Santa María del Naranco: El lugar más bello, e inhóspito, para pasar la eternidad

Ramiro I, el rey golpista e implacable con sus enemigos, pensó el edificio como mausoleo donde reposar, lejos de la hostil corte de Oviedo

Santa María del Naranco: El lugar más bello, e inhóspito, para pasar la eternidad

Santa María del Naranco: El lugar más bello, e inhóspito, para pasar la eternidad

–¿De qué murió Ramiro I?

Así empieza un chiste para estudiosos del Prerrománico que habla de las deficientes condiciones de habitabilidad de Santa María del Naranco, logotipo en piedra de Asturias y patrimonio de la humanidad declarado por la Unesco, pero también un edificio cruzado por los vientos, castigado por las humedades y a merced de la lluvia que entra a placer por sus características ventanas tríforas.

–¿De qué murió Ramiro I?

–De pulmonía.

Es la forma humorística de contar que aquel monarca implacable que reinó entre el 842 y el 850, al que llamaron "Vara de la justicia", salvo que gustase de jugarse la salud a la ligera, de ninguna manera pudo tener como residencia permanente o temporal este edificio que mandó construir a trescientos metros de altura sobre Oviedo, en el lugar elevado de Naranco –topónimo que deriva de Naurantium relacionado con el río Naura, el Nora–, y situado dos kilómetros y medio de la corte capitalina. Nació Santa María como la "renovación de una morada consumida por la mucha antigüedad" que, no obstante, no estaría bajo este edificio, que se asienta sobre suelo geológico. Santa María fue obra de un autor genial, un edificio cuyo porte y equilibrio nunca se habían visto antes y jamás se volvieron a ver después. Pero la lluvia y el viento que corren de parte a parte nos hablan de que es lugar inhóspito. ¿Pero, entonces, si no era para vivir, para qué se construyó tanta belleza?

Probablemente para morir y pasar allí la eternidad. Bienvenidos, entran ustedes en el mausoleo del rey Ramiro I.

Este es el "giro de guion" en la historia del Prerrománico asturiano que LA NUEVA ESPAÑA desveló en exclusiva el lunes pasado, cuando informó de un hallazgo arqueológico que cambiaba el sentido del relato que hasta la fecha nos habían contado sobre el uso original que habría tenido Santa María del Naranco, uno de los grandes enigmas del arte de la Monarquía Asturiana. Entre las tesis más populares, de las que se enseñan en la escuela o en las visitas turísticas, está que Santa María habría sido un edificio de uso civil, algo así como un pabellón de caza, un palacio regio para usos recreativos. Pero parece que no. El nuevo hallazgo apunta a que habría sido pensado para uso religioso. Sería la capilla privada del rey y el lugar donde quería descansar para siempre lejos de la Corte ovetense, donde Ramiro I no habría sido especialmente querido.

En primer término, la lápida colocada en el vestíbulo de Santa María del Naranco y que albergaría el sarcófago de Ramiro I. Tras ella, en la imagen tomada en la nave central del monumento, las autoridades que participaron en la visita para presentar la pieza el pasado lunes. De izquierda a derecha, María Antonia Pedregal, directora del Museo Arqueológico de Asturias; Mónica García (parcialmente tapada), guía de Santa María; José Emilio Díaz, párroco de Santa María; la arqueóloga Otilia Requejo, directora de la Oficina de Bienes Culturales del Arzobispado; Alfredo Canteli, alcalde de Oviedo; Vanessa Gutiérrez, consejera de Cultura; Pablo León, director general de Patrimonio, y el arqueólogo César García de Castro, técnico del Museo Arqueológico de Asturias.

