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Con la pandemia no se baila: los centros sociales, con 30.000 socios, cumplen un año sin actividades por el covid-19

“Vivíamos allí casi tanto como en casa”, afirman usuarios mierenses

"Nos hemos ido acostumbrando pero echamos de menos los talleres": el centro de mayores de Mieres cumple un año sin actividades por el covid-19

"Nos hemos ido acostumbrando pero echamos de menos los talleres": el centro de mayores de Mieres cumple un año sin actividades por el covid-19 C. M. Basteiro

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"Nos hemos ido acostumbrando pero echamos de menos los talleres": el centro de mayores de Mieres cumple un año sin actividades por el covid-19 C. M. Basteiro

Mariana Fernández tenía una agenda para organizar los siete talleres a los que asistía en el centro social de personas mayores de Mieres. A finales de febrero del año pasado, esa agenda se quedó en blanco. Y este año no se ha comprado otra.

“Total, ¿para qué?” Poco se habla, apenas nada, de las agendas vacías como la de Mariana. De la falta de alternativas de ocio para los mayores de las Cuencas. Los más de 30.000 socios de centros sociales en las comarcas del Nalón y el Caudal celebran un aniversario triste: estos días cumplen un año sin actividades. Lo hacen entre el moderado optimismo de Encarnita Álvarez –“más pronto que tarde, esto va a pasar”– y el desánimo de José María Aldecoa: “Estoy desmoralizado, no veo que el final de esto esté cerca”.

Todos los participantes en este reportaje, que se han reunido por grupos con LA NUEVA ESPAÑA, son miembros de la junta directiva del centro social de personas mayores de Mieres. Es uno de los más activos de la comarca, dirigido por Gema Suárez. Coinciden en que echan de menos los bailes, los talleres, las charlas a media voz y las risas en el autobús. Su despedida de los viajes, eso sí, fue por todo lo alto: volvieron de los Carnavales de Huelva y, unos días después, se terminó la actividad por el coronavirus.

“Hace estos días un año justo que ya se empezaron a tomar medidas contra la crisis sanitaria del covid-19”, explica José Antonio Álvarez, miembro de la directiva. Un año sin entrar en el centro social. “Lo que yo hago desde que empezó esto, y desde que se puede, es dedicarme a actividades al aire libre. Camino mucho. Y también socializo con mi burbuja familiar, tal y como indican las autoridades”, explica. Y recomienda a los que están en su situación que intenten hacer lo mismo: “Hay que estar entretenidos, también leo mucho”. Además, procura llamar por teléfono a los socios más veteranos del centro para asegurarse de que están bien: “Es una forma de que se sientan menos solos”.

"Ahora me dedico a actividades al aire libre"

José Antonio Álvarez - Presidente de la Junta directiva

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Casi una continuación del taller “Hoy por ti, mañana por mi”. Una suerte de voluntariado que organizaba el centro de Mieres, en el que los usuarios más jóvenes cuidaban de los mayores. Acudía puntual Margarita Moral: “Yo vivía aquí tanto como en casa”, afirma, mientras ladea la cabeza en dirección al centro. También estaba apuntaba a un club de lectura y pintura en tela. Aun así, que no decaiga el ánimo. Vive con su marido y un hijo y, dice, es muy “bullidora”: “Nunca me faltan cosas que hacer, me falta tiempo”.

Algo más difícil es llegar a casa para Mariana Fernández. Porque siempre la encuentra sola. “Tengo dos hijos, pero viven en Gijón y Oviedo. Están pendientes de mí, pero me encanta la independencia”. No quita para que, de vez en cuando, eche en falta la compañía. La que tenía en los talleres de costura de la ropa de la Cabalgata o de prendas de bebé para Cáritas, los dos desarrollados en el centro.

“No hacíamos favor a nadie, más bien esos talleres eran un favor para nosotros. Es lo que te hace sentir viva y útil”. Ahora, palia la soledad con mucho deporte. Atención a los registros de su “app” de actividad física: una media de doce kilómetros al día de caminata a paso ligero.

Ninguno de los entrevistados por este diario era “bailongo”, pero algunos echaban una mano en la organización. Como Avelino Llaneza y José María Aldecoa. Los dos llegaban un poco antes para preparar “el tinglao”. A saber: mover sillas y mesas y probar el sonido, por lo menos. El primero, además, echa de menos el taller de guitarra y el de teatro, que ocupaban buena parte de su semana.

A Mari Carmen Limón tampoco le gustaban los pasodobles, pero si había una comida se quedaba al baile. Ella también iba a pintura en tela, lectura y “alguna otra cosina” que saliera. Considera que los más mayores del centro, los que pasan de largo de los ochenta, y los que no saben usar las nuevas tecnología, son los grandes perjudicados: “Hay gente que no tiene la vista ya para leer, y que está sola en casa. Esto que está pasando es terrible”, explica.

"Aún no he podido abrazar a mi nietina"

Marta González - Miembro de la junta directiva

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Marta González asiente con la cabeza. Ella era la monitora de informática y hacía los carteles para las excursiones que ya no se organizan. Le duele haber tenido que dejarlo, pero lo que más le pellizca el alma es que tuvo una “nietina” durante la pandemia: “Aún no he podido abrazarla”, afirma, con los ojos brillantes. Encarnita Álvarez también es “güelita” de un bebé “pandemial” al que no conoce: “Están en Madrid, tiene cuatro meses”. Cuenta con el apoyo de su marido, José Ramón Pardo. Son la vicepresidenta y el secretario, respectivamente, de la junta del centro social.

“Nosotros sabemos movernos bien con las tecnologías”, reconocen casi al unísono. Y tanto. María Alegría Gómez acaba de terminar un club de lectura online del centro social. Quizás se apunte al próximo: “Tengo que pensarlo”, matiza. Es casi la hora de comer, y el presidente de la junta se despide. Pregunta casi obligada: ¿Planes para la tarde? Tiene previsto retomar su lectura del tercer tomo de la saga “Historia de España” que está leyendo. Son diez tomos. “Voy por la muerte de Isabel II”, aclara.

–¿Acabará de leer esa saga antes del final de la pandemia?

–Leo, aproximadamente, un tomo cada quince días… Mucho me temo que sí.

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