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Dando la lata

La caída

Cayeron todos los imperios. Más pronto o más tarde, pero cayeron. Y el imperio occidental, el nuestro, caerá. De hecho llevamos años siendo atacados y no sabemos defendernos. Es más, aún no tenemos bien identificado al enemigo, no acabamos de darnos cuenta de que ya está dentro, instalado y organizado. En la acomodada Europa, el punto más frágil de Occidente por su obstinada política de no querer ver y afrontar el problema, son diversas las brechas por las que nos estamos debilitando. Mientras el enemigo se mantiene unido, con una determinación rayana en la locura, Europa sólo se concentra en sus intereses económicos, perdiéndose en infinitas discusiones, despojándose de ideales, de moral, de su propia personalidad.

Dice Pérez Reverte que "es la guerra santa, estúpidos". Y en circunstancias tan delicadas no se nos ocurre otra cosa que cuestionarnos a nosotros mismos, hasta el punto de comenzar a entender que la creencia del invasor merece incluso mayor respeto que las nuestras. Como le sucediera a los demás imperios caídos, víctimas del éxito, del extenso dominio y de la autocomplacencia, estamos degenerando hasta el punto hacernos cada vez más vulnerables. De hecho, el enemigo nos ataca, nos mata, con nuestros explosivos, con las armas fabricadas aquí, gracias a la tecnología que hemos inventado y desarrollado. Encima, compramos su petróleo y traficamos con su opio.

Tras siglos de pecado, ahora llega el tiempo de la penitencia. Occidente, para mantener su posición de privilegio, ha cometido todas las tropelías imaginables, protegiendo los regímenes más deplorables, expoliando pueblos, destrozando la vida de millones de seres humanos. Todo en el nombre del progreso, de los derechos civiles, de la democracia, del estado de bienestar, de la libertad del Primer Mundo. Hoy, la facción más radical del islam, cada día más numerosa y con la fuerza de nuestro dinero, se propone cumplir su vieja aspiración: tomar Europa y convertirla a su credo a sangre y fuego. Y aquí estamos nosotros, los acomodados europeos, de piel fina, lágrima fácil y memoria escasa, entre velas y lemas ñoños como "yo soy París" o "yo soy Bruselas" tras cada matanza próxima, haciendo caso omiso a las evidentes pruebas que señalan que tenemos dentro un problema de enorme magnitud. Un problema que nos matará.

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