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Desde mi Mieres del Camino

Otros tiempos

El cambio total de la forma de divertirse: de los salones de baile de los años cincuenta al "botellón" actual

Una mirada retrospectiva, un recoger el pasado a través del retrovisor en plan nostálgico, puede llevarnos a un intento de comparación de la forma de entretenimiento de aquellos tiempos, de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, con las formas de la actualidad. Y surge esta comparación partiendo, precisamente, del problema que representan las celebraciones del "botellón". Un hecho puesto de actualidad últimamente en Mieres, como consecuencia de los acontecimientos recogidos por LA NUEVA ESPAÑA (la protesta vecinal por la acumulación de botellas y otros desechos que se acumulan tras el fin de semana en el parque Jovellanos).

A comienzos de la década de los cincuenta, los aún presentes que superan esos ochenta años más o menos bien llevados, salíamos lentamente -pero lo que se dice, muy lentamente- de la negra noche en que nos había sumido la contienda de la Guerra Civil y, sobre todo, de la postguerra. Con una niñez, en la mayoría de los casos, ávida de sacudirse las carencias en cualquiera de los elementales de la necesidad personal. ¿Comenzábamos a ver la luz al final del túnel?. Yo diría que no, pero se notaba cierto aire fresco que permitía respirar un tanto aliviado. Se ocupaban los grandes poblados de viviendas sociales que los distintos instrumentos institucionales del régimen franquista habían propiciado. Entonces, y en plena adolescencia, comenzaba a forjarse el espíritu de una juventud que se movía entre los hilos de una formación rígida negada a la libre elección y que desembocaría, para la mayoría de los casos, en la aceptación del primer puesto de trabajo que encontrabas a mano, casi siempre en precario. Era la ley del momento y la única salida a una necesidad apremiante?

Sin embargo aquellos jóvenes lograban, en base a una imaginación sin límites, repuestas más o menos airosas para alegrar su vida y compensar otros males. Y Mieres, con su idiosincrasia especial, tal cual "torre de Babel" -a consecuencia de la llegada de gentes de otras regiones españolas a fin de ocupar puestos en la minería de hulla- comenzó a ofrecer alternativas a la diversión colectiva. Clásico se podía considerar los salones de baile, en La Capital, el Montecarlo de Requejo o el Palau (en la confluencia de las actuales calles Martínez de Vega y Manuel Llaneza). ¿Las fórmulas? Fácil es recordarlas. O bien acercase a la mesa donde las féminas, conocidas o no, esperaban el toque de la invitación para salir a la zona del baile (amenizado por algunas de las conocidas orquestas "Royal", "Luna", "Montecarlo"...) o bien te buscabas un compañero de viaje para acercase a las dos chicas preferidas que ya danzaban al son del pasodoble, el lento bolero, la samba, e incluso el tango y ciertas novedades en fase de primicias. Claro que, no siempre la suerte acompañaba y, tras las inoportunas calabazas, volvías al ambigú a "consolarte" con una de aquellas compuestas raras que, con un trozo de limón, te servía el camarero de turno. Siempre con una garcilla desde el balde que contenía la totalidad del líquido.

Después vino la Pista de Sampil, en la entonces denominada calle Conde de Guadalhorce, al lado del Capitol. Todo un lujo, con pista y marco exterior y sala cerrada ante posibles inclemencias del tiempo. Y ocurría lo mismo o parecido. Allí, con la "Royal" por bandera como titular de la sala y la melódica voz de Cuqui, ¿saben cuántas uniones matrimoniales se fraguaron?. Unas cuantas. De vez en cuando, surgía la oportunidad de escuchar a la "Marimbas Punto Azul" -con el inconfundible y recordado Cholo Boix, mierense para más datos- o a la "Montecarlo de Castillo", ambas en expresiva y agradable melodía.

