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Desde mi Mieres del Camino

La huella de los tiempos pasados

Los antiguos oficios contribuyeron a crear una mente colectiva en la ciudad

¿Todo tiempo pasado fue mejor? Para el viejo pensante es muy posible que la máxima castellana encaje con sus conclusiones. Entre la juventud de hoy tal afirmación suena a ruso siberiano. Y con respecto a los veteranos de medio pelo, es posible que el asunto ande entre Pinto y Valdemoro, sin que eso suponga mezclar churras con merinas. Pero cada pueblo tiene sus señales inequívocas del pretérito que se fue dejando huella.

Y Mieres no podía ni debía ser menos. ¿Han visto ustedes estampas tan simpáticas como el afilador que se ponía en las cercanías de la plaza del mercao los domingos de mañana? ¿Y la maquinilla de vapor que servía para asar castañas en pleno invierno y a la que acudía la gente buscando el rico sabor caliente del fruto autóctono asturiano? Aún hoy se mantiene algo de aquella vieja costumbre. Y qué me dicen ustedes del popular charlatán, dicho en el mejor de los sentidos, que se colocaba aproximadamente en la esquina de la plaza cercana a la hoy denominada calle Escuela de Capataces? ¡Oiga! Palabra de honor que el conocido como Valdivia tenía una habilidad rara para colocarnos sus materiales vendibles, aquella especie de bolígrafos, que a los tres o cuatro usos ya no decían ni pío. Pero, claro está, él "cantaba" la mercancía con tanta gracia, que al domingo siguiente uno ya se había olvidado del poco uso escribiente, y volvía de nuevo a caer en las redes del vendedor ambulante que, tal parecía, había nacido con el santo de cara y una predisposición total a endiñarnos su material. Si ahora, en medio de las variadas formas de marketing que usan los principales productos del mercado, incluidos los caros, carísimos anuncios televisivos, "cazan" a un elemento, a modo de vendedor, como era el caso del que nos ocupa, seguro que lo fichan para darse salsa a la campaña y lograr pingües beneficios de venta.

Acaso vamos a olvidarnos de Foto Paquín, primero el padre y luego el hijo pequeño, que colocaba su estandarte, caballito majo de cartón incluido para los peques, al pie de los escaparates de los almacenes El Mundo, con la intención de hacer muchas fotos de carnet al minuto y también los consabidos recuerdos gráficos de la grey infantil. Y es que la operación se las traía con aquellos rudimentarios medios hoy considerados carne de museo pero que por aquel entonces, cuando ya comenzaba a exigirse el documento de identidad, servía "la foto al minuto".

Quiérase que no, la historia se fue escribiendo a golpe de novedades que iban revolucionando el "mercado". Y tal como ocurrió con inventos y apliques que cambiaron por completo los resortes y entresijos en los que se movía la vida humana, caso lejano ya de la máquina de vapor, del teléfono, la imprenta, la radio y la televisión, por citar algunos, ahora nos ha llegado, pasito a pasito, los diversos toques y aplicaciones de una nueva tecnología que ha vuelto a promover una nueva revolución, partiendo de los sistemas de una elemental informática que ha desembocado en mil y una piruetas en torno a los modernos ordenadores, a los ultramensajeros teléfonos móviles de las redes sociales y a la apertura de esas páginas web que son capaces precisamente de recoger el pasado a base de viejas fotografías y decirnos que hubo un tiempo pasado que fue ¿mejor? ¿peor? Vaya usted a saber.

Recuerda el que suscribe cuando, por los años ochenta, en una divertida conversación de juventud ya veterana, se suscitó aquello de dónde podrían llegar las nuevas formas de comunicación entre los humanos. Y hubo quién afirmaba categóricamente aquello de, "no os asustéis, pero tiempo vendrá en que esta tertulia que tenemos hoy aquí se podrá realizar tranquilamente uno sentado en su butaca de Nueva York, otro contemplando el paisaje de Australia, un tercero fumando un cigarrillo en su domicilio de Bruselas y un cuarto, que para todos llega, quejándose de un fuerte dolor de cabeza como consecuencia de los obuses y ruido de artillería en Siria. Que eso, lo de matarse unos contra otros, sigue tan fresco y actual como cuando, según dicen, Caín mató a su hermano Abel, por lo que ya todos sabemos. Pues el asunto llegó a buen puerto y hoy es tan normal, como el comer, eso de la videoconferencia, aunque sea para declarar ante un magistrado de cualquier audiencia.

Y así están las cosas en este mundo de Dios . Camino vamos hacia algo totalmente desconocido y carente de valores como la negación a la relación humana, porque, si ir más lejos, y con los sistemas actuales de comunicación quién no ha visto la escena de una parejita de tórtolos sentados en una terraza de un restaurante de Mieres, a medio metro de distancia uno del otro, con sus móviles, dándole a la tecla, y enviándose frases de un amor tempranero cuando, sin más, abriendo la boca y gritando ¡guapa!, estaba todo arreglado y además se enteraba el resto de la audiencia. Y es que, cada día que pasa, la relación entre humanos va decayendo por vía de los sistemas tradicionales. Y sin embargo a través del hilo telefónico -¡perdón!, que ya no hay hilo -, de las redes sociales, se sueltan tantas cosas más allá de la correcta comunicación, que nos dejan temblando. Y luego dicen que no se entera nadie. Y es que, quieras o no, salvo honrosas excepciones, todos estamos enganchados al teclado de tu móvil, al WhatsApp, (¡que guasa señor, que guasa!) y a cualquiera de los "inventos" que guarda esa pequeña maquinilla considerada por algunos como diabólica.

Pero, en fin, de vez en cuando conviene y es saludable refrescar un tanto la memoria para dejar constancia del pasado, recrearse en ciertos lances de ese pretérito que, quieras o no, en las viejas generaciones dejaron huella y que para las nuevas, si existe un ápice de curiosidad, esa inquietud tan poco valorada hoy día, suele servir de cierto linimento con vistas a saber aceptar, las nuevas normas de vida, y sobre todo los instrumentos en los que se sustenta, como simples elementos de uso y si cabe de disfrute, del momento histórico que a cada uno le ha tocado vivir. El resto, el magnificar lo que aparece en la gran pantalla de la actualidad, como "las grades conquistas del universo", viene a ser algo así como sacar los pies del tiesto y no saber luego dónde vas a meter la pata.

Por supuesto que la vida evoluciona pero ha de conservar, como eternos, sus verdaderos valores de la relación humana que deben mantenerse en clave inamovible de insolubles.

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