En primer término, la lápida colocada en el vestíbulo de Santa María del Naranco y que albergaría el sarcófago de Ramiro I. Tras ella, en la imagen tomada en la nave central del monumento, las autoridades que participaron en la visita para presentar la pieza el pasado lunes. De izquierda a derecha, María Antonia Pedregal, directora del Museo Arqueológico de Asturias; Mónica García (parcialmente tapada), guía de Santa María; José Emilio Díaz, párroco de Santa María; la arqueóloga Otilia Requejo, directora de la Oficina de Bienes Culturales del Arzobispado; Alfredo Canteli, alcalde de Oviedo; Vanessa Gutiérrez, consejera de Cultura; Pablo León, director general de Patrimonio, y el arqueólogo César García de Castro, técnico del Museo Arqueológico de Asturias. / Irma Collín

Y la clave para llegar a esta conclusión llevábamos siglos pisándola como si tal cosa. Las obras que la Consejería de Cultura desarrolla desde otoño del año pasado para acabar con las humedades en el templo permitieron levantar una losa de unos 600-700 kilos de peso situada en el suelo del vestíbulo de la entrada norte, casi al pie de la puerta de acceso a la nave del primer piso. El gran bloque de caliza fragmentado, de 2 metros de largo por 80 centímetros de ancho y unos 20 de grosor había estado allí "desde siempre". Pero no se sabía exactamente cuántos años eran ese "desde siempre". En la operación para retirarla –al objeto de cambiar el suelo y atajar las humedades y encharcamientos que allí se producían– pudo constatarse que la pieza era original. Es decir, se instaló al tiempo que se levantaba el edificio, mediado el siglo IX, antes de rematar la obra. Provenía de las canteras de Laspra, en la zona del Cristo, en Oviedo. El uso de la lápida, dadas sus dimensiones y morfología, había sido funerario: sustentar un sarcófago de piedra, hoy desaparecido. ¿Y quién iba a poder asumir el transporte de una pieza de estas características desde varios kilómetros de distancia para luego subirla a una estructura por una rampa inclinada y colocarla unos 3 metros de altura sobre el suelo? ¿Quién?

El rey. Hacia ahí apunta la lógica. El personaje para cuyo sarcófago se colocaba aquel pesado bloque no podía ser otro que el mismísimo Ramiro I, aquel hombre que accedió al trono ya en edad madura, tras el fallecimiento de Alfonso II, probablemente tras un golpe de Estado que le hizo imponerse a Nepociano, primo segundo suyo, conde de palacio del rey Casto y, acaso, cuñado del monarca fallecido. Ramiro fue el soberano que "a los ladrones sacaba los ojos y a los magos quemaba vivos", cuyo reinado fue una combinación de hierro, fuego, sudor y lágrimas, como lo perfila Juan Cueto en su historia (heterodoxa) de los heterodoxos asturianos, donde el deslumbrante escritor y periodista ovetense corona a Ramiro como pionero mundial en el uso fulminante de la hoguera para acabar con la disidencia y los herejes. Cueto, por cierto, lamentaba que frente a la "fatigante" dedicación al estudio del arte de la Monarquía, no se hubiera ahondado más en reseñar la facilidad de los reyes astures para "el crimen, la barbarie o la iniquidad". Para Cueto, el "género negro" fue otra formidable expresión del periodo ramirense.

La constatación –mediante el análisis de los restos de obras que había debajo y de la morfología de otros elementos pétreos que la rodeaban– de que la lápida formaba parte esencial del proyecto constructivo original de Santa María abrió una nueva perspectiva para interpretar el sentido del edificio más conocido y promocionado de Asturias. Pero el hallazgo supuso también una íntima satisfacción para un arqueólogo que había esperado nada menos que 30 años para poder levantar "el morrillo", como desafortunadamente lo definió esta semana un destacado dirigente municipal.

César García de Castro, junto con la también arqueóloga Alicia García Fernández, dirigió la campaña arqueológica vinculada a las obras de saneamiento de humedades y de reacondicionamiento del entorno de Santa María, bajo la dirección técnica facultativa del arquitecto Román Villasana. Este arqueólogo nacido en Avilés en 1964, formado entre Oviedo y Alemania, ya había adelantado en 1995 la hipótesis de que el edificio había sido, en realidad, la capilla privada del rey Ramiro. Lo hizo en su tesis doctoral, titulada "Arqueología cristiana de la alta edad media en Asturias", editada por el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), prologada por los catedráticos Juan Ignacio Ruiz de la Peña y Francisco Javier Fortea, dos grandes referencias de la historia medieval y de la arqueología en Asturias. Ambos subrayaban ya el carácter excepcional de un estudio que, una vez llevado a imprenta, adquirió porte de tomazo: 790 páginas de condensada información. En esa tesis se decía de Santa María: "Vista su inadaptación a la vida cotidiana, es preciso asignarle un destino simbólico. Las connotaciones de su iconografía y la presencia del altar (…) se prestan como argumentos en favor de una inicial función religiosa (…) La sala central sería, de este modo, una capilla privada (de Ramiro I)". En aquel momento, y a falta de hallar las pruebas materiales sobre la procedencia original de la lápida, hasta ahí podía leer. A García de Castro solo le cabía esperar. Y esperó mucho.

