Universidad «donde además de los militares facciosos había gente de los partidos de derechas, unidos a curas y frailes, que también disparaban contra el pueblo trabajador».

Allí, unidos a algunos elementos de la FAI, los militantes de POUM se coordinaron para distribuirse por las diferentes callejuelas que rodean el lugar intentando despistar a sus contrarios con un falso ataque por otra calle más grande, sufriendo entre las primeras bajas la del citado Germinal Vidal, que desde aquel momento pasaría a ser uno de los héroes de la izquierda revolucionaria española y cuya memoria iba a honrar «Manolé» poniéndole su nombre a uno de sus hijos.

Una curiosidad de este episodio, que no deja de sorprender, es que al lado de los militantes obreros estaba en aquel momento un grupo de 13 o 14 guardias civiles que -según la narración- combatieron con toda honradez y valentía e incluso fueron de los primeros en entrar en la Plaza para hacer prisioneros a los fascistas que estaban disparando desde el edificio de la Universidad.

Aquel punto quedó controlado, pero a las nueve de la mañana del día 19 los enfrentamientos ya se multiplicaban por todas partes y el asturiano, que se había encontrado con Francisco Ascaso decidió ir a por nuevas órdenes hasta la sede del POUM mientras el cenetista partía a buscar a sus compañeros Buenaventura Durruti y García Oliver, que combatían unas manzanas más abajo, para poner de acuerdo a los hombres de ambas organizaciones. Así se hizo, y en el local de POUM se decidió la estrategia que tuvo su primer fruto en la captura de 60 soldados y dos ametralladoras en las cercanías de la calle del Teatro.

El siguiente objetivo fue el Hotel Falcón, donde estaban atrincherados otros veinte sublevados, la mayoría italianos, que también fueron detenidos, lo que ocasionó una pequeña discusión que «Manolé» cuenta así: «Yo quería fusilarles en aquel momento, pero el camarada Durruti -quizás con más inteligencia que yo- me decía que no se podían fusilar puesto que por ellos podíamos coger el hilo y sin que pasasen muchas horas hacernos con toda la madeja. Por mi parte rectifiqué la propuesta?».

Otra pequeña discrepancia surgió poco después, esta vez con García Oliver, cuando ambos dirigentes hablaron a los combatientes concentrados en Las Ramblas a la espera de instrucciones, puesto que el comunista defendía la organización en grupos para aumentar la eficiencia y el anarquista se negaba a cualquier tipo de estructura formal.

Seguramente ya saben ustedes que aquellos grupos pudieron formarse a duras penas, pero aunque me gustaría seguir con el relato, se me acabó la página. Así es la historia que nunca nos contaron.