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De la mina salgo amigo, de la mina compañero

Algunos de los mejores intelectuales de la época dieron resonancia internacional a las luchas mineras de los 60 con el libro "Asturias"

De la mina salgo amigo

De la mina salgo amigo / Ernesto BURGOS

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Mi compañero de tertulia Miguel Ángel Fernández Palacios, bibliófilo recalcitrante, me ha enseñado uno de esos libros curiosos y difíciles de encontrar que nos ayudan a entender nuestra historia reciente. Se trata de la obra "Asturias" que adquirió recientemente en ese pozo de sorpresas que es el puesto de Narciso en el mercado dominical de Mieres.

La obra fue editada en 1964 por el Cercle d´Art en París y recoge una colección de textos y grabados de un colectivo de artistas españoles en apoyo de las huelgas mineras de los primeros años 60. Son 96 páginas de buen formato con 46 ilustraciones impresas a toda página en las que se combinan las aportaciones de algunos de los mejores pintores, escultores, novelistas y poetas de aquellos años: Federico Semprún, Blas de Otero, Juan Rejano, Max Aub, Marcos Ana, María Teresa León, Eduardo Arroyo, Juan García Ripollés, Agustín Úbeda y Hernando Viñes entre otros.

Todos pusieron lo mejor de sí mismos, pero alguna colaboración resultó especialmente afortunada, como la famosa mano sujetando una lámpara minera de Pablo Picasso que se convirtió en un símbolo de estas luchas o el poema de Rafael Alberti que da título a esta historia: "De la mina salgo amigo, / de la mina compañero. / Soy minero barrenero / ven conmigo. Como ayer contigo fui, / hoy contigo también voy; / que no sería quien soy / si no te siguiera a ti. / Mi mano y mi corazón, / ¡contigo!, que Asturias grita, / como ayer: ¡Viva el Nalón / y Viva la dinamita! ".

Los autores trabajaron de manera desinteresada y el libro se vendió con una tirada corta pero de alto precio destinada a financiar la resistencia de los obreros asturianos. Con esta acción quisieron seguir la senda que habían abierto en el mes de octubre de 1963 ciento dos intelectuales de diferentes tendencias políticas firmando conjuntamente una carta dirigida al ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, en la que denunciaron la represión sufrida por los huelguistas que habían sido detenidos pocas semanas antes.

La huelga de 1962 es suficientemente conocida y el año pasado, con motivo de su sesenta aniversario, se trató adecuadamente en mesas redondas y conferencias; también se han publicado libros y artículos y celebrado homenajes con la presencia de sus veteranos protagonistas, pero la que pasó al año siguiente del conflicto aún tiene muchos aspectos pendientes de estudio.

Este segundo envite de los mineros contra el franquismo se produjo entre la última semana de junio y finales de septiembre de 1963 cuando todavía muchas familias vivían las consecuencias de la anterior. Más de 40.000 trabajadores volvieron a parar, aunque en este caso la novedad estuvo en que las habituales peticiones de incremento salarial y mejoras de las condiciones laborales se vieron acompañadas por reivindicaciones de tipo sindical y sobre todo políticas que la convirtieron en un desafío frontal al Régimen.

Por ello, la reacción policial no se hizo esperar y el Gobierno dio carta blanca para frenarla por cualquier medio. La labor de chivatos y confidentes permitió detener con rapidez a los dirigentes que más se habían destacado en la convocatoria del paro y se multiplicaron las palizas y los interrogatorios con violencia, que no se limitaron solo al territorio asturiano. Esta situación fue dada a conocer por la prensa clandestina de los partidos ilegales y difundida después desde radio Pirenaica a toda Europa, donde la reacción fue inmediata: en varios países se convocaron manifestaciones de repulsa en las que los emigrantes españoles desfilaron por las calles junto a los sindicalistas y políticos extranjeros.

Los ciento dos intelectuales dieron los nombres de algunos torturadores y relataron casos concretos, por ejemplo lo ocurrido tras la detención el 3 de julio de Tina la de La Joécara y Anita Sirgo por echar maíz al paso de los esquiroles. A las dos mujeres, después de haber sido interrogadas y golpeadas en los calabozos de la calle Dorado de Sama de Langreo, se las rapó el pelo al más puro estilo fascista por orden del capitán de la Guardia Civil, Fernando Caro Leiva.

