La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

de lo nuestro Historias Heterodoxas

Nunca bandoleros, siempre guerrilleros

El régimen dictatorial y algunos escritores neofranquistas se han afanado en distorsionar la terminología de los perseguidos por el régimen

La guerrilla antifranquista prolongó su actividad en Asturias desde el otoño de 1937 hasta el 14 de octubre de 1952 cuando Ramón González fue descubierto en una casa de La Camocha en Gijón y decidió dispararse en la sien antes de caer en manos de sus perseguidores. Quienes lograron sobrevivir a aquellos quince años de lucha y los descendientes y amigos de los que cayeron siguen defendiendo actualmente que ellos fueron guerrilleros y no bandoleros, como los quiso denominar el franquismo con intención de quitar el matiz político que tuvo su resistencia y disminuir el apoyo popular sin el que su actividad no hubiera podido mantenerse tanto tiempo.

El empleo de uno u otro término no resulta inocente, y algunos escritores neofranquistas, que sin haber pisado nunca una Facultad de Historia critican a los profesores e investigadores que han dedicado su vida al estudio de la España contemporánea, siguen refiriéndose a los guerrilleros como bandoleros, porque su existencia les estorba a la hora de dibujar al nacionalcatolicismo como una sociedad ideal y pacífica. Pero la realidad es que no hacen otra cosa que seguir las directrices que ya marcaron sus maestros hace mucho tiempo.

Veamos un artículo publicado en 1968 en el primer número de la Revista de Estudios Históricos de Guardia Civil, firmado por el entonces teniente coronel Eduardo Munilla Gómez. Lo tituló “Consecuencias de la lucha de la Guardia Civil contra el bandolerismo en el periodo 1943-52” y en él aportó informaciones muy interesantes para conocer lo sucedido en este periodo que fue el más álgido de la guerrilla posfranquista. Por ejemplo, las cifras manejadas por el Instituto que resumen la actividad de esa década:

Hechos delictivos: 8.275; bandoleros muertos: 2.166; capturados y presentados: 3.382; guardias civiles muertos: 256; heridos: 368. Por último, detenidos como enlaces, cómplices y encubridores: 19.407.

Aunque el autor del informe tuvo la precaución de aclarar que en realidad algunos de estos datos podrían ser muy superiores, ya que muchas acciones no fueron denunciadas cuando ocurrieron por temor a las represalias de los bandoleros y, también era habitual que los heridos se ocultasen sin que los guardias llegaran a saber que los habían alcanzado.

Pero, al margen de estos datos, ahora nos interesa detenernos en uno de los apartados del artículo donde se argumenta sobre la necesidad de referirse siempre a la resistencia antifranquista con el término “bandoleros” en vez de “guerrilleros”. Esta orden se justifica tanto desde el punto de vista psicológico ante la población civil como propagandístico, porque “ya sabemos que en todo tiene una gran importancia el nombre que se le adjudica. De que este sea agradable, bravío y simpático, a que sea desagradable, ridiculizante y hasta ofensivo hay una gran diferencia”.

Por otra parte, esta publicación de 1968 no hacía más que incidir en una circular de 22 de mayo de 1945: “Queda terminantemente prohibido designar a las partidas de atracadores que actúan en distintos lugares de la Península con el nombre de ‘huidos’, ‘maquis’, ‘guerrilleros’, ‘rebeldes’ etc., que ellos desean ostentar para dar a su actuación aspecto político y militar, por lo tanto, en lo sucesivo, siempre que se designe a tales malhechores se hará con el nombre de bandoleros o atracadores, como corresponde a los delitos comunes que cometen, extendiendo esta denominación a los que procedentes de Francia desarrollan sus criminales actividades en la zona fronteriza o en el interior”.

La Guardia Civil apoyaba además la denominación de bandolerismo en cinco delitos que según ellos habían practicado habitualmente los guerrilleros: actuaban en bandas, cuadrillas o partidas; robaban para su beneficio personal; mataban para vengarse por razones personales; violaban para satisfacción sus instintos y secuestraban con un exclusivo afán de lucro: de todo ello se deducía que “ninguna finalidad militar ni idealista había en sus actos”.

Inmediatamente llama la atención ver cómo se contradice esta conclusión con el hecho de que los detenidos como bandoleros fuesen juzgados en consejos de guerra por tribunales militares a pesar de que según ellos los detenidos eran delincuentes comunes que actuaban en su propio provecho. Pero también es fácil ir desmontando el resto de los puntos.