Y en esto con el primer toque, suave si se quiere, de lo que podría considerarse una leve corriente de nuevas tecnologías, nace la Sala Yubana. Allí, con los tonos bailables del extranjerismo, comenzó a contonearse el cuerpo con el rock y el tuist. A la vez y en la zona propia de la misma calle surgía el Faust, el Babys 1, el Babys 2. En fin, nacía la marcha. De todas formas y en base a los medios de desplazamiento de entonces, trenes y autobuses, una buena parte de aquella juventud abría sus alas buscando los bailes pueblerinos (dicho sin atisbo de menosprecio) en La Pereda, Ablaña, San Tirso, Güeria de San Juan, Figaredo, Ujo, Cenera, La Peña. Sin olvidar concejos limítrofes ni por supuesto Turón, donde la bonanza del oro negro había propiciado un ambiente fin de semana. Había varias salas de fiestas, unos cuantos cines y el ideal marco para la juventud de entonces. ¿Se acuerdan de lo bien que imitaban a "Los Panchos", el trío San Francisco de Turón y el San Juanín de Mieres? Era la moda del momento, o el momento de la moda.

En cada barriada minera, en cada barrio tradicional de Mieres, se formaba el clásico grupo masculino, a modo de pandilla. Los jóvenes no solo unían sus inquietudes para los fines de semana sino que, prácticamente todos los días, había "jarana" en forma de juegos más o menos inocentes. Algunos tenían ya el fútbol como objetivo, ya que el deporte empezaba a mostrar sus oportunidades de forma generosa con vistas al futuro.

Eran simples amagos pero se adivinaba la posibilidad de un porvenir, si las condiciones físicas, técnicas e incluso psíquicas, ofrecían garantías de acomodarse en alguno de los clubes de renombre y buscarse la vida de forma holgada y haciendo lo que a uno le entusiasmaba más. Como se suele decir, "de guindas".

¿Cómo se podría describir, con una buena dosis de fidelidad, la jornada de un domingo para la juventud masculina de aquellos tiempos? A riesgo de no acercarse del todo a la realidad, he aquí un ejemplo para los considerados encuadrados en la clase humilde. También la vida juvenil era agradable por aquellos años. Venía a ser risueña a golpe de palo, trabajo en precario y bolsillos vacíos. Cosa de veinticinco pesetas para el domingo, bajo la condición de que sobrara algo con destino al tabaco semanal y alguna pinta de vino peleón en el Mesón Victoria; tasca de barrio donde los más afortunados se jugaban las pocas perras al chinchón. De todas formas tenías los domingos, fechas esperadas para chatear en torno al mercadillo de La Plaza, alegres y contentos. Diría que dichosos de contar con una jornada para "babear" con los de la pandilla una vez tomadas las tres primeras pintas, y luego otra, y otra, y otra hasta...

Llegada la hora de comer te ibas a casa cabezón, riéndote por dentro y poniendo cara de tonto por fuera. Despachabas con cuatro bocados las tristes viandas y te echabas una cabezada en tu cuarto pobre pero limpio, que de ello se encargaba la patrona, madre entre las madres.

Por la tarde volvías a reunirte con los de siempre para ir a las salas de baile o en cortejo por los localidades de alrededores buscando el "ligue". Finalizada la faena volvías de nuevo con los amigos, a tomar las últimas pintas de domingo. También a escuchar las "hazañas" de los veteranos de la mili, que te sorbían el seso porque tú aún no habías sido llamado a filas. Ni qué decir tiene eso de conocer los pormenores de la gran experiencia que suponía cumplir el servicio militar aunque, todo sea dicho en tiempo y forma, los mineros del interior estaban exentos de tales obligaciones por decreto de la autoridad correspondiente. Y así, uno y otro festivo que servían para cargarte las pilas.

Por el resto de la semana surgían días determinados y un escenario especial. Por ejemplo jueves y sábado, incluso más fechas de la semana, formabas parte de la "troupe" que se movía por el llamado "Paseo" (hoy calle Manuel Llaneza) para ver pasar a las chicas que también asomaban por ese marco preferido. Era una especie de ritual, sin mayores connotaciones, que servía sobre todo para refrescar la vista y hacer planes con para el domingo. De ahí no pasaba el asunto. Sí comenzaban ya a surgir los guateques en sitios cerrados, donde se bailaba y se bebía "sangría" (vino y gaseosa), quizás el preludió del "botellón". Y no sobra recordar los "bailables" de los jueves con la Banda Municipal de Mieres, en el auditorio del Parque Jovellanos.

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