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De lo nuestro | Historias heterodoxas

El suplicio de Fernando González, "el Moscón"

El trágico y terrible final de uno de los integrantes del Triángulo Costa, el grupo de masones que trabajó en Turón en los años treinta del pasado siglo, a manos de dos jóvenes por venganza

El suplicio de Fernando González, "el Moscón"

Poco a poco vamos trayendo a esta página nuevos datos sobre los integrantes del Triángulo Costa, el grupo de masones que trabajó en Turón en los años 30 del pasado siglo. Hemos contado ya la persecución que sufrieron algunos de sus miembros, tanto por esta condición como por su filiación política, circunstancias a las que se sumó en su caso la falsa acusación que los vinculaba con los asesinatos de frailes que se registraron en esta villa minera durante la revolución de octubre.

Hoy veremos como fue el dramático final de otro de aquellos hombres a quien conocían como "el Moscón" porque provenía de Grado y este es el apelativo que reciben los vecinos de este concejo en el resto de Asturias.

Su nombre de pila era Fernando González Fernández y había nacido en noviembre de 1891. No sabemos donde pasó su juventud, pero según la información recogida por el historiador de la masonería Víctor Guerra -con el que no hace mucho compartí mesa en el Ateneo turonés para dar una charla sobre este tema- se inició en la logia Argüelles de Oviedo sobre 1927-1928 para pasar a formar parte del Triángulo Costa, donde se le exaltó al grado de Compañero el 24 de mayo de 1929, lo que demuestra que en aquel momento ya llevaba tiempo afincado en el valle.

Para su vida masónica adoptó el nombre simbólico de "Cubia", como homenaje a su pequeña patria, ya que así se llama una pequeña aldea de Grado y también un río que pasa por el mismo concejo antes de desembocar en el Nalón.

"El Moscón" se ganaba la vida como chofer transportando pasajeros desde Lago hasta la villa de Mieres y era conocido entre sus vecinos por que mantenía su activa militancia socialista en un ambiente de clara mayoría comunista; por ello en abril de 1931 fue elegido para formar parte del primer consistorio republicano, sentándose en el salón de plenos junto a otros tres hermanos de mandil: Cándido Barbón, Leoncio Villanueva y Joaquín Fernández Riesgo. Un dato que no deja de llamar la atención y que demuestra la actividad de aquel pequeño grupo que logró que cuatro de sus integrantes fuesen concejales en aquel momento crucial de nuestra historia.

Y el hecho es doblemente curioso si tenemos en cuenta que el Triángulo de Turón había crecido desde su apertura el último día del año 1928 con seis fundadores (un mecánico, dos pequeños comerciantes, un transportista, un empleado y un minero, todos republicanos de izquierdas o socialistas) a los diez miembros que tenía en aquel momento, mientras en otras partes de Asturias la actividad masónica pasaba por momentos de crisis.

También hay que contar para la historia que uno de aquellos cuatro concejales, Joaquín Fernández Riesgo, tuvo que dimitir en marzo de 1933, acusado de un "desfalco" en el Ayuntamiento. La cuestión no fue otra que el traslado y sacrificio de una vaca que acabó vendiendo en su comercio sin autorización, lo que le costó no sólo un expediente municipal sino hasta el cambio de residencia a Madrid para evitar los comentarios en la villa e incluso que lo estemos recordando todavía 80 años después.

Pero, ahora, volvamos con "El Moscón" para conocer su triste final tras el fracaso de la Revolución de octubre de 1934, en la que había tenido parte destacada. Su caso formó parte del informe dirigido al Presidente de la República en enero del año siguiente. Lo había elaborado Félix Gordón Ordás, un político moderado, que acababa de ser ministro y aún era diputado a Cortes por León y en él contaba como Fernando González había sido detenido en Mieres tras estar escondido en el monte cerca de un mes y después de una semana lo habían trasladado junto a Antonio Bustos, miembro del Comité revolucionario de Turón, al "Hachu", la siniestra carcel habilitada en el edificio del Colegio de los Hermanos de La Salle.

Allí fue colgado del techo y golpeado en dos sesiones de tres o cuatro horas hasta que le hicieron firmar una declaración, de tal forma que al volver junto a los demás presos y "al replicarle los otros que por qué había firmado en aquella forma, les contestó que para que cesara el tormento a que estaba sometido hubiera firmado cualquier cosa".

Pero lo peor vino a los tres días, cuando lo volvieron a sacar de la celda para repetir la tortura con la colaboración de dos jóvenes, paisanos y sin cargo alguno de autoridad, cuyos padres habían muerto en los sucesos revolucionarios, para que se vengasen en él como les diese la gana. Y a fe que se esmeraron, porque al cabo de una o dos horas de estarle martirizando se dieron cuenta de que "El Moscón" se les moría.

Gordón Ordás dijo en su informe que trataron de reanimarlo por medio de la respiración artificial, pero fue inútil, que el estertor de su agonía se metía por los oídos de todos los presentes hasta que un guardia civil se levantó de su camastro, molesto por aquel sonido profundo, y encarándose con el agonizante le pegó el último trallazo mientras le preguntaba: "¿Aún te quejas, marrano?".

La viuda y los cinco hijos de Fernando González recibieron la noticia de su muerte cuando este ya estaba enterrado y con ella un certificado de defunción expedido por un médico militar en el que constaba que el fallecimiento se había producido de manera natural por un accidente cardiaco.

Felipa del Río, a quien recuerdo a menudo, me enseñó que los hijos no tienen porque pagar las culpas de sus padres. Por eso me callo los nombres de los matadores, aunque fueron divulgados por la prensa de la época sin que por ello fuesen molestados a pesar de que siguieron exhibiendo frecuentemente por Turón sus camisas azules y sus pistolas, incluso antes del triunfo del franquismo.

En enero de 1936, el diario La Libertad volvió a contar esta terrible historia a sus lectores sin ahorrar ningún detalle: "?Los dos jóvenes se llevan a Fernando a una habitación inmediata y se lían a golpes. Los presos los ven y en los ojos de todos se lee la rabia y el dolor. Se alejan con el preso. Ya están en el escenario. Y ya está 'El Moscón' colgado por tercera vez. Empiezan los palos. Con más dureza, con más crueldad, con más furia que nunca. 'El Moscón' solloza: '¡Me muero! ¡Me muero!'?Los palos siguen. Fernando no puede aguantar más: Tiene el cuerpo en carne viva, los huesos, rotos; los músculos, destrozados. Por la boca echa una espuma sanguinolenta. Dobla la cabeza y deja de quejarse?Los jóvenes se asustan. Le descuelgan. Empiezan a echarle cubos de agua y a practicarle la respiración artificial?".

En fin, para que seguir. La crónica venía firmada por el periodista anarcosindicalista Eduardo de Guzmán, quien compartía redacción en aquel momento con Eduardo Haro, padre de Eduardo Haro Tecglen, y concluía con este párrafo: "En el cementerio de Mieres, en un lugar apartado, hay una tumba. En ella reposa 'El Moscón'. Oficialmente murió de una angina de pecho".

Un mes más tarde, el Frente Popular ganaba las elecciones en España. Según la información conseguida por otro buen amigo, Carlos Vega Zapico, el 29 de febrero de 1936 la corporación municipal en Sesión Extraordinaria aprobó que el trozo de carretera que cruza Turón en el tramo que comprende desde La Cuadriella hasta La Veguina se denominase "calle de Fernando González". La propuesta había partido de su compañero en la corporación y hermano en el triángulo masónico Cándido Barbón, pero la decisión nunca se hizo firme.

Hoy nadie se acuerda ya de "El Moscón".

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