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De lo nuestro | Historias heterodoxas

El barracón de Dios

Benigno Pérez Silva fue el primer párroco de la iglesia mierense de San Pedro, que se inauguró en 1960 y costó 216.000 pesetas

El barracón de Dios

Si ustedes observan un plano del Mieres antiguo se darán cuenta de que la villa tiene un curioso parecido con el interior de las ciudades de la Roma clásica, que se articulaban en torno a dos calles principales: el cardo, de norte a sur, y el decumano, de este a oeste. Era una estructura perfecta, que luego fue imitada en muchos lugares e incluso el rey Felipe II la tomó como modelo para la organización urbanística de las fundaciones que los españoles hicieron por la América colonial.

En nuestro caso este diseño surgió de manera casual: el cardo fue la vía férrea que bajaba desde Mariana a Fábrica de Mieres y el decumano la calle de Camposagrado, hoy Manuel Llaneza, partiendo el solar en cuatro cuadrantes que tenían su punto de confluencia en el cruce de estos dos ejes. Mientras no hizo falta, las construcciones se limitaron a los de la zona este, más segura y protegida de las repetidas avenidas del río Caudal, pero tras el final de la segunda Guerra Mundial y el despegue definitivo de la minería, la afluencia de población llegada desde otros lugares hizo necesario adecuar también los dos cuadrantes del oeste con sendas barriadas destinadas a familias obreras: San Pedro y Santa Marina.

Hoy quiero contarles algo sobre San Pedro, cuyos terrenos comenzaron a adecuarse en 1948 en el noroeste bajo el control del Instituto Nacional de la Vivienda. Finalmente en 1951 ya pudieron entregarse 373 pisos y dos años más tarde otros 38. Los bloques, que aún se mantienen, mejorados y en buen estado, están agrupados en manzanas y cada piso tiene unos sesenta metros cuadrados, con algunos de menor superficie, distribuidos en una cocina comedor, donde se hace la vida, cuarto de baño, dos o tres habitaciones y carbonera, según los casos.

El barrio de San Pedro estaba entonces en una zona relativamente retirada, después ya se fueron levantando otros proyectos para enlazarlo con el centro de la villa, como la Colonia del Pilar, el Grupo José Antonio y el Patronato Francisco Franco y en él no se habilitaron más bajos comerciales que los de un espacio abierto conocido como “La placina”, que se convirtió en el corazón de la barriada y donde llegaron a abrirse dos bares.

Tampoco había más lugares de cultura, ocio o recreo que las escuelas, pero sí se proyectó la construcción de un complejo parroquial, dado que en aquellos tiempos tanto el número de feligreses como de sacerdotes lo hacían necesario. Sin embargo nunca llegó a hacerse realidad y esto fue la causa de la pequeña aventura que narró su primer párroco, don Benigno Pérez Silva, en el_ libro “Buscando la Iglesia del futuro”

Don Benigno llegó a Mieres en junio de 1958 junto a otros dos sacerdotes con los que se quería reforzar la estructura pastoral de la zona. A la parroquia de San Juan se incorporó don Teodoro Cardenal, quien luego llegaría ser Arzobispo de Burgos; mientras tanto don Aurelio Fernández se quedó en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen y a Pérez Silva le encargaron la de San Pedro Apóstol, aunque estas dos últimas no recibirían su decreto de erección hasta el 11 de febrero de 1959.

Pero mientras la del Carmen contaba para su servicio con el magnífico convento de Padres Pasionistas de La Villa, en el barrio de San Pedro no existía ningún local en el que celebrar los cultos, por lo que en un principio las misas tuvieron que hacerse en el interior de las escuelas. Allí se emplazaba un altar en el ángulo que formaba uno de los pasillos porque podía ser visto desde ambos lados por un mayor número de fieles.

Se trataba de una solución provisional, que se mantuvo hasta que se levantó una iglesia sobre un solar previsto inicialmente para instalar una guardería que nunca llegó a hacerse realidad. En él se construyó el llamado “barracón de Dios” con materiales recuperados del desaparecido acuartelamiento que las tropas del Grupo de Regulares de Larache habían ocupado en Santullano al final de la guerra civil.

De esta instalación militar abandonada en 1952 el constructor Enrique Rodríguez aprovechó desde el armazón de hierro y las vigas hasta las ventanas, las tejas y los ladrillos con los pudo concluir su obra. Incluyendo la vivienda del sacerdote y el despacho parroquial, según anotó Benigno Pérez Silva en su libro, todo tuvo un coste de 216.010,30 pesetas.

