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Juan Alonso, un misionero sin miedo

La iglesia de Cabañaquinta acogió una misa por el religioso asesinado en 1981 en Guatemala, país donde ayer mismo fue beatificado

Un momento de la misa celebrada ayer en Cabañaquinta

Casi al mismo tiempo que tenía lugar en Santa Cruz de El Quiché (noroeste de Guatemala) la ceremonia de beatificación del allerano Juan Alonso Fernández, asesinado el 15 de febrero de 1981 por el ejército, la iglesia parroquial de Cabañaquinta, acogía ayer una misa concelebrada en homenaje del misionero, donde se dio cuenta de la “humanidad” del beato.

Una misa a la que acudieron cuatro misioneros del Sagrado Corazón que fueron compañeros de Juan Alonso: César Rodríguez, José Antonio Álvarez, Marcelino Montoro y José María Orviz. También acudió el delegado de misiones en Asturias, Francisco Tardón; el arcispreste de Aller, Celestino Riesgo; el vicearcipreste, Miguel del Campo; el párroco de Cabañaquinta, Jesús Agüeros; el párroco del Alto Aller, Miguel Ángel Calleja; y el expárroco del Alto Aller, Segundo Fernández. Todos ellos concelebraron la misa por el beato, cuyos ornamentos religiosos se encontraban también en el altar. Entre ellos, un Cristo tallado en roble que le había regalado un anticuario alemán en Guatemala, un rosario y el crucifijo que llevaba al cuello el día de su muerte, entre otros enseres personales que el hermano del beato, Arcadio Alonso, entregó al delegado de misiones.

Además del hermano de Juan Alonso, también estuvieron en la misa un buen número de vecinos de diversos pueblos del concejo, sobre todo de Cuérigo, Collanzo y Felechosa, donde la familia del beato es muy apreciada. Los religiosos aprovecharon la celebración para recordar el periplo misionero de Juan Alonso. Y su hermano, visiblemente emocionado, dio cuenta de la grandeza del misionero que fue asesinado, asegurando que “nunca quiso abandonar la misión por miedo, y acabó pagando con su vida”. Y es que, como apuntó, “era un hombre que tenía muy claro lo que tenía que hacer, aunque se jugase la vida”. Alonso, que tuvo la oportunidad de viajar hasta Guatemala y estar en el lugar donde mataron a su hermano, aseguró que allí lo consideraban “como uno de ellos, dejó huella entre los indígenas”. Alonso desarrolló su labor pastoral en la parte norte de El Quiché, lugar al que llegó en 1960, el mismo año de su ordenación. De 1963 a 1965 fue misionero en Indonesia. A su regreso a Guatemala, fundó la parroquia de Santa María Regina en Lancetillo.

Juan Alonso forma parte de los “Mártires de Quiché” que fueron beatificados ayer en Guatemala. Entre ellos también se encuentran dos sacerdotes españoles, misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, al igual que el allerano: José María Gran (Barcelona) y Faustino Villanueva (Yesa, Navarra), asesinados en El Quiché entre 1980 y 1981. Además, se encuentran entre los mártires beatificados siete laicos catequistas; Rosalío Benito, Reyes Us, Domingo del Barrio, Nicolás Castro, Tomás Ramírez, Miguel Tiú y Juan Barrera Méndez (un niño de 12 años), todos asesinados por “odio a la fe” en el marco de la guerra civil que azotó al país entre 1980 y 1991.

A la ceremonia de beatificación en Guatemala acudieron una treintena de misioneros del Sagrado Corazón que trabajan en centroamérica, además de otros tres misioneros que acudieron desde España y cuatro más de la Administración General de Roma. Los sacerdotes en Guatemala destacaron que “este acto tiene un especial significado para todos nosotros, y para el pueblo de Guatemala, porque además del significado religioso, supone una denuncia pública por parte de la Iglesia Católica a la violencia militar que aún trata de mantener al país bajo el dominio de un ejército asesino”.

Juan Alonso es el primer beato del Alto Aller, aunque el concejo allerano cuenta con más de media docena de personas con este reconocimiento. Entre ellos se encuentran los Mártires de Nembra.

Monseñor Rosolino Bianchetti Boffelli, actual Obispo de la Diócesis de Quiché y misionero fidei donum en Guatemala, aseguró que “nuestros mártires fueron realmente misioneros en salida, iban de casa en casa, manteniendo viva la fe, orando con sus hermanos, evangelizando y suplicando al Dios de la vida”. Para el religioso, “fueron hombres de mucha fe, de mucha confianza en Dios, pero al mismo tiempo de mucha entrega para que se diera un cambio, una Guatemala distinta”, refiriéndose a ellos como “líderes en la Iglesia” que conjugaron muy bien “el compromiso de hacer que en sus comunidades se viviera de acuerdo al proyecto de Dios, logrando que creciera el Reino de Dios, que se hiciera realidad el anuncio de liberación, de vida en abundancia que Jesús nos ofrece a todos”. Destacó, además, que “estos hombres valientes no se detuvieron ante ningún tipo de amenaza, siendo perseguidos, torturados y asesinados por quienes consideraban las enseñanzas del Evangelio como un peligro para los intereses de los poderosos”.

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