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A veinte kilómetros de Oviedo

La instalación del Instituto de Silicosis y la polémica de Minas: Mieres ya tenía Escuela de Capataces un siglo antes de que hubiera en la capital

A veinte kilómetros de Oviedo

El 12 de noviembre de 1968 concluyó una huelga en la minería del Caudal que se había iniciado treinta y tres días antes por una sanción a unos trabajadores de mina Baltasara. El paro se mantuvo durante treinta y tres días y cuando se decidió volver al tajo la documentación del expediente de crisis ya estaba en la Delegación de Trabajo e implicaba que 412 trabajadores quedaban en la calle y otros 180 pasaban a depender del subsidio de desempleo. Finalmente se solucionó satisfactoriamente para todos, pero este conflicto tuvo unos meses más tarde otra inesperada consecuencia para la minería.

Un representante de los trabajadores del pozo Polio, cuyo nombre desconocemos, en medio de una de las reuniones de conciliación, planteó que la creación en Asturias de un hospital especializado en tratar la silicosis, lo que además de ayudar a la resolución de uno de los principales problemas que afectaba a los mineros, iba a ser una buena medida para contribuir a la paz social en la región. La propuesta llegó hasta el ministro de la Gobernación José Solís Ruiz, quien asumió el compromiso de llevarla a buen término y el 18 de julio de 1970, fecha emblemática para el Régimen franquista, el ministro de Trabajo Licinio de la Fuente ya inauguró en Oviedo el Instituto Nacional de Silicosis.

El edificio se hizo muy cerca del complejo hospitalario que ya existía en la capital de Asturias y para las fotos de propaganda de aquel día hubo que traer enfermos de otros centros. Al principio corrió el rumor de que los pacientes que acudían al Instituto eran usados como conejillos de indias para otras investigaciones, pero poco a poco aquella leyenda fue perdiendo fuerza y diez años más tarde el servicio de neumología ya atendía una media anual de 13.300 pacientes.

Pero si nos quedamos en el momento en el que llegó a Mieres la primera noticia que anunciaba la creación del Hospital, debemos recordar que hubo quien planteó la posibilidad de que se emplazase en esta villa porque lógicamente la gran mayoría de sus usuarios eran de aquí y no existía razón para que las ambulancias tuvieran que trasladarlos por la infernal carretera de El Padrún y sus familiares sufriesen la molestia de los desplazamientos cada vez que querían visitarlos.

Además, este era entonces un lugar en constante crecimiento e incluso, yendo a lo más prosaico, con un buen ambiente para la vida social de los médicos, ya que la mayor parte de la plantilla que trabajaba en la Residencia Sanitaria de Murias, inaugurada en 1954, residía aquí y muchos profesionales tenían abiertas consultas en la población.

Sin embargo, se dijo y se asumió que los veinte kilómetros que separaban Mieres de Oviedo eran una minucia. Nadie tosió, salvo los silicosos que no podían evitarlo, y centenares de mineros volvieron a hacer el viaje de regreso por El Padrún, pero esta vez en un coche fúnebre.

Desde entonces las carreteras, los vehículos y la comodidad de los viajes han mejorado enormemente, pero para algunos los veinte kilómetros son una distancia insalvable.Y este es uno de los argumentos que exponen quienes ahora se oponen al traslado desde la capital de la Escuela de Minas, junto a la pérdida de prestigio de la institución o su arraigo entre los centros educativos ovetenses.

Como historiador no me toca valorar lo del prestigio y les aconsejo que si ustedes quieren hacerlo, eviten consultar la Wikipedia, porque pueden hacerse una idea equivocada al encontrar que en esa página se citan como “alumnos ilustres” de la Escuela de Oviedo a Gabino de Lorenzo, exalcalde de la ciudad; Javier Fernández, expresidente de este Principado; el conocido empresario Victorino Alonso y Jorge Menéndez Vallina, presidente del Real Oviedo.

Lo que sí puedo hacer es indagar en las hemerotecas para ver cuál es el concepto de prestigio que tienen algunos de sus mentores. Y así me encuentro con la entrevista que se realizó a un conocido profesor, quien después de pasar en sus aulas 36 años recordaba con nostalgia como las fiestas organizadas por los alumnos de la Escuela eran famosas en la región y a ellas acudían las muchachas atraídas por un lamentable dicho machista de la época: “De la mar el mero y de la tierra el ingeniero”. Además, cuando aprobaban la asignatura de motores en tercer curso recibían el carné de conducir y en ese paso del Ecuador se celebraban bailes presididos por madrinas de prestigio. En el caso del informante acudió Carmen Martínez-Bordiú, la nietísima de Franco,y más tarde, en la fiesta de fin de curso estuvo Irene de Holanda:“Vinieron 800 personas al baile, fue espectacular”.