El lunes pasado, casi tres décadas después de publicarse aquella tesis, al día siguiente de que LA NUEVA ESPAÑA desvelase la entidad de un descubrimiento hecho hacía casi un mes, la Consejería de Cultura convocó a los medios en Santa María. Y allí, en la nave central, ante la lápida, que había sido colocada sobre una estructura de andamios –y un poco revueltos todos los asistentes por las corrientes de aire, prueba actualizada de lo inhóspito de tan bello lugar–, García de Castro detalló cómo se armaba su teoría. Primero dio los detalles morfológicos de la lápida, que está fracturada en 25 trozos, y de cómo en las obras acometidas en 1697 por Pablo de Cubas Ceballos se había removido una de sus mitades para buscar probablemente qué había debajo. Pero la otra mitad estaba intacta. Allí debajo había una capa de apenas un milímetro que procedía indudablemente del mortero original. También repararon en otros detalles muy significativos: las jambas que soportan el arco del vestíbulo tienen cada una un rebaje de cantería de unos 45 centímetros de altura, justo donde coinciden con los extremos de la losa. Esas ranuras tendrían como objeto encajar una caja de piedra: es la altura aproximada de los sarcófagos conocidos en Asturias entre los siglos IX al XIII. Después, añadió César García de Castro, "con estos mimbres hay que hacer la historia". Y así la tejió:

"Tenemos un promotor que se llama Ramiro I, de quien sabemos por la crónica Albeldense que murió en el año 850 y cuyos restos su hijo Ordoño trasladó a Santa María del Rey Casto (la capilla anexa a la Catedral), donde sabemos que en el año 883 estaba allí enterrado. Pero está claro que Ramiro I no pudo pensar en enterrarse en la capilla del rey Casto, porque su vida política consistió en una lucha violenta, feroz, en guerra civil, contra los opuestos a él, que eran los pretendientes al trono descendientes directos emparentados con Alfonso II el Casto, que había muerto sin hijos. Una vez muerto Alfonso II, se desata una guerra civil. Nepociano es nombrado rey y Ramiro da un golpe de Estado. Por eso Ramiro, previsiblemente, construyó aquí, a 2,5 kilómetros, para no vivir en Oviedo. Si viviera en Oviedo, su vida correría peligro permanentemente".

"Ramiro instaura una residencia aquí (en el lugar llamado Naranco) de la cual solo conservamos este edifico. Evidentemente, aquí (en Santa María) no vivía. Ramiro vivía en otro sitio por aquí, pero aquí no. En Santa María no puede vivir, como consta por el aire que hay hoy. Entonces: tenemos un edifico como este, un edificio excepcional lleno de iconografía religiosa, con una orientación canónica litúrgica Este-Oeste y tenemos también un altar que viene de esta iglesia (conservado en el Museo Arqueológico de Asturias, aunque su ubicación original sería el mirador sur, derruido en el siglo XVII). Este altar (hecho de la misma caliza de Laspra con la que se hizo la lápida que supuestamente sostuvo el sarcófago) tiene dos peculiaridades únicas: no hace mención al obispo consagrante ni a las reliquias que tendría que tener forzosamente como soporte de la acción eucarística. Esto quiere decir que no está vinculado a la estructura eclesiástica porque no hay obispo que haya consagrado ese altar. Está fechado el 23 de junio de 848 y ese texto larguísimo, probablemente la inscripción más importante de la alta Edad Media española, es una oración penitencial de difuntos en la cual alguien, en tercera persona, se dirige a Cristo y le pide que perdone todos los pecados que cometió el rey Ramiro I a lo largo de su vida, quien, en voto de esos pecados, erige un altar a Santa María en un ‘lugar elevado’. Esto le sucede a Ramiro dos años antes de morir. Es decir, se están vinculando (él y su esposa Paterna, también citada en la inscripción) a este excepcional edificio, lugar de su última morada, porque no hay otro como él. Ni lo hubo ni lo volverá a haber".