Según Ramón García Piñeiro –el mejor experto en la historia de la guerrilla asturiana–, aunque hubo grupos que operaron en otras zonas, su plaza fuerte fue la cuenca minera asturiana; es decir, los concejos de Laviana, San Martín del Rey Aurelio, Langreo, Aller, Lena, Mieres, Morcín y Riosa, con un anillo periférico que incluyó a Quirós, Teverga, Bimenes y Piloña; con una geografía difícil que dificultó la coordinación entre ellos, hasta el punto de que “a veces había aislamiento incluso dentro de una misma partida”.

Resulta complicado sostener que los bandoleros fueron delincuentes comunes cuando hay informes policiales que hablan de su adiestramiento militar por parte de los maquis de la Resistencia francesa

decoration

Atendiendo a su ideología, hubo pocos republicanos que se echaron al monte, y, debido a la desaparición de sus partidos, los que lo hicieron acabaron integrándose en grupos de otras ideologías. Sí existieron grupos anarquistas, sobre todo en la Cuenca del Nalón, procedentes de la CNT y la FAI que tradicionalmente habían tenido mucha implantación en Langreo y La Felguera, pero fueron desarticulados en los dos primeros años de la posguerra.

Sin embargo, resistieron socialistas y comunistas, que crearon sus propias organizaciones, como la Federación de Guerrillas de León-Galicia, en la que más tarde se iban a inspirar las Agrupaciones Guerrilleras y recibieron consignas y directrices de sus respectivos partidos

Los guerrilleros socialistas asturianos también contaron con su propio Comité del Monte antes de dejar las armas el 23 de octubre de octubre de 1948 por mandato de Indalecio Prieto para zarpar en un barco que los llevó desde el puerto de Luanco hasta San Juan de Luz, algo imposible si no hubiesen estado coordinados más allá de sus propias partidas.

Por su parte, aquel mismo año los comunistas también conocieron el cambio de estrategia de Stalin para que los españoles abandonasen la lucha y se infiltrasen en los sindicatos franquistas, aunque en este caso su disolución fue más dolorosa porque los guerrilleros siguieron combatiendo y tuvieron que enfrentarse tanto a las fuerzas represivas como a las disputas con los camaradas enviados por el Partido desde el exterior para imponer sus órdenes.

En cuanto a las otras acusaciones, es cierto que por toda España abundaron los casos de robos y violaciones por personas que se hicieron pasar por guerrilleros, pero dentro de la guerrilla estas actuaciones fueron contadísimas, entre otros motivos porque se buscaba el apoyo popular, marcando distancias con el comportamiento de sus perseguidores que aplicaban habitualmente las palizas, torturas, destrucción e incautación de bienes familiares y en muchas ocasiones la violencia sexual.

Aunque en el Archivo Histórico del PCE se guardan muchos documentos de la guerrilla en los que se prohíbe mantener relaciones sexuales no consentidas, robar indiscriminadamente o asesinar a civiles inocentes, citando de nuevo a García Piñeiro en Asturias sí hubo algún testimonio de violaciones, pero fueron excepcionales, y en algún caso respondieron al intento de las mujeres involucradas de evitar las represalias derivadas por haber tenido relaciones con un guerrillero.

Aquí no llegó a redactarse un estatuto del guerrillero, pero siempre se actuó guardando unos mínimos éticos y tratando de perjudicar a los derechistas, por lo que se procuró secuestrar o realizar incautaciones a familias identificadas con el Régimen, mientras que cuando fue preciso quedarse con enseres, alimentos o animales de alguien de izquierdas se le pagó más de su valor real.

Sin embargo, es cierto que en ocasiones los guerrilleros mataron por venganza y Asturias fue la región en la que se registraron más muertes por atentado personal: 148 ejecuciones, la gran mayoría personas identificadas con la represión o colaboradores de la Guardia Civil. Uno de estos casos lo protagonizó Manuel Rubio “el Rubio de La Inverniza”, que tras haber sido herido en una emboscada el 1 de noviembre de 1949, en la que también perdieron la vida dos de sus compañeros, volvió dos años más tarde al pueblo en el que vivía la mujer que los había delatado, acabando con ella y su familia.

Aunque también hubo acciones puntuales como la de Onofre García, quien se vengó de un vecino que le había dejado tuerto de un disparo de escopeta matándolo junto a uno de sus hijos. Pero, aun así, el número de víctimas ocasionado por venganzas de la guerrilla es incomparable con el que sumaron las fuerzas que los persiguieron o las contrapartidas de falangistas.

Por otro lado, es muy difícil sostener que los guerrilleros fueron delincuentes comunes cuando abundan los informes policiales en los que se habla de su preparación militar y del adiestramiento que recibieron por los maquis que se incorporaron desde la Resistencia francesa, o del apoyo económico y de propaganda que recibieron de sus partidos en el exterior. Así son las cosas.

Compartir el artículo

stats