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De lo nuestro | Historias Heterodoxas

Engañando a un ministro

El alcalde mierense Manuel Fernández simuló el descarrilamiento de un vagón para que Martín de Rosales escuchase sus reivindicaciones

Entre las anécdotas que se recogen en el pequeño libro editado con motivo del 185 aniversario de la independencia de nuestro Ayuntamiento (Mieres) figura una contando la dimisión de don Manuel Fernández, el alcalde que dejó su sillón el 30 de octubre de 1917 tras quedar en minoría tras una votación del pleno municipal. Se trataba de una propuesta de los socialistas y los republicanos en apoyo a un manifiesto que la Lliga Regionalista catalana había publicado exigiendo más poder para los territorios diferenciados del Estado y él, que estaba en contra, puso fin de esta manera a su mandato iniciado el 1 de enero de 1916.

Como vemos, Manuel Fernández estuvo poco tiempo rigiendo esta villa, pero dejó huella por su manera de actuar para conseguir aquello que consideraba justo, saltándose las normas y alterando el orden público sin ningún miramiento cuando la vía del diálogo se le que quedó corta.

Según el turonés Manuel Jesús Suárez “Lito” uno de estos episodios se vivió en julio de 1916 al negarle su ayuda la empresa “Ortiz-Hermanos” para establecer una escuela en Misiego; entonces el Alcalde simuló el hundimiento de una alcantarilla en la carretera de Turón impidiendo la circulación de los treinta carros que llevaban su carbón hasta la estación de Santullano. Para evitar mayores pérdidas, los patronos no tardaron en asumir los gastos de la nueva escuela a condición de que el Ayuntamiento volviese a normalizar el paso del mineral por la calzada.

La anécdota que hoy les voy a contar es aún más pintoresca y tuvo por protagonista a un ministro. La explicó el mismo Manuel Fernández en el ejemplar especial publicado por el semanario “Comarca” para las fiestas patronales de 1963. También la fechó en 1916, aunque sabemos que ocurrió realmente en junio de 1917, pero este error es comprensible sí tenemos en cuenta que el alcalde recordaba unos hechos vividos 46 años atrás.

El ministro en cuestión fue don Martín de Rosales y Martel, otro personaje curioso que ocupó numerosos cargos públicos en el primer tercio del siglo XX y que a pesar de ostentar los títulos de duque de Almodóvar del Valle y marqués de Alborroces era progresista y liberal

Aunque había nacido en Madrid inició su carrera política como diputado “paracaidista”, primero por A Estrada en Pontevedra y luego en varias ocasiones por Lucena en Córdoba; también fue subsecretario de Instrucción Pública, de Gracia y Justicia y de Gobernación, director general de Agricultura y de Comunicaciones, fiscal del Tribunal Supremo y ministro de Fomento y de Gobernación.

Engañando a un ministro

Aunque se le recuerda sobre todo por las decisiones que tomó como alcalde de la capital de España, todas destinadas a modernizar la villa. Algunas, como la ampliación del paseo de la Castellana o la creación de la hemeroteca municipal de la villa, tuvieron buena acogida, pero otras fueron discutidas por un sector de la población que se oponía a estos cambios: inició una cruzada personal contra los juegos ilegales, impidió la circulación de carros de dos ruedas tirados por tres o cuatro mulas por las calles -lo que provocó una huelga de carreteros- y hasta llegó a prohibir la venta callejera de castañas.

Don Martín de Rosales estuvo al frente del ministerio de Fomento menos de dos meses –entre el 19 de abril y el 11 de junio de 1917– y lógicamente le dio tiempo a poca cosa, pero desde el primer día dejó claro que su mayor interés estaba en mejorar el tráfico ferroviario.

Con este empeño se dirigió Asturias para tratar de solucionar el problema que afectaba al paso de Pajares donde cada medianoche se cortaba el paso para revisar los túneles de la línea, lo que causaba un atasco permanente en las estaciones de La Cobertoria y Fierros de los trenes que llevaban el carbón al mercado peninsular.

En el programa oficial estaba previsto que el ministro se desplazase hasta las instalaciones de la Hullera Española con lo que tenía que pasar obligatoriamente por el término municipal de Mieres. Sin embargo no se había incluido ninguna parada en la villa, aunque el Alcalde deseaba transmitirle su preocupación por el estado de algunas infraestructuras. Manuel Fernández pidió consejo a los dos concejales más significados de la oposición, Vital Álvarez Buylla y Manuel Llaneza, quienes le dieron carta blanca para que forzase esta visita como quisiese, dejando de lado las diferencias entre partidos para buscar el beneficio de esta villa.

