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Inocencio Domingo y el atentado de Zaragoza

El anarquista condenado por tres muertes en la capital aragonesa en 1920 había residido en las Cuencas

La historia vista por Alfonso Zapico

La historia vista por Alfonso Zapico / Alfonso Zapico

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

El domingo 23 de agosto de 2020, se cumplieron 100 años de un atentado con tres víctimas, que se cometió en Zaragoza y que por sus características sobresaltó a toda España. Con ese motivo, el Ayuntamiento de la ciudad retomó unos actos de homenaje que llevaban varios años en el olvido: se rezó un responso en el cementerio de Torrero, donde se levanta la capilla familiar de uno de los muertos, y después las autoridades colocaron una corona de flores en la plaza de La Paz, ante un obelisco bajo el cual están las cenizas de los otros dos. También "El Heraldo de Aragón" recordó con un reportaje aquellos hechos.

Leyendo esta crónica nos encontramos con que el terrorista fue un hombre con una biografía compleja, que antes de llegar a Aragón había trabajado en la Montaña Central asturiana, donde también dejó alguna cuenta pendiente con la justicia; por eso lo traemos a esta página. Pero antes vamos a conocer lo que sucedió aquel día.

Todo ocurrió en el curso de una huelga que amenazaba con provocar el caos en la capital maña. Habían parado los obreros metalúrgicos y con ellos los electricistas y los encargados del servicio de alumbrado público, por lo que al atardecer la ciudad se sumía en la oscuridad y los vecinos debían recluirse en sus domicilios. Para evitar males mayores, el alcalde intentó primero que los bomberos o los guardias municipales se hiciesen cargo del trabajo de los huelguistas, aunque todo fue inútil: a pesar de las amenazas y las sanciones, ni ellos ni otros funcionarios quisieron asumir el papel de esquiroles, y unos pocos ciudadanos que se atrevieron a mantener encendidas las farolas de sus calles fueron hostigados por los piquetes.

El mismo alcalde propuso entonces a sus concejales que se encargasen junto a él de encender y apagar las luces, pero otra vez el miedo pudo más y esta propuesta también se rechazó. Mientras tanto, la situación iba a peor y hasta el gobernador civil decidió abandonar Zaragoza por precaución. En ese momento, cuatro ciudadanos vinculados al Ayuntamiento y muy conocidos decidieron asumir el riesgo y dar ejemplo saliendo a la calle con una escalera de mano, pertrechados de bombillas y con las herramientas necesarias para reemplazar a los electricistas en huelga.

Eran el ingeniero César Boente; el arquitecto municipal José de Yarza, quien además pertenecía al Somatén, y dos escribanos del consistorio, Joaquín Octavio de Toledo y Tomás Escárraga. Primero, restablecieron la luz en dos calles, aunque soportando los insultos de los trabajadores en paro; después, se detuvieron frente al céntrico edificio del Banco Hispano-Americano para reparar una última farola antes de hacer un descanso para comer. Y en aquel momento sonaron varios disparos de pistola que alcanzaron a tres de ellos.

Según la versión inicial, el autor de aquella acción estaba escondido en unos servicios públicos y se aseguró de que sus víctimas estuviesen de espaldas para sorprenderlos y evitar su reacción. El periodista que escribió la crónica de "El Heraldo de Aragón" en 2020, Mariano García, lo contó así: "Un hombre les observaba en silencio: de corta estatura, apenas 1,66 metros, vestía pantalón blanco y blusa azul. Moreno, de cara ancha, ojos pardos y boca grande, ocultaba las entradas del pelo con una boina. Una cicatriz de cuatro centímetros de longitud le partía la ceja derecha".

Al contrario, cuando se celebró el juicio por estos hechos, se dijo que todo había sido consecuencia del enfrentamiento de una mujer que había reprendido a los esquiroles y estaba siendo insultada por estos, lo que provocó que un individuo saliese en su defensa vaciando su cargador de nueve balas contra ellos.

Dos de los tiroteados fallecieron en el acto: César Boente, quien había recibido dos disparos, y Octavio de Toledo, tres; mientras que José de Yarza, dejó su vida en la enfermería a pesar de que los doctores le administraron una inyección de aceite alcanforado. A él también le habían alcanzado tres balas y, al igual que sus compañeros, tenía perforado el corazón por lo que acabó desangrado.

Mientras tanto, el autor de los disparos pudo huir corriendo con la pistola en la mano por las calles de la ciudad y, a la altura del Casino Mercantil, volvió a enfrentarse a un comandante de Artillería que intentó pararlo de un bastonazo, después decidió esconderse en la cocina de la portería de un almacén de coloniales y allí lo encontraron un alférez de pontoneros, un sargento del regimiento de Aragón y dos guardias de seguridad que habían salido en su persecución.

