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DE LO NUESTRO | HISTORIAS HETERODOXAS

¡Nena, tócame el trigémino!

El doctor Fernando Asuero aplicó en los años veinte su particular método de curación en las Cuencas: suministraba cocaína a los convalecientes

¡Nena, tócame el trigémino!

Disculpen ustedes que la historia de hoy lleve un título tan chabacano, pero ahora verán que está justificado: así se llamó un número teatral con el que obtuvo un gran éxito el actor argentino Florencio Parravicini. Aunque también podía haber elegido "Opérate el trigémino", como un tango de Manuel Colominas grabado por la orquesta del uruguayo Minotto di Cicco -una magnífica pieza que se puede encontrar en Youtube-; o simplemente "El trigémino" aludiendo al chotis de Celia Gámez. Aún más, otra opción habría sido simplemente "El paralítico", un son cubano de Miguel Matamoros del que existen mil versiones y que se inicia con esta rima: "Veinte años en mi término / me encontraba paralítico / y me dijo un hombre místico / que me extirpará el trigémino".

Y es que, efectivamente, el trigémino se puso de moda a finales de la década de los veinte, cuando el doctor vasco Fernando Asuero aseguró que gracias a una técnica de su invención basada en manipular con la ayuda de unas pinzas los nervios de la nariz, podía curar sin dolor alguno el asma, la epilepsia, úlceras varicosas, la sordera, la ceguera y, sobre todo, la parálisis.

Fernando Asuero fue un hombre curioso en varios sentidos. Pertenecía a una familia de cirujanos de prestigio y concluyó brillantemente sus estudios de Medicina, completándolos en París y Cambridge. A la vez supo compaginar su labor profesional con actividades tan diversas como el deporte, jugando varios partidos como portero con el Athletic Club de Bilbao, y la política, siendo concejal en el ayuntamiento de San Sebastián entre 1923 y 1925.

Aunque a diferencia del resto de los médicos españoles supo abrirse a técnicas que aquí eran desconocidas, como la acupuntura china, y no negó su interés por las ciencias ocultas y los fenómenos paranormales, rechazados -entonces como hoy- por la comunidad científica.

La imagen del doctor Asuero se hizo habitual en las portadas de los periódicos de todo el mundo y sus seguidores llegaron a provocar algún problema de orden público al aglomerarse frente a los hoteles en que se alojaba. Finalmente, la prohibición de una película llamada "Las maravillosas curas del doctor Asuero", en la que se recreaban sus curaciones, no hizo más que acrecentar su popularidad y sembró la polémica entre sus colegas. Unos se posicionaron a su favor y otros, como el premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal, lo tildaron de charlatán y de "vergüenza medieval".

También los intelectuales terciaron en el debate, y aunque los hubo que hicieron cola a la puerta de su consulta, la mayoría se mostró en contra de sus prácticas. Don Pío Baroja lo trató de "curandero", el filósofo José Ortega y Gasset llamó a Asuero "charlatán irresponsable", y Ramón María del Valle-Inclán, "milagrero".

En Asturias se reflejaron las dos posturas, pero mientras los críticos se limitaron a exponer su postura en los periódicos, sus partidarios pasaron a la acción y su método empezó a aplicarse en el Hospital Provincial. La primera noticia llegó en mayo de 1929 y hasta allí se desplazó un periodista para ver si los rumores eran ciertos e informar de primera mano a sus lectores.

Nada más entrar en la venerable institución preguntó por los ingresos recientes y en principio nada llamó su atención: aquella tarde solo se había atendido a dos jóvenes a causa de sendos incidentes violentos. Uno era el vecino de Carabanzo Luis Oliva, presentando una herida de arma de fuego con orificio de entrada por la cadera derecha y salida por la parte anterior, producida, según manifestó, por un disparo a larga distancia, de autor desconocido. El otro, José García Suárez, a quien un convecino de Lugo de Llanera había segado el dedo pulgar de la mano derecha agrediéndole con su guadaña.

Nada nuevo, pero cuando el plumilla ya se iba, le avisaron de que el doctor José Antonio Fernández Vega, iba a estrenarse con el método del doctor Asuero, y aquí vio la oportunidad para su reportaje. El cirujano había elegido para realizar su práctica a uno de los pacientes de su colega Plácido Buylla, llamado Ramón Díaz Fernández y vecino de Mieres, que desde hacía tiempo caminaba apoyado en un bastón e incluso tenía dificultades para girar bien el cuello.