Ya con las manos libres, nuestro regidor volvió a demostrar que su audacia no tenía límites: el día previsto, el gobernador, el empresario Inocencio Figaredo, el alcalde de Oviedo y él mismo fueron a recibir al ministro hasta Villamanín y luego bajaron el puerto en un tren especial para encontrarse en la estación de Mieres con que un vagón descarrilado impedía seguir la marcha. Así que los viajeros no tuvieron otro remedio que bajarse del convoy.

La argucia se había preparado con la ayuda de Somines, entonces director del Vasco Asturiano, y el ministro fue conducido hasta el ayuntamiento donde descubrió con sorpresa de que los veintisiete concejales lo esperaban situados en la escalera para agasajarlo con una recepción en la que abundaron los pasteles, los cigarros y el especialmente el champán. Con la alegría de las burbujas, una hora más tarde Martín de Rosales y Manuel Fernández ya eran amigos. Tanto que cuando la vía quedó expedita, el ministro invitó al Alcalde a que lo acompañase hasta Ribadesella para que inspeccionase con él espigón de aquel puerto.

No sabemos si también hubo champán en el tren especial, pero sí se descorchó con generosidad en la villa costera. Allí esperaba María Josefa Argüelles Díaz, II marquesa de Argüelles, otra mujer que destacó en los años 20 y 30 por las fiestas que ofrecía en su casa madrileña a los aristócratas y artistas del momento.

La marquesa tenía una de sus propiedades en Ribadesella, “Villa Cochola”, hermosa construcción que aún está en pie, aunque en 1963 se le adosó un edificio para convertirla en hotel. En sus salones estaba preparado otro banquete y volvieron a llenarse las copas, de manera que entre el retraso de Mieres y lo agradable del ágape fue pasando el tiempo y la inspección del espigón quedó en un segundo plano.

Cuando alguien recordó que aquel era el motivo de la visita, ya había anochecido. Manuel Fernández escribió en “Comarca” lo que ocurrió entonces: “Y allá nos fuimos –no faltaba más– y el ministro saca una caja de cerillas, enciende una, y otra… mira lo que se precisaba hacer, y da por terminada su misión”.

Es posible que la despreocupación del ministro tuviese una explicación que sus anfitriones desconocían, porque en aquel momento el partido liberal estaba inmerso en una crisis cuyo alcance solo él sabía: al día siguiente regresó a Madrid para encontrar que el gabinete que dirigía Manuel García Prieto estaba roto y él perdía su cargo.

El 11 de junio de 1917 Eduardo Dato volvía a encabezar otro proyecto de Gobierno al frente de los conservadores y Martín de Rosales era sustituido por Luis Marichalar. El proyecto de Ribadesella quedó en el aire y la factura que tuvo que pagar el Ayuntamiento de Mieres por el agasajo ascendió a seiscientas pesetas. El alcalde Manuel Fernández puso punto final a su crónica en “Comarca” recordando con humor que él también había perdido una noche de sueño redactando aquella memoria con las necesidades de Mieres, que no sirvió para nada.

El 7 de diciembre de 1922 la política nacional dio otro giro y el duque de Almodóvar volvió a ser ministro, esta vez con la cartera de Gobernación hasta el 15 de septiembre de 1923. Al leer su biografía vemos que no fue mal político y parece que también supo disfrutar de la vida: se casó en enero de 1931, a los 59 años, y falleció seis meses después.

Cuando ocurrió lo que les acabo de contar Manuel Fernández militaba en el partido reformista de Melquiades Álvarez, pero su corazón siempre fue socialista y tras la proclamación de la República solicitó el reingreso en la Agrupación de Turón a la que ya había pertenecido en su juventud. Pagó por ello y después de la guerra fue condenado a muerte, aunque la pena fue conmutada y estuvo en la cárcel hasta 1943. Ya en libertad, la sociedad franquista no perdonó su pasado y tuvo que rehacer su vida en La Rioja sin perder el contacto con Mieres, ya que siempre que pudo regresó a su valle.

Murió en Gijón el 7 de marzo de 1969 con 86 años cumplidos y lo recordamos como uno de los alcaldes más peculiares de nuestra historia.

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