Nostalgia del "turullu" y orgullo minero: así viven (y sienten) los vecinos la desindustrialización de las Cuencas

Un estudio pionero aborda el impacto social del fin del carbón en los valles del Nalón y el Caudal

Las chimeneas de Fábrica de Mieres, en plena actividad, en los años sesenta. | LNE

Las chimeneas de Fábrica de Mieres, en plena actividad, en los años sesenta. | LNE / C. M. Basteiro

Si usted es vecino de las cuencas mineras, seguramente lo ha sentido. Esa punzada en el estómago cuando pasea junto a un castillete oxidado. O cuando recuerda el trajín de una fábrica ahora abandonada. Que sepa que ese sentimiento, tan difícil de explicar a los de fuera, tiene un nombre. En Inglaterra, sociólogos como Jefferson Cowey lo han denominado "nostalgia de las chimeneas". Aquí, con permiso de los académicos, podría bautizarse "nostalgia del turullu".

Existen pocos estudios sobre este fenómeno, el alcance sociológico de la desindustrialización y el despoblamiento. Andrea Menéndez (Sama, 1995), Historiadora del Arte e investigadora predoctoral en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), acaba de publicar el artículo académico "Imaginarios, despoblación y desindustrialización. El caso de las Cuencas Mineras asturianas". Se trata de un estudio pionero en el que han participado treinta vecinos de las comarcas del Nalón y el Caudal, de entre 19 y 70 años. La investigación concluye que los habitantes de la zona reflexionan sobre la desindustrialización y presentan tres tipos de discursos: "Estrategias de escape" frente a la situación actual, "añoranza" del tiempo pasado (esa "nostalgia del turullu") y "resignación". En su mayoría, y a pesar del final de la minería, siguen sintiéndose "mineros". Los castilletes se oxidan, la identidad se mantiene intacta.

Andrea Menéndez trabaja en el Departamento de Historia del Arte de la UNED de Madrid, aunque actualmente se encuentra en Colombia por motivos laborales. Su doctorado analizará las nuevas centralidades en grandes ciudades de Latino América.

El artículo sobre las cuencas mineras no está relacionado con lo que está investigando ahora Menéndez. Pero es imposible separar lo que haces de lo que eres. Así que la historiadora del arte se sintió muy identificada cuando leyó la siguiente publicación, escrita por la periodista Raquel Peláez en la red social "X" (anteriormente "Twitter"): "Hay un tipo de tristeza muy específico que se instala en la gente que se queda a vivir en lugares que algún día fueron prósperos y que ahora se despueblan (...). La ‘depresión por vaciado’ es un problema nacional (...)".

Y Deva Menéndez pensó sí, que era un buen nombre para lo que ella había visto en su entorno. Así comenzó esta investigación, en la que participaron siete jóvenes de entre 19 y 26 años; trece adultos en activo (26-65 años) y diez personas mayores de 65 años. Procedían de Langreo, San Martín del Rey Aurelio, Mieres, Lena y Aller.

Un ochenta por ciento de los entrevistados se sintieron "completamente de acuerdo" con las palabras de la periodista Raquel Peláez. Conocían, a la perfección, el sentimiento de la "depresión por vaciado". Pero los discursos de afrontamiento a esta situación fueron distintos.

Los que son naturales de las Cuencas pero se desplazaron a otros lugares –Oviedo y Gijón, entre otras– muestran discursos de "escape o evitación". El segundo grupo, el de la resignación, mostró discursos de "resentimiento" hacia líderes políticos y sindicales. Los que mostraron "añoranza", relacionados con esa "nostalgia de la chimenea" –o del turullu–, hacen una lectura del proceso "desde la tragedia de la pérdida de puestos de trabajo, negocios y riqueza".

Los espacios

Menéndez, más allá de los discursos, también investigó la "cuestión espacial". Es decir, la relación de los vecinos con un entorno lleno de recuerdos patrimoniales de lo que fue y ya no es. Tuvo en cuenta el punto de vista de los entrevistados en referencia a elementos como castilletes, torres de refrigeración y barriadas; entre otros.

El estudio, que ha sido publicado en la revista ERÍA de la Universidad de Oviedo, refleja tres grupos de elementos patrimoniales en el "imaginario visual" de los vecinos de las Cuencas. Los primeros son los espacios "perdidos"; los que ya no existen pero siguen en la cabeza de todos los que lo conocieron –algunos ejemplos serían Fábrica de Mieres o Talleres Soldevilla (Langreo)–. Aquí también se encuentran otros tipos de patrimonio, un caso muy específico de las cuencas mineras es el "patrimonio acústico"; el recuerdo de las horas a las que sonaba el "turullu".

Los "espacios de nostalgia" son aquellos que han sido "reconvertidos", por así decirlo. Un ejemplo sería la torre de Valnalón, del edificio que ahora ocupa el MUSI (Museo de la Siderurgia), pintada de colores. Los terceros, los menos convenientes para el futuro de las Cuencas, son los "espacios de la rabia". Son "los que nos ponen de cara a la realidad que estamos viviendo". Aquellas ruinas, literalmente, que desatan los discursos más duros: "las Cuencas son feas", o "las Cuencas están sucias". Por cierto, estos últimos espacios –se deduce en el estudio– son más señalados por los vecinos que vivieron en la zona, pero que decidieron abandonarla cuando comenzó el declive industrial.

Si algo une a los encuestados, los que ahora viven en las cuencas mineras y los que ya no, es una fuerte identidad tanto espacial como laboral. Se identifican mayoritariamente con los elementos relacionados con la minería; en menor medida con la siderurgia. Los participantes en el estudio hicieron hincapié en una serie de "sentimientos sociales" que siguen defendiendo el territorio. Valores que no son baladí: la solidaridad, el trabajo en equipo y la lucha comunitaria por los derechos.

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