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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Duro Felguera, más de lo mismo

El rescate público de la empresa nacida en Langreo, el tercero que vive en su historia

Días pasados, y bajo el título de “Todas las resurrecciones de Duro Felguera”, salía publicada en este diario una noticia referida a los trabajadores de la empresa que, en los años noventa, lucharon para evitar los despidos. Una situación que guarda mucha similitud con la que se vive en la actualidad. Esa lucha –ejemplar, añado yo– se saldó con un balance positivo y durante bastante tiempo acaparó, pues no era para menos, la atención de toda la sociedad asturiana.

Nombres conocidos, junto a otros más anónimos que, entre todos, consiguieron hacer realidad el dicho de que “solo se pierde lo que no se pelea”. Y a fe que no faltó ninguna muestra de ello: desde huelgas de hambre, encierros en el Ayuntamiento de Langreo y en la Catedral de Oviedo, así como decenas de episodios que demostraron que el músculo de los trabajadores era lo suficientemente vigoroso como para hacer frente a todos los obstáculos con los que se fueron encontrando a lo largo de su titánico recorrido. Y que no fueron pocos, precisamente.

La historia de esta empresa, en la que se alterna un panorama de luces y de sombras que en los últimos tiempos se presenta bastante oscurecido (no han tenido ningún reparo en dejar en barbecho zonas como la nuestra de Langreo, después de haberse aprovechado de todas sus riquezas), ilustra de un modo convincente la paradoja de quienes han defendido siempre, en el peor de los sentidos del liberalismo, el derecho de propiedad y la libre iniciativa empresarial frente a la esfera de acción del Estado o de cualesquiera otros instrumentos públicos que pudieran entorpecer su gestión. De modo que, cuando más pequeña sea esa área de intervención estatal, mayor será, por el contrario, la creación de riqueza, ese es su lema preferido.

La historia abunda en ejemplos al uso de una gestión privada que, en la mayoría de los casos, termina siempre igual: las empresas se preocupan solo de aumentar su patrimonio, a costa de lo que sea, por lo que no tienen ningún reparo es mudar sus sedes hacia otros lugares en los que se atisben mayores rendimientos para su futuro (solo el suyo, naturalmente). Un método nada novedoso, por cierto, y en el que Duro Felguera está alcanzando niveles muy altos.

Mas en ocasiones el juego de los mercados altera todas las previsiones, y más cuando la globalización afila cada día con más esmero sus dientes. Y es en esos momentos cuando la paradoja se hace inevitable, pues, contra toda lógica al uso, las empresas que comienzan a perder peso piden auxilio para que el Estado les lance un salvavidas (en esta ocasión serán socorridos con 120 millones del estado español, de los cuales 6 de ellos provienen del Principado). Y en estas nos encontramos de nuevo, ya que, según el título de la noticia de prensa a la que nos referíamos al comienzo, se repite un tercer intento de resurrección: fue salvada otras dos veces por el sector público entre 1966 y 1970.

Cuando en algún momento se habla de las bondades de un sistema socialista en el que el estado distribuye la riqueza entre sus ciudadanos, todos estos empresarios que ahora se aferran al cable hubieran puesto el grito más allá del cielo: “A mí que me dejen gestionar lo mío –habrían dicho–, que no me quiten mi libertad, faltaría más que me dijeran a mí lo que tengo yo que hacer ”. Pues ya ven.

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