Aquello debió de ser una mezcla de milagro bíblico y purga de Benito, porque el afortunado Ramón, sin necesidad de ninguna recuperación, salió del quirófano casi corriendo mientras movía airosamente la cabeza, de manera que causó el asombro de todo el hospital y especialmente de los compañeros de sala que conocían su calvario.

Entre tanto, animado por aquel fantástico resultado, el doctor Fernández Vega pidió a otros dos enfermos que pasasen por la sala de operaciones y volvió a triunfar: uno manifestó sentirse muy aliviado, y el otro, llamado Pío, que al entrar apenas tenía juego en la rodilla izquierda, una vez tratado pretendió marcarse unos pasos de baile ante los muchos internos que habían olvidado sus males para esperar el resultado en el pasillo.

Lógicamente, el apasionado informe del periodista fue recibido en la redacción de su diario con todas las reservas, de manera que sus superiores decidieron comprobarlo antes de la publicación. Por fin, el día 21 de mayo pudo verse en "La Voz de Asturias" incluyendo la opinión del doctor Plácido Buylla: "Me encontraba en casa cuando llegó hasta mí la noticia de que un compañero, don José Antonio Fernández Vega, había "tocado" a un enfermo de mi sala, curándole. Salí rápidamente y me fui hasta el Hospital quedando convencido de la verdad del hecho, si bien no me aventuro a creer que la curación pueda ser permanente. Sin embargo, a dicho enfermo lo vi ayer caminar perfectamente".

Las declaraciones del doctor Buylla no nos llaman la atención, ni tampoco la aclaración de que el enfermo mierense llevara nueve meses en el Hospital, caminando con dificultad y con la cabeza completamente torcida, ya que en esa época las estancias prolongadas no eran extrañas en los sanatorios. "Ayer le tiramos un papel para que lo recogiera del suelo y lo hizo con bastante ligereza" -explicó el doctor.

Pero la cosa cambia al conocer los detalles del tratamiento. Cuando el periodista le preguntó a don Plácido Buylla en qué consistía la operación practicada por su colega, le dio una respuesta que a ustedes posiblemente les dejará perplejos: "Me dijo que al tocar el cornete medio, el enfermo se incorporó rápidamente, comenzando a caminar por los pasillos con el asombro de todos, médicos y enfermos. Los toques fueron hechos con cocaína".

En otras ocasiones les he dicho que mis conocimientos de la ciencia médica no pasan de lo que pude aprender en un ruinoso botiquín de Ceuta donde pasé la mili como enfermero, pero a primera vista me parece que la cocaína tuvo mucho que ver en la alegría de aquellos pacientes que se levantaban de la camilla olvidando sus males y con ganas de bailar ante sus compañeros de hospitalización.

El método del doctor Asuero fue aplicado con éxito en otras partes de Asturias. En Mieres el doctor Felipe Sarabia lo estrenó con el industrial de esta plaza don Luis Mérida, quien tenía entonces 39 años y padecía desde los 32 una supuesta lesión medular con parálisis en ambas piernas. Una infinidad de personas pudo contemplar cómo abandonó las muletas tras haber sido tocado con la cocaína y, aunque su curación no fue total en la primera sesión, quedó a la espera de ir consiguiéndolo con sucesivas aplicaciones. Su segundo paciente fue don Amadeo Barriales, de 64 años, con reuma articular crónico, que una vez intervenido también se levantó con toda comodidad para empezar a andar sin necesidad de bastón.

Por su parte, en Langreo el doctor José María Cuervo, ayudado por don Julio Ortiz , puso en práctica el método de Asuero con doña Concepción García Muñiz, muy afectada de reuma, sobre todo en los brazos, que empezó a mover con facilidad, y con el electricista don Ernesto Arrougé y el sacerdote don José Montes, quienes salieron muy recuperados. También el médico Juan de la Vega trató al obrero Francisco Iglesias Peña, residente en Ciaño y afectado de ciática, quién lo primero que hizo al volver a la calle fue tirar sus muletas.

Por toda España se repitió el procedimiento y la gran mayoría de los enfermos experimentaron una gran mejoría, aunque todo indica que les tuvo que resultar muy difícil abandonar después el tratamiento.

Fernando Asuero falleció a los 55 años, el 22 de diciembre de 1942, a causa de una angina de pecho. Antes de morir quiso gastar sus últimas fuerzas en un brindis de despedida con su familia. Todo un personaje.

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