Debemos reconocer que estos fastos son un listón muy alto para las expectativas que puede ofrecer Mieres. Aquí solo podemos dar a los ingenieros unas instalaciones inmejorables, amplias, casi de paquete, y la tradición minera de un pueblo que hasta muy poco vivía del carbón y moría por él. Aunque, cuidado, porque este argumento en estos momentos puede volverse en nuestra contra.

Repasando de nuevo la prensa vemos como justifica otro defensor de la Escuela la permanencia en Oviedo con esta frase lapidaria: “Trasladar los estudios rumbo al campus de Barredo, como pretende el rector, Ignacio Villaverde, es un escarnio”. Resulta que según un estudio realizado por la misma institución, el enorme prestigio que les decía más arriba se traduce en realidad en –cito textualmente– “la mala imagen de estos estudios, que no consiguen enganchar a los jóvenes porque, particularmente en Asturias, se han ligado demasiado a la actividad extractiva del carbón, en clara decadencia en el Principado”.

Quien así opina es el doctor ingeniero de Minas Juan José del Campo, con un amplísimo currículo empresarial, que propone para remediar los bajos números en las matrículas de los estudiantes potenciar las salidas profesionales relacionas con la industria y, más en concreto, con la transición energética. Creo que en Mieres también estamos deseando afrontar este reto, aunque para ello no haga falta, como él dice “sacudirles a estos estudios el hollín del carbón”.

Seguramente esta es la clave de todo el problema. Supongo que el Campus de Barredo está tan urbanizado como la calle de la Independencia de Oviedo, pero además ya hace tiempo que aquí no hay carbón. Aquellos profesores que lo duden, deben saber que pueden venir mudados desde la capital sin miedo a que el hollín manche sus camisas porque desde hace años el verde de los montes se ha comido las escombreras y las truchas nadan felices en el río Caudal.

Dicen que la Escuela de Ingeniería de Minas, Energía y Materiales de Oviedo tiene una larga historia que avala su permanencia en la capital. Yendo otra vez a la prensa antigua, vemos que fue creada mediante el Decreto 1283/1959, de 16 de julio. Una jovenzuela si la comparamos con nuestra Escuela Práctica de Capataces de Minas, que la supera en más de un siglo, ya que se abrió en 1854, aunque en aquel momento aún no tenía edificio propio y hubo que alquilar seis cuartos en el noble Palacio de Camposagrado y una casa próxima para los profesores.

Entonces también se dispuso una mina próxima para la formación de los alumnos, algo que por lo visto ya no necesitan ahora los ingenieros, pero aún así tampoco fue fácil defender su permanencia en esta sufrida villa. En la historia de nuestra Escuela figuran breves traslados a Langreo e incluso al mismo Oviedo, donde lógicamente estuvo a punto de desaparecer, e incluso un cierre durante el curso 1870-71.

Por su parte, cuando la Escuela de Oviedo echó a andar dependía administrativamente de la de Madrid, que era la única de ingeniería minera existente en España. Si ustedes conocen el viejo refrán que reza “Hijo eres, padre serás, tal hubieres, tal habrás”, deben saber que en este caso se cumplió exactamente, porque muchos de los argumentos con los que ahora se ataca desde Oviedo al Campus de Mieres, se lanzaron entonces desde Madrid contra la nueva instalación de Oviedo; incluso hubo huelgas de alumnos y protestas con enfrentamientos policiales porque los madrileños consideraban que la ubicación provinciana de la nueva Escuela iba contra el prelstigio de la profesión.

Ya ven qué cosas, el problema de aquellos ingenieros de la Corte no era el hollín de carbón, pero tenían miedo a que su imagen quedase maltrecha si se asociaba a una región en la que muchos de sus habitantes aún seguían calzando madreñas. Distintos prejuicios para una situación muy parecida. Ahora parece que por fin se confirma el traslado a Mieres y dentro de cinco años veremos los resultados. Aquí vamos a poner todos los medios para que los agoreros se equivoquen.

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