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De lo nuestro | Historias heterodoxas

La torques de Langreo

La joya estaba en posesión del coleccionista Sebastián de Soto Cortés y ahora se encuentra en el Instituto Valencia de Don Juan de Madrid

La torques de Langreo

El 17 de mayo de 1915 falleció Sebastián de Soto Cortés, el coleccionista de antigüedades más conocido en la historia de Asturias. Fue un hombre muy rico por herencia familiar, diputado provincial en dos ocasiones, una por Cangas de Onís y otra por Llanes, licenciado en Jurisprudencia, miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, vocal de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de Oviedo, y bibliófilo, pero sobre todo pateador de pueblos en busca de piezas de interés arqueológico, lo que lo llevó a reunir una magnífica colección.

Soto Cortés supo conservar e incluso aumentar su fortuna y a la vez dicen que viajó mucho mientras disfrutaba del mundo de los caballos y de los toros, y estuvo en todos los saraos de su época, algo que también hizo su primo Antonio Cortés Gutiérrez, vinculado al concejo de Aller, amigo de Alfonso XII y padre de nueve hijos a los que reconoció y crió a pesar de estar soltero. En cambio Sebastián de Soto Cortés murió sin hijos y no dejó testamento por lo que no resulta extraño saber que, en cuanto faltó, sus cosas se vendieron al mejor postor. La Universidad de Oviedo se hizo con su biblioteca, parte de la colección arqueológica pasó al Museo de Asturias y otras piezas de oro castreño fueron ofertadas a otras instituciones y compradores particulares.

En 1928, el Instituto Valencia de Don Juan, que había creado doce años antes el diplomático y arqueólogo Guillermo de Osma y Scullen en Madrid para albergar sus colecciones, adquirió al prestigioso joyero ovetense Pedro Álvarez una torques de oro de la colección de Soto Cortés, procedente de Langreo, y desde entonces sigue allí, junto a otras valiosas piezas de origen asturiano, entre las que figura uno de los fragmentos de las diademas-cinturón del conjunto que en el pueblo de Moñes comprada en 1931 al marqués de Valverde de la Sierra.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, una torques -o un torques, porque se puede decir con los dos géneros-, es un "collar que como insignia o adorno usaban los antiguos". Afinando más, añadiremos que se trata de piezas rígidas en forma de "c", muchas veces de oro o plata. El de Langreo, que figura en el inventario del Instituto Valencia de Don Juan con el número 7.023, es de oro, tiene un diámetro de 174 mm y un peso de 588 gr. Está formado por una varilla en sección circular con dos remates en ambos extremos de doble escocia; presenta la parte central decorada con estampaciones de diferentes motivos, separada con dos aplicaciones de espirales de hilo armadas alrededor de un botón central y los tramos laterales cubiertos con alambre enrollado.

Fabricar un torques no era fácil y requería una coordinación importante, porque antes de que los romanos se dedicasen a gran escala a la explotación minera en Asturias el mineral solo podía obtenerse del bateo, lavando el sedimento que arrastraban los ríos auríferos. En el Trabajo de Grado en Historia de Ángela Pérez Rey, dirigido en 2017 por el catedrático Germán Delibes de Castro, de la Universidad de Valladolid, se ha calculado que con este sistema la cantidad media de oro recogida por persona y jornada se aproximaba a los tres gramos, lo que supone alrededor de 150 en toda la temporada estival, por lo que para un solo ejemplar de unos 500 gramos, como es el caso del de Langreo, sería necesario el trabajo durante todo un verano de, al menos, tres personas.

Luego, el mineral se fundía en un crisol hasta que estaba suficientemente líquido como para verterlo en un molde del que se obtenía un lingote; con él se formaba el cuerpo central de la pieza al que se iban añadiendo los diferentes adornos y los remates, que todavía hoy siguen sorprendiéndonos por su diseño y su calidad, sobre todo si tenemos en cuenta la sencillez de las herramientas que empleaban los artesanos.

Es fácil suponer el valor que alcanzaron los torques, lo que es más difícil de conocer es su función, aunque seguramente tuviesen más de una; parece claro que eran el símbolo colectivo de los grupos más fuertes, tal vez con un valor sagrado, y que solo podían llevarlo al cuello los miembros más destacados, jefes o guerreros, aunque desconocemos si en algún caso también lo portaban las mujeres, ya que en época romana algunas patricias lo utilizaban como adorno. Tampoco puede descartarse, como apuntan algunos autores, que el valor del metal con que están hechos les diese una función monetaria para transacciones de mucha importancia.