Enterrado fuera de sagrado y al Norte, donde las cosas no pudren

César García de Castro: "Santa María de Naranco es un edificio controvertido y poliédrico porque no tiene paralelos. Lo que sí es cierto es que unos se habían inclinado siempre porque tendría usos civiles, algo que no tiene sentido. La habitación no tiene sentido, aquí no se puede vivir. Tampoco tiene mucho sentido pensar en un edificio como sala de espectáculos, digamos; o como pabellón de caza, es un sitio muy inhóspito. Es cierto que tiene unas condiciones estéticas espléndidas de observación del paisaje, pero tampoco sabemos en qué entorno boscoso estaba. Hoy está despejado, pero si tuviéramos un bosque de robles en torno a Santa María de Naranco no veríamos la vista extraordinaria que hoy se ve desde aquí. Lo que sí está claro, y eso es objetivo, es que tiene una orientación canónica litúrgica Este-Oeste muy importante, que está presidido por signos religiosos por todas partes y que de él viene un altar, donado por el propio Ramiro I en el año 848, con una inscripción muy importante que es una oración penitencial en favor del propio rey. Todo eso quiere decir que hay elementos suficientes para pensar que Ramiro I confirió a este edificio una funcionalidad religiosa, aparte de otras que pudiera tener".

"Y esa funcionalidad podía ser albergar precisamente el altar en una dependencia que no es el salón central, porque no tiene la huella para situarlo. Sí puede estar, como dijo en su momento don Gonzalo Menéndez Pidal, en el desaparecido mirador del sur. Tendríamos entonces un edificio que, a ambos lados, al norte y al sur, está ocupado por dos instalaciones biográficas del propio Ramiro: el altar dedicado a Santa María y el sarcófago en el cual él pensaba ser enterrado".

Una vez colocado el sarcófago sobre la lápida, apenas quedarían 70 centímetros de paso libre para la entrada. El lugar quedaría "sellado". Ramiro I habría sido enterrado en este lugar, fuera del templo porque, según el autor de la teoría del mausoleo real, en la época los enterramientos laicos no se concebían en lugar sagrado. "La conquista del espacio funerario en el interior se produce a partir del siglo XII y el XIII, pero en estos momentos (siglo IX) eso no se da todavía. Los reyes europeos de esa época se entierran todos fuera", detalla García de Castro. ¿Y por qué en el lado norte de Santa María, en la cara más "escondida", por qué en el lugar opuesto a donde se extiende la terraza sobre la que se alza el edificio, el lado por donde pasaban los caminos tradicionales? Responde García de Castro:

–El Norte, a efectos de pudrición, es más favorable que el Sur. En el Sur huele. Al Sur las cosas se pudren y huelen. Al Norte, no.

El rey implacable que arrancaba los ojos a los rivales, como hizo con Nepociano –además de recluirlo en un monasterio de por vida– intentó sobrevivir con cierta dignidad al apetito de los gusanos. Pero ahí sí fue vencido. Como todos. "Sic transit gloria mundi".

Santa María del Naranco, en primer término, con Oviedo al fondo, donde destaca el palacio de Calatrava.

Santa María del Naranco, en primer término, con Oviedo al fondo, donde destaca el palacio de Calatrava. / Irma Collín

Los monumentos no formaban parte del mismo conjunto palaciego

E. LAGAR

San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco no formaban parte del mismo complejo palatino. "No existió el más mínimo acondicionamiento conjunto del terreno entre ambos, y no fue prevista ni construida relación infraestructural alguna que los relacionase físicamente". Esta es la afirmación del arqueólogo César García de Castro, técnico del Museo Arqueológico de Asturias y coautor del hallazgo del carácter original de la posible lápida del sarcófago de Ramiro I. La hace en uno de sus últimos trabajos sobre los monumentos prerrománicos del Naranco, publicado en la revista especializada "Nailos".

