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Dando la lata

Hablar por no callar

Hablar por no callar

Si no es más que una cuestión de matemáticas. Cuanto más hables, más probabilidades tienes de decir chorradas. Porque está al alcance de muy pocos mantenerse siempre certero, coherente y en el punto óptimo. Que, por cierto, es un riesgo que también asumimos los que nos dedicamos a la escritura, con la ventaja de que, entre la redacción y la publicación transcurre un tiempo muy valioso para la reflexión, la reconsideración y la autocrítica. Y aún con todo, se mete la pata que da gusto. Porque somos así, de meninge espesa. Pero hablar es inmediato. Hala, allá te va, como salga. Y hablar de lo que uno domina, pues bueno, reduce las probabilidades de patinar. Pero hablar, hablar y hablar de todo y, además, ponerse uno en plan pontifical, ya sea de política, fútbol, filosofía, economía o labores del hogar, no conduce más que al ridículo. "Hablar por no callar", que se dice. Con lo bien que está uno calladito y, a ser posible, atendiendo a lo que dicen los que saben de verdad, que son escasos. "Si con tus palabras no eres capaz de mejorar el silencio, no digas nada". Sabiduría oriental que no acaba de calar entre nosotros. Yo, la verdad es que los tipos inteligentes que he tenido la fortuna de conocer, y han sido unos cuantos, solían ser poco habladores. Actúan como esponjas, absorbiendo lo interesante que hay a su alrededor, analizándolo e interpretándolo. Sin embargo, jamás me topé con un tonto silencioso. Nunca. Y es un problema con el que hay que convivir a diario. Porque si los listos hablasen más y los tontos menos, todos sacaríamos algo de provecho. Pero así, como está la situación, que a más tonto más habla, se dificulta enormemente la posibilidad de aprender escuchando. De ahí la importancia de la lectura. Porque la escritura es la transmisión del pensamiento reposado. Que también puede ser una majadería, sí, pero es estadísticamente menos frecuente e, incluso, también se busca de forma premeditada. Es un hecho que se aprende más leyendo que escuchando lo que se dice por ahí. Por eso cada vez leemos menos y decimos bobadas más gordas.

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