Otro problema es el de determinar su antigüedad, ya que su cronología es muy amplia, porque en algunas zonas ya se fabricaban en el Bronce Final y por aquí aún se lucían en la época de la romanización, aunque la mayor parte pueden situarse en la Segunda Edad de Hierro. Entre los prehistoriadores clásicos, esta última opinión fue defendida por el orensano Florentino López Cuevillas, para quien casi todos pertenecían al siglo III a.C, mientras que el arqueólogo Antonio Blanco Freijeiro prefería ampliar el arco entre el año 475 a.C. y el siglo I d.C.

Actualmente ya se está de acuerdo en que por sus características, la de Langreo, con varilla de sección circular y remates en doble escocia puede datarse entre los siglos III a. C. y I a. C., dentro de lo que la especialista en orfebrería prerromana Alicia Perea ha denominado "fase transgresora", cuando las joyas desarrollaron un carácter más ostentoso, con aplicaciones de filigrana fina y granulado, uso de punzones complejos y otros ornamentos aplicados mediante cera perdida, lo que según ella puede interpretarse "como un desplazamiento hacia el ámbito privado de aquello que hasta entonces constituía patrimonio y atributo de la comunidad", aunque por más que le doy vueltas, yo no veo la razón para relacionar lo recargado con lo particular.

Lo cierto es que actualmente, si contamos los fragmentos como piezas, ya se han inventariado en la zona noroeste peninsular más de 150 torques castreñas de oro y de plata, la mayoría en Galicia, aunque dentro de Asturias también ha habido buenos hallazgos especialmente en las alas de la región, y piezas muy destacadas, como el llamado "de Almazán", con un peso de 2,3 kilogramos de oro, descubierto en 1496 y que luego fue regalado a don Juan, hijo de los Reyes Católicos y Príncipe de Asturias.

De este último se ha escrito en alguna ocasión que como no existe en Asturias ningún lugar llamado Almazán, en realidad debe atribuirse a la provincia de Soria, pero la realidad es que en un testigo de la época y miembro de la Corte contó como "Acaesciò en Asturias de Oviedo, que un pastor que guardaba ganado, andando por el campo, se halló en un monte espeso e lejos de poblado, un collar de oro, o cerco, de una pieza?" que después se llevó hasta el pueblo soriano, donde don Juan acababa de asentar su casa, y de ahí viene su nombre.

Con respecto a la Montaña Central, además del de Langreo, solamente se tiene constancia oral del posible hallazgo de otras torques en el concejo de Aller, concretamente en un tesoro encontrado en la Corrá´l Yanón, que fue llevado a Santibañez de Murias, y en una finca llamada El Ribeyu entre El Casar y El Pedregal, de la parroquia de Serrapio, cuando unos obreros que construían un camino de la mina La Industrial a principios del siglo XX se toparon debajo de una castañar lo que se identificó como 13 arandelas de oro, que con buena fe podemos suponer que eran torques, aunque todo ello está desaparecido.

Alberto Álvarez Peña, con quien hace años compartí algunas visitas a castros de la zona de Grao, se acercó en enero de 2015 hasta Serrapio y pudo hablar con alguien que aún recordaba la historia de este hallazgo, pero no pudo aportar ningún dato concreto sobre el mismo; luego publicó esta entrevista en un artículo de la revista Asturies, firmado junto a Oscar García Vuelta, Xuan Fernández-Piloñeta, y en él apuntaron la posibilidad de que el Langreo pudiese pertenecer a un conjunto mayor desenterrado en la zona de Laviana, que habría sido destruido en gran parte por sus descubridores, pero del que Soto Cortés pudo recuperar otras piezas que actualmente están repartidas entre el Museo Arqueológico Nacional y el citado Instituto Valencia de Don Juan.

Lo seguro es que una joya tan notable denota la existencia en el valle del Nalón de una comunidad importante que ninguno de los castros catalogados hasta el momento parece capaz de albergar. Cuando haya interés y presupuesto, seguramente los arqueólogos podrán aclararnos esta cuestión.

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