En aquel momento, ya se había deshecho de su arma, aunque luego se supo que se trataba de una Star 1919, un modelo semiautomático de 9 milímetros, fácil de manejar y esconder, tan popular entre los anarquistas barceloneses y zaragozanos de la década de 1920 que llegó a ser popularmente como "sindicalista".

Ya en comisaría, el detenido fue torturado y en el primer interrogatorio dijo llamarse Isidro Delgado. Pero se trataba de un nombre falso que empleaba para disimular su verdadera identidad, ya que estaba reclamado por el juzgado de Pola de Laviana donde había dejado pendientes dos causas por arma de fuego. Su nombre real era Inocencio Domingo de la Fuente y había nacido en una humilde familia de pastores de Fuentecén, un pueblo de la Ribera del Duero burgalesa, aunque "El Heraldo de Aragón" lo describió como "un hombre de unos 30 años que dijo proceder de Sama de Langreo, vestido con traje caqui, de aspecto feroz y actitud desafiadora".

A sus 28 años, ya contaba con un dilatado historial como activista viviendo en Madrid, Tarrasa, Oviedo y la Montaña Central asturiana. Por su elocuencia lo apodaban "el orador"; había militado en el Sindicato Minero de Manuel Llaneza y en las Juventudes Socialistas antes de afiliarse a la CNT y pasar a la acción directa, lo que le costó compartir prisión con el dirigente de la Regional asturiana José María Martínez.

La muerte de los tres esquiroles, que fueron homenajeados por el Ayuntamiento, dividió a la convulsa sociedad de la época, y el juicio por estos hechos, que se celebró a finales de 1921, fue seguido tanto por los diarios nacionales como por la prensa obrera; por supuesto, también sus antiguos compañeros asturianos estuvieron pendientes del transcurso de las sesiones.

El reo fue defendido por el abogado Eduardo Barriobero, a quien ya conocemos en esta página por su papel en otras causas que implicaron a obreros revolucionarios, y tuvo que hacer frente a la petición de tres penas de muerte. Por fin, el 3 de diciembre de 1921, el jurado, tras valorar el estado de salud mental del acusado, dictaminando que había obrado con total consciencia, lo declaró culpable, reconociendo el agravante de alevosía, pero no la premeditación, y, después de deliberar hora y media, lo condenó a tres cadenas perpetuas, que posteriormente se rebajaron a 90 años.

Inocencio Domingo de la Fuente pasó por las prisiones de Chinchilla, Burgos, Puerto de Santa María, San Miguel de los Reyes y Figueras, siempre en régimen especial de aislamiento y en celdas de castigo, lo que fue minando su salud hasta que la amnistía que se decretó tras la proclamación de la II República lo dejó en libertad.

El inicio de la guerra española lo sorprendió trabajando en una fábrica de Segovia. Los falangistas lo prendieron de nuevo y estuvo encarcelado más de un año antes de ser intercambiado por un sacerdote preso en zona republicana. Luego volvió a Barcelona para alistarse en un Batallón de Obras y Fortificaciones, pero su cuerpo estaba tan debilitado por las penalidades del cautiverio que tuvo que recurrir a Barriobero para que lo emplease como ordenanza en la sede del partido Federal.

Tras la derrota, huyó a Francia, pasó por varios campos de concentración y volvió a ser detenido por los nazis que lo enviaron a la isla de Jersey en el Canal de La Mancha. Este enclave inglés estuvo bajo el control de los alemanes desde el 1 de julio de 1940 hasta la rendición. Allí construyeron muchas fortificaciones utilizando a los vencidos como mano de obra esclava; entre ellos estuvieron unos mil quinientos españoles, muchos de ellos asturianos.

En la isla, Inocencio Domingo de la Fuente consiguió la insubordinación de la compañía de trabajadores ferroviarios en la que había sido encuadrado, por lo que estuvo a punto de ser fusilado por la Gestapo. Después, agotado y sin ganas de vivir, se recluyó en una casa de reposo de Hyères, una tranquila ciudad de la Costa Azul donde falleció el 28 de octubre de 1966 a los 74 años de edad. Unos días más tarde, el semanario "Espoir" editado por la CNT en Toulouse publicó una amplia necrológica con la que hemos completado algunos de los datos de esta historia; sin embargo, seguimos sabiendo muy poco sobre los años que el revolucionario pasó en nuestras cuencas mineras.

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