A esto hubo que añadir después la compra del altar, los bancos, imágenes y todos los ornamentos necesarios para el ritual católico. También la parroquia de San Juan aportó algunos de sus materiales y el equipamiento se completó con donaciones privadas como el sagrario, costeado por la Academia Lastra y la pila bautismal que pagó el propio don Benigno de su bolsillo.

El “barracón de Dios” fue inaugurado el 7 de febrero de 1960 y se convirtió en un ejemplo de lo que la Iglesia progresista estaba haciendo en otras partes del país, acercándose a los obreros y los más humildes.

Aquel mismo año el jesuita José María de Llanos estaba desarrollando su apostolado en El Pozo del Tío Raimundo, una de las zonas más degradadas de Madrid, mientras otros sacerdotes de base hacían lo mismo en otros barrios de la periferia. Al mismo tiempo el laico Kiko Argüello afirmaba haber recibido la inspiración de la Virgen María para fundar el Camino Neocatecumenal y empezaba su proyecto entre las chabolas de Palomeras Altas, también en las afueras de la capital.

Paradójicamente el padre Llanos, que había sido falangista, iba a militar en el partido comunista, mientras que Kiko Argüello, antifranquista en su juventud, se convertiría en el líder de uno de los movimientos más conservadores y prósperos del catolicismo.

Por su parte Benigno Pérez Silva hizo pública su postura en una carta publicada en la hoja parroquial de San Pedro el 11 de septiembre de 1960. En ella describía la situación de pobreza que aún podía encontrarse en el ámbito de su comunidad con el mismo estilo que estaban empleando en Sudamérica quienes se iban a sumar más tarde a la Teología de la Liberación: “Nos hemos encontrado con una situación de miseria que llenó de pena nuestro corazón y que no podemos callar sin traicionar nuestro ministerio y nuestra conciencia (…) como ciudadano y sacerdote levanto la voz para protestar de tanta injusticia y miseria y pedimos a quienes compete y a todos los que pueden hacerlo que remedien esta situación grave”.

En “Buscando la Iglesia del futuro”, el sacerdote cita entre sus fuentes a Roger Garaudy, un intelectual marxista que había abandonado el Partido Comunista Francés para convertirse al catolicismo; también a monseñor Jean Félix Ancel autor del libro “Dogma y moral comunistas”; pero sobre todo al obispo belga Joseph Cardijn fundador en 1920 de la Acción Católica y posteriormente de la Juventud Obrera Cristiana, dedicando tres páginas a la visita que este teólogo, que fue nombrado cardenal en 1965, había realizado a Asturias dos años antes.

Firme defensor del Concilio Vaticano II, Benigno Pérez Silva fue encargado para divulgarlo por España y América desde 1965 hasta 1969, dentro del llamado Plan de Renovación Cultural y a su regreso siguió su labor en esta línea desarrollando en 1970 un proyecto de catecumenado a partir de las familias de misa diaria y organizando un programa pastoral quinquenal. Su parroquia fue un lugar incómodo para las autoridades, donde la policía secreta acudía a menudo para tomar nota de las homilías en las que se defendían los derechos de los trabajadores.

Pero además hubo otro enfrentamiento añadido con el Ayuntamiento a causa del retraso en la construcción del templo previsto en unos terrenos situados entre el Instituto Nacional de Previsión y el Matadero municipal que se habían donado para este fin. Allí ya funcionaban otras instalaciones parroquiales, pero no la Iglesia, y el plan urbanístico de Mieres proponía cambiar la calificación de la parcela para transformarla en zona verde.

El asunto llegó a la prensa nacional cuando en junio de 1984 el párroco acompañado por 40 feligreses de su parroquia se personó en el pleno y condenó a los concejales socialistas y comunistas que habían votado la recalificación anunciando que apelaría contra el acuerdo siguiendo los trámites administrativos reglamentarios. El diario “El País” ironizó sobre esta decisión afirmando que “El párroco de la localidad asturiana de Mieres, ha condenado, se supone que al infierno, a la corporación municipal de la villa”.

Benigno Pérez Silva forma parte de la historia local y desde julio de 1917 una placa con su efigie, obra del escultor mierense José Manuel Félix Magdalena, lo recuerda para siempre en la pared del “barracón de Dios”.

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