Entrevista | Óscar Alzaga Villaamil Catedrático del Derecho Constitucional y exdiputado (1978-1987)

«Tras el franquismo faltó crítica y se generaron prácticas no democráticas»

«Aún con comportamientos poco elogiosos, la Transición logró enterrar la dictadura y disipar las dudas que había en el entorno europeo»

Óscar Alzaga Villaamil.

Óscar Alzaga Villaamil.

Óscar Alzaga Villaamil (Madrid, 1942) fue un universitario muy activo políticamente haciendo oposición al franquismo desde la democracia cristiana. Tras la caída del régimen, destacó como parlamentario de UCD, y contribuyó al desarrollo de la Constitución de 1978. Esta tarde estará en el IES Sánchez Lastra de Mieres (19.30 horas) para hablar de su libro «La conquista de la Transición». El acto está organizado por «Tertulia 17».

–¿Por qué resulta tan problemático plantear reformas de la Constitución?

–En nuestra dura tierra los miembros y dirigentes de los diversos partidos políticos parecen tener la prioridad de conservar el poder o, en su caso, conquistarlo. Y no parece que para los cuadros de nuestra clase política sea una prioridad actualizar la Constitución, en la forma permanente en que se hace en otros grandes países de Europa, como Alemania.

–¿La cultura política construida en España dificulta armonizar un marco de debate favorable al acuerdo y al entendimiento?

–Es correcto que los políticos profesionales se planteen llegar a las siguientes elecciones con una trayectoria más valiosa que la de sus oponentes de otros partidos. Pero ello debe ser enteramente compatible con alcanzar acuerdos sobre cuanto afecta a los cimientos y a las paredes maestras de nuestro sistema constitucional, lo que significa que nuestros políticos deben estar dispuestos a dialogar para conquistar los grandes acuerdos que deben existir en la vida democrática.

–¿El actual clima político polarizado hubiera hecho imposible una construcción constitucional como la de 1978?

–Creo no poder responder a esta pregunta. En la elaboración de nuestra Constitución de 1978 se produjo una primera fase de los trabajos de la ponencia que fracasó. Afortunadamente se produjeron importantes reuniones, en las que tuve la fortuna de poder participar y en las que prevaleció el propósito de conquistar un entendimiento. Y desearía creer que esa capacidad de entenderse con el oponente permanece al alcance de nuestros hombres públicos actuales.

–¿Se ha hecho en España suficiente autocrítica sobre la dictadura franquista?

–Desafortunadamente, el sector de dirigentes de UCD que provenían del franquismo tuvo gran interés en que no se criticasen las prácticas antidemocráticas de los cuarenta años de franquismo. Y en nuestra querida España no se desarrolló a la muerte de Franco una revisión crítica de aquella realidad política. Podemos temer que por ello algunas prácticas no democráticas se heredaron de forma más o menos natural.

–¿Tuvo Franco una verdadera oposición? ¿A quién destacaría?

–No me tocó vivir el periodo de postguerra, pero sabemos que en él no se pudo desarrollar una verdadera oposición. Pero a fines de los años cincuenta ya se habían estructurado partidos inspirados en la realidad del pluralismo político de la Europa occidental de la época. Tras ser elegido delegado de los estudiantes de la Facultad de Derecho de Madrid y solidarizarnos con el catedrático de Economía Política de nuestra facultad, Jesús Prados Arrarte, que había acudido al Congreso de Múnich y al que, tras el mismo, el Gobierno de Franco quiso expulsarle de su cátedra, observé que el Claustro nos respaldaba en unos términos que impidieron al Gobierno consumar aquel disparate. Narro esto porque en nuestras universidades se formó a la juventud en los principios y valores propios de las democracias europeas de la época y a Franco no le fue factible desplegar en este terreno la represión que hubiera deseado. Si he de destacar a alguien, reconoceré mi gran recuerdo de Manuel Giménez Fernández, catedrático de la Universidad de Sevilla y presidente de Izquierda Demócrata Cristiana, persona clave en la gestación del Congreso de Múnich, al que no se le permitió asistir.

–Qué opina de las duras críticas que desde algunos sectores se vierten hacia la Transición?

–En nuestra Transición hubo algunos comportamientos poco dignos de elogio. Pero creo que, en lo fundamental, fue muy positiva al lograrse enterrar la dictadura e iniciar una vida pública en democracia. Es cierto que durante la presidencia de Adolfo Suárez las potencias europeas albergaron muchas dudas sobre si aquello había constituido una transición hacia una auténtica democracia y evitaron negociar un ingreso de España en la CEE. Pero tras las elecciones generales de 1982, las democracias vecinas tuvieron claro que debían abrir las puertas de Europa a España y esto es algo que nadie puede olvidar.

–¿Percibe un desprecio hacia aquella etapa?

–Quizá sea necesario que los historiadores profundicen más en nuestra compleja Transición, que naturalmente no fue perfecta, pero que albergó un certero proceso de enterramiento del régimen. Por ello dediqué muchas horas a escribir mi ultimo libro «La conquista de la Transición». El lector podrá valorar el esfuerzo que entonces se desarrolló.

–Si estuviera en su mano, ¿qué cambiaría del texto constitucional?

–Debo ser modesto y comprender que no me corresponde decir qué aspectos de nuestra ley fundamental deben ser objeto de reforma. En su momento, procuré convencer a nuestros constituyentes de que nuestro Título VIII estableciera un sistema federal y no lo logré. Hoy este abuelo sigue pensando en que esa opción hubiera sido mejor que el autonomismo, pero es a los constitucionalistas jóvenes a los que se puede hacer esta pregunta.

–¿La monarquía española tiene el futuro garantizado aún despejada de todo poder político?

–Todas las monarquías que permaneces vigentes en la Europa de nuestra época, Bélgica, Dinamarca, España, Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco, Noruega, Países Bajos, Reino Unido y Suecia, son instituciones plenamente compatibles con sus sistemas democráticos. En ellas el poder político está ejercido por parlamentos electos o por gobiernos que han emergido de la mayoría de las Cámaras. Y si sus reyes respetan los parámetros constitucionales, como ocurre con nuestro actual monarca, sus pueblos desean mantenerles en la jefatura del Estado por su gran valor representativo de la historia de la nación.

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