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de lo nuestro Historias Heterodoxas

El coleccionista de marcas postales

Las “joyas” filatélicas que ha recopilado Joaquín García González, como la correspondencia de los responsables de la Asturiana Mining Company

El coleccionista de marcas postales

El 14 de octubre de 1854, el periódico del Partido Liberal “El Clamor público” publicó una nota muy breve sobre un suceso acaecido en nuestra tierra: “El sábado último cayó el delantero de la silla-correo a su paso por Mieres, Asturias, y cuando quisieron parar el carruaje, ya era tarde, pues le sacaron muerto de entre los pies de los caballos”. Un escueto titular acompañaba a la reseña: “Lo de siempre”, por lo que entendemos que la noticia no debía de tener nada de sorprendente para los lectores acostumbrados a las malas condiciones en las que se hacía entonces el reparto de correos.

Hasta 1759 las poblaciones de importancia recibían los envíos con una periodicidad semanal, que fue aumentando poco a poco para regularizarse a finales del siglo XVIII: en Asturias la administración principal estaba en Oviedo, había otras tres subalternas en las villas costeras de mayor importancia, Gijón Avilés y Luarca, y estafetas simples repartidas por los núcleos poblados de la región, que en la Montaña Central funcionaban únicamente en Pola de Lena y Mieres debido a que la correspondencia con la Meseta se hacía por la carretera de Pajares.

Por allí empezaron a llegar también los coches contratados con compañías de diligencias, ya que normalmente el correo se transportaba a caballo hasta las estafetas y después a los pueblos, aunque tampoco era infrecuente que en este último tramo lo hiciesen a pie los llamados carteros-peatones, que hasta no hace mucho aún podían verse en las zonas rurales y en la actualidad siguen encargándose del reparto urbano.

Para que los correos pudiesen seguir su viaje con la máxima rapidez las monturas iban cambiándose en postas separadas por dos o tres leguas (aproximadamente entre diez o quince kilómetros actuales), aunque es fácil imaginar la dificultad que debía de entrañar este trabajo tanto por las deficientes condiciones de las carreteras como por el mal clima asturiano, a lo que se añadieron durante las guerras carlistas los frecuentes ataques de los guerrilleros que destruían la correspondencia oficial y convirtieron las estafetas en uno de sus objetivos.

En estos años los portes se pagaban en destino, los remitentes anotaban normalmente en el ángulo inferior de la carta el precio establecido y la dejaban en la oficina donde se estampaba un cuño para que se supiese su procedencia. El coste del servicio se establecía en función de la distancia recorrida y del peso del envío calculado en adarmes (un adarme: 1,79 gr.)

La prefilatelia es el estudio de esas marcas que fueron sustituidas en España a partir del 1 de enero de 1850 por el sistema del sello adhesivo, lo que sirvió tanto para unificar los portes como para que ya fuese el remitente el pagador de su envío. Algo que se hizo necesario porque la picaresca hacía que a veces se colocasen determinadas marcas entre las letras u otras partes del exterior de las cartas indicando a quien las recibía que no había novedades reseñables y de ese modo, al verlas, ya rehusaba hacerse cargo y pagar su importe.

También fue en esa década cuando empezó a emplearse el sobre, ya que hasta entonces se utilizaba el mismo papel para todo, como podemos leer en la definición de carta que dio el Diccionario Nacional de la Lengua Española de 1848: “papel escrito doblado de un modo particular y cerrado con oblea o lacre, que sirve a una persona para comunicarse con otra u otras ausentes, para lo cual se escribe en el exterior la dirección que ha de llevar”.

La filatelia es un pequeño mundo que sirve como una fuente más para el estudio de la historia

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Hay que tener en cuenta que el correo fue durante mucho tiempo el único sistema de comunicación, hasta la revolución tecnológica que supuso la instalación de las estaciones telegráficas. La de Mieres se abrió junto a las de Úbeda y Villena el 12 de mayo de 1863 para el servicio de la correspondencia privada en el interior del reino y tres días más tarde para la internacional, pero aún así, la documentación oficial, notarial y de empresa: las facturas y recibís; los textos largos y lógicamente la prensa y la paquetería siguieron enviándose a la manera tradicional.

