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El día que la riada arrasó la mina

Nueve mineros murieron hace 60 años ahogados en el pozo San Antonio de Moreda en uno de los accidentes más trágicos de la historia de Aller

El pozo San Antonio. L. CAMPORRO

El pasado 5 de diciembre se cumplieron sesenta años de la mayor catástrofe minera de la historia de pozo San Antonio de Moreda, por aquel entonces perteneciente a la Sociedad Hullera Española, pasando más tarde a integrarse en Hunosa. Un total de nueve mineros perdieron la vida.

Eran poco más de las once de la mañana de aquel fatídico día cuando el agua acumulada en forma de gran balsa y procedente del río Aller reventaba súbitamente el plano inclinado de tercera a segunda planta, donde faenaban un grupo de trabajadores de distintas categorías. Sin poder ponerse a salvo quedaron mezclados con vagonetas, lodos y cuadros metálicos, falleciendo al instante. El rescate resultó difícil y laborioso, ya que los escombros llenaron por completo el transversal general de tercera planta hasta llegar a la caña de el pozo.

Hoy, después de seis décadas, los testigos de aquel luctuoso episodio ya son escasos, aunque perviven algunos que recuerdan con nitidez aquella catástrofe que algunos intuían, puesto que en el lugar donde reventó el agua llevaban días sintiendo "fuertes estruendos e incluso aparecieron algunos cantos rodados que hablaban por si solos de la presencia del río" . Los viejos mineros dicen que se había debilitado en exceso el muro divisorio de carbón que separaba las concesiones del pozo Santa Bárbara, propiedad de la Sociedad Industrial Asturiana, y el de San Antonio, de la Hullera Española.

Así, el empuje y posterior reventón de la pared, que dio paso a cientos de metros cúbicos embalsados en fracción de minutos, generó un verdadero desastre. Hoy los nonagenarios mineros Manuel Acebal García, de categoría vigilante de interior, y Ramón Andrés Hernández , embarcador señalista , recuerdan aquellos días de dolor y jornadas maratonianas para encontrar a los compañeros fallecidos. Recuerdan a uno de sus compañeros en las labores de embarque de la jaula que, después de agotar la jornada, se había incorporado a echar horas extraordinarias en el plano de la catástrofe. Apareció "totalmente desnudo con el cinturón fijado a su cintura". También fueron testigos de como después de dar por finalizados los rescates seguía sin aparecer el vigilante del grupo afectado: "De repente se encontró su cabeza, que fue recogida en un envase y resguardada en un hueco de la entibación del embarque entre formol y custodiada por un enfermero y el facultativo de seguridad de el pozo".

"Yo fui testigo directo de este episodio. Creo que no apareció el resto del cuerpo. Yo mismo, por orden del ingeniero, tuve que permanecer muchas horas pendiente del teléfono en el embarque de tercera planta donde los ataúdes que se utilizaron eran interiormente de cinc y bajaba un lampistero a cerrarlos con un cordón de estaño para impedir que se abrieran al llegar a la superficie", apunta Ramos Andrés Hernández, que apenas unos días más tarde evitó que el agua volviera a segar la vida de otra buen número de compañeros.

A los pocos días del accidente dieron comienzo las labores de desescombro en el transversal general de tercera planta, así como el drenaje del agua acumulada en la caña, que llegaba a pocos metros de la tercera planta. Al haberse averiado la bomba de achique la faena se hacia mediante unos aljibes que se introducían en la jaula y a ésta se la hacia bajar hasta sumergirse en el agua acumulada, para luego izar la estructura a la superficie y descargar. Era el sistema que se empleó hasta conseguir que funcionaran nuevamente las bombas .

Uno de esos días, comentan Ramón y Manuel, "bajamos cinco personas en la jaulas, nosotros dos y tres compañeros mas". "Yo, como vigilante", apunta Acebal García, "lo hice con un obrero de acompañamiento para verificar el cierre de las puertas de ventilación de tercera planta". Hernández hizo lo propio con dos compañeros mas del embarque "para preparar la función de achique con los aljibes, pero antes de meternos en la jaula hablé con el comportero señalista del exterior y le recomendé que se pusiera en contacto telefónico con el maquinista de extracción de la jaula para decirle que bajábamos cinco personas en aquel momento antes de poner en servicio los útiles de desagüe". La jaula comienza a descender y Ramón Andrés Hernández , como experto en estos movimientos, vio como se acercaban al embarque de tercera sin disminuir la velocidad: "Sin pensarlo dos veces salté consciente del riesgo de tirarme en marcha pero también consciente de que los cinco íbamos a ser sumergidos en una columna de agua de mas de cien metros". Recuerda que saltó "con la agilidad de mis treinta años y me lancé a accionar la palanca del freno de seguridad de la jaula, que se detuvo de inmediato evitando el que pereciéramos ahogados".

"El susto fue terrible nos pusimos nerviosos", prosigue contando el minero jubilado. "Yo creo que algunos lloramos al invadirnos un sentimiento entre triste y alegre a la vez. Salimos a la superficie acudiendo de inmediato al encuentro de el señalista que desobedeció las indicaciones que le habíamos dado".

"Pegar no le pegamos, pero le dijimos de todo menos bonito y, finalmente, celebramos una reunión los cinco afectados para decidir si dábamos parte de la negligencia". Superado el susto y conscientes de que si se lo comunicaban al ingeniero el despido seria inmediato, optaron por callarlo: "Lo desvelamos ahora, tanto Manolo, el vigilante que me acompaña, como los otros tres compañeros siempre me decían que continuaron vivos gracias a mi gesto, mitad titánico y mitad heroico. Pero gracias a ello llevamos disfrutando de la vida sesenta años más y estamos dispuestos a seguir hasta que nos llegue la hora final".

"Yo vine de Oviedo a Moreda para librar de la mili y trabajé durante treinta y cuatro años. Al estar en los embarques de las plantas me tocó ser testigo presencial de muchos accidentes", explica Ramón Andrés Hernández. Vivió accidentes mortales y otros que culminaron con exitosos rescates. El más destacado de los siniestros, también localizado en el pozo San Antonio, ocurrió el 6 de diciembre de 1961 en un taller de arranque de la primera planta, donde se trabajaba por el método de sutiraje. Se produjo un desprendimiento importante de carbón que afectó a tres trabajadores, dos de ellos fallecieron en el acto y el tercero quedó enterrado bajo el desprendimiento. Convencidos de que sería el tercer muerto, unos ruido en el hastial del techo generaron alegría y sorpresa. El picador Pedro Díaz Santervas estaba dando estaba vivo. Apareció en buenas condiciones gracias a que había quedado arropado por una pequeño oquedad que no se derrumbó, nutriéndose de unas gotas de agua que se deslizaban en vertical por una de las mampostas de pino de la entibación. "También fue capaz de dosificar la batería de su foco, encendiéndolo intermitentemente para mirar el reloj y saber en que día se encontraba".

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