Ya en 1877, Amador de los Ríos -y luego Schlunk en 1947- cimentaron el paradigma tradicional de que los dos edificios componían un conjunto palatino de recreo de Ramiro I integrado por un edificio civil de representación (Santa María) y una capilla regia (Lillo).

García de Castro refuta este postulado. Parte de la ordenación topográfica de los dos edificios y de su entorno. Lo primero que aprecia es que no existe ningún camino tradicional entre Santa María y San Miguel de Liño para cubrir la distancia que los separa (230 metros) y el desnivel de 21 metros que hay entre ambos edificios. (El primero está a 365 metros sobre el nivel del mar y el segundo a 386 metros). Solo la distancia que los separa, apunta García de Castro, ya sería "argumento suficiente" para descartar que formasen parte el mismo conjunto palatino. El segundo indicador es que Santa María del Naranco fue construida sobre una terraza artificial de unos 2.500 metros cuadrados y formaría parte de un conjunto mayor de edificios repartidos en su entorno inmediato, a unos 60 metros. De hecho, en unas excavaciones en 1997, García de Castro encontró un muro circular de dos metros de sección a unos 20 metros de Santa María en dirección suroeste. En el estudio publicado por "Nailos", este experto de referencia en el arte de la Monarquía Asturiana sostiene que "si hubiera habido voluntad de construir juntos templo y edificio representativo, la actuación en Naranco habría permitido perfectamente, aumentando la superficie de la terraza artificial, construirlos juntos en una situación topográfica mucho más favorable". 

Entre ambos edificios discurre el llamado arroyo de los Pastores que surge unos 160 metros por encima de San Miguel. No se conservan restos de puente alguno, no se identificaron en los movimientos de tierra de 1997-98 para el acondicionamiento de los entornos de ambos monumentos. Y eso, como remarca este experto, que el camino tradicional de Liño "discurre paralelo a la margen derecha del arroyo, ofreciendo un recorrido de más de 200 metros en los que situar el puente". García de Castro apunta que si hubiera habido un puente, este no sería de madera. "La arquitectura asturiana del alto medievo promovida por el poder real es de piedra, y de piedra bien trabajada; no usó la madera como elemento fundamental. En cualquier caso, es patente la ausencia de caminería a la que pudiera haber dado servicio el supuesto puente", escribe. Tampoco las excavaciones arqueológicas han encontrado indicios de una preparación urbanizadora del entorno. No hay huellas de pavimentos medievales de la época próxima a la construcción de los dos inmuebles.

Otra pista que, según este especialista, apuntala su tesis de que no hubo una planificación urbanística conjunta para los dos edificios es la orientación que tiene cada uno. "La puerta de San Miguel se sitúa a espaldas de Santa María". Esta orientación de la puerta de San Miguel apunta, abunda García de Castro, a que había una vía de comunicación desde el Oeste y que había desaparecido por la construcción de las instalaciones del actual Centro Asturiano de Oviedo. El acceso principal de Santa María se hace por el Norte "ocultándose de San Miguel". "Se trata de dos decisiones constructivas totalmente independientes", afirma García de Castro.

Un complejo palatino donde se integrase un palacio y una iglesia precisa de una planificación urbanística y arquitectónica conjunta, incide este arqueólogo: ejes topográficos compartidos, una urbanización común y una comunicación planificada a salvo de inclemencias meteorológicas o una integración en un recinto común. Son características "dictadas por el sentido común" que, escribe García de Castro, se pueden apreciar "en cualquier residencia palatina, desde Aquisgrán, Fankfurt o Paderborn a Constantinopla, pasando por el Laterano romano".

Y a todo eso se suman las "ostensibles y patentes diferencias en la técnica constructiva y repertorio decorativo, que apuntan a una ejecución independiente de cada uno de los proyectos, vinculados exclusivamente por su emplazamiento en una misma propiedad y la voluntad del mismo promotor".  

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