Como ven es un pequeño mundo lleno de curiosidades que sirve como una fuente más para el estudio de la historia. Y por eso resulta interesante la colección que ha logrado reunir, a base de dedicación, esfuerzo y astucia, el mierense Joaquín García González.

Joaquín es ingeniero topógrafo aunque dedica su vida a la filatelia. Además de coleccionista y jurado nacional de la Federación Española de Sociedades Filatélicas FESOFI, se encarga de la publicación y redacción de los prestigiosos catálogos de la empresa Edifil, lo que le convierte en una autoridad en esta materia. Tiene en sus álbumes personales más de cien cartas relacionadas con Fábrica de Mieres escritas en la época de Numa Guilhou y Jerónimo Ibrán por sus técnicos e ingenieros, con la curiosidad de que la empresa empleaba habitualmente un franqueo irregular, lo que la convierte en un caso particular en España.

Pero exponerlas todas resultaría tedioso porque algunas apenas presentan variaciones entre ellas, por ello ha elegido las más significativas para incluirlas en una selección en la que podemos apreciar la evolución de nuestra historia postal y de la industria del hierro a lo largo del siglo XIX. Son 26 piezas, la primera fechada el 14 de enero de 1829 y la última el 1 de marzo de 1881.

Seguramente a un experto en filatelia lo que le interesaran más serán las diferencias que presentan los fechadores prefilatélicos, las anotaciones a mano marcando los franqueos y portes, y más tarde los propios sellos. Sin embargo a quienes somos legos en esta materia nos llama más la atención poder seguir el itinerario y las vicisitudes de algunas cartas. Es lo que ocurre con una dirigida el 25 de mayo de 1848 desde Londres a don Josías Lambert, director de la Asturiana Mining Company, que había sido fundada cuatro años antes con capital inglés y fue la primera empresa en obtener hierro de calidad en España utilizando coque como combustible.

Este ejemplar presenta todas las marcas recibidas en su trayecto: las de su salida en Inglaterra con el franqueo correspondiente hasta la frontera francesa, el cuño del frente volante francés en Boulogne-sur Mer con su porteo y también el de destino, en León.

A la vez nos resulta curioso un recibo de la Administración de Correos de Mieres fechado el 31 de julio 1848 para el pago del importe mensual de la correspondencia enviada por la Compañía Cántabra de Minas a lo largo de aquel mes, que ascendió a 31,10 reales de vellón.

Ya en la década siguiente, después de que la industria metalúrgica en Mieres pasase a manos francesas con la constitución en 1852 de la Compagnie Minière et Mètallurgique des Asturies, vemos como las cartas siguieron enviándose sin sello porque aquella ley de 1850 fue flexible y permitió que durante un tiempo su colocación fuese voluntaria manteniendo la posibilidad del franqueo en destino.

La sede de la empresa se estableció en París y en la colección de Joaquín vemos varios ejemplares dirigidos hasta allí y otras ciudades galas a partir de 1860 con sellos de diferente valor que llevan la efigie de la reina Isabel II, aunque antes debemos pararnos en una extensa carta escrita en francés que se envió el 1 septiembre 1854 desde Mieres a Oviedo con membrete de la Fábrica de Hierros de Juan Grimaldi a don Adriano Paillette.

Grimaldi fue cónsul general en Francia y Paillette ingeniero jefe de Minas y uno de los pioneros de nuestra industria, y el idioma empleado en la redacción es un ejemplo muy significativo de la relevancia que tuvo la intervención de personajes franceses en el proceso de industrialización asturiano donde salvo contadísimas excepciones no intervinieron los apellidos asturianos.

Y en la misma línea encontramos la misiva enviada el 15 de junio 1871 desde Mieres a la localidad gala de Orthez a Marcial Guilhou, uno de los dos hermanos de Numa Guilhou, a quien aún le faltaban ocho años para la constitución de la que sería definitivamente Fábrica de Mieres. Esta carta lleva nada menos que un sello rojizo de 12 cuartos; dos fechadores puestos en origen; otros dos colocados respectivamente a su paso por Bayona y en la llegada y un cuño con las letras P. D. recercado en negro: todo un pasaporte para un único viaje.

Nos encontramos entonces con una documentación muy interesante que debería ser expuesta y explicada con una conferencia divulgativa de su artífice o una mesa redonda en torno a los orígenes la historia de la siderurgia mierense en cuanto las circunstancias se normalicen.

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