El pintor Eduardo Arroyo, quien fue uno de los colaboradores del libro que ahora estamos comentando, volvió a retomar en 1968 el tema de las dos mujeres con el pelo cortado centrándose en la imagen de Tina, a la que representó en varios oleos y litografías. Lo hizo dibujando su cabeza desde diferentes ángulos, con distintos fondos y colores y añadiendo algunos accesorios típicos de la España "cañí", en una serie que puede verse actualmente en varios museos nacionales como ejemplo del arte de aquellos años.

Además, al capitán Caro Leiva se le hizo también responsable de otras palizas y atrocidades, como la castración de un minero, e incluso se le acusó de haber matado a un detenido en una sesión de torturas, por lo que el escrito se cerró pidiendo una investigación para aclarar la realidad de estos hechos y determinar su implicación y la de su ayudante el sargento Pérez en los mismos.

En un intento de calmar los ánimos, el día 30 de septiembre el Consejo de Ministros ordenó el arresto domiciliario del capitán y del sargento, que han pasado a la historia negra del movimiento obrero asturiano como símbolos de la brutalidad policial del franquismo tardío. Sin embargo, el 3 de octubre el ministro Manuel Fraga respondió a la carta de protesta negando los hechos, acusando a la prensa internacional de izquierdas de irresponsabilidad y calificando a los intelectuales de meros peones manipulados por el comunismo, según la idea del aparato de propaganda del Gobierno que acuñó el término de "tontos útiles" para quienes seguían las consignas de los partidos clandestinos sin militar en ellos.

El ministro fue contestado en aquella ocasión tanto por los firmantes del documento como por los propios afectados, que sumaron a los nombres de los dos guardias civiles el del comisario Claudio Ramos; también los presos políticos de la cárcel de Burgos aprovecharon para hacer públicas sus propias experiencias queriendo demostrar que la brutalidad policial contra los mineros no era un hecho aislado.

Unos meses más tarde, en la noche del 31 de marzo al 1 de abril, en el curso de un conflicto en la fábrica metalúrgica Moreda, de Gijón, el obrero José Manuel Laviada, que se había destacado en las asambleas, fue encontrado malherido a causa de una paliza en el portal de su casa; falleció en el hospital y poco después lo enterraron sin ninguna ceremonia ni nota pública.

No sabemos si este suceso fue conocido por los mineros del Nalón, pero el 14 de abril volvió a declararse una huelga que afectó inicialmente a Carbones asturianos y Carbones La Nueva. Las dos explotaciones se reincorporaron seis días más tarde ante la promesa de una solución rápida, pero sin hacer caso de este pacto el día 21 no se trabajó en El Fondón, el 22 siguió Modesta y luego fueron sumándose otros pozos del Nalón y del Caudal de manera que el 4 de mayo toda la Montaña Central estaba parada e incluso una parte de la plantilla de Duro Felguera se quedó en casa.

Repasando los panfletos que se tiraron entonces por Langreo y Mieres encontramos dos peticiones concretas: por un lado, puestos de trabajo compatibles para los silicóticos de primer grado y pensión equivalente al salario real para los de segundo y tercer grado; por otro, salario mínimo básico entre 180 y 200 ptas.

Pero también aparecen otras demandas políticas como la amnistía para los presos político-sociales y el cese de la injerencia policial en los asuntos laborales, la exigencia de puesta en libertad de los detenidos que aún estaban en prisión desde el conflicto del verano de 1963, el derecho de huelga y el derecho a crear sindicatos con independencia absoluta de los patronos, el Movimiento y el Estado.

Por otro lado, el periódico "Lucha Obrera", portavoz de la Oposición Sindical Obrera, una organización vinculada al Partido Comunista que fue reemplazada poco después por las Comisiones Obreras, publicó un editorial reconociendo que la huelga tenía una intención económico-política y su éxito se debía a que en ella combatían unidos comunistas, socialistas, católicos, sindicalistas y trabajadores sin tendencia.

El libro "Asturias" es un resumen de estos tres años convulsos: los textos y dibujos se centraron en la huelga de 1962, aunque fueron hechos y reunidos en 1963 y no se publicaron hasta el tercer trimestre de 1964. La solidaridad de los intelectuales y artistas españoles con las reivindicaciones de los trabajadores quedó sellada con esta edición, pero se prolongó en los conflictos que siguieron, algunos tan sonados como el asalto a la comisaría de Mieres en marzo de 1965 o el encierro de once mineros en mina Llamas de Ablaña en febrero de 1967. Aún quedaba mucho camino antes de que por fin se empezase a ver el final del túnel.

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