Veinte años después, los norteamericanos se retiran de Afganistán. Una guerra que ha costado más de 150.000 vidas y que va a terminar como empezó: con los talibanes en el poder.
¿Para qué la invasión? ¿Qué sentido tiene ir a la guerra si, finalmente, todo queda igual? Leo que los talibanes avanzan al ritmo del repliegue estadounidense y que en los lugares recuperados, de inmediato, se reinstaura la sharia más estricta, lo que supone el retorno al Medievo más oscuro, el fin de cualquier atisbo de derecho de las mujeres y la prohibición de aquello que pueda resultar ofensivo a su modo de interpretar la religión, que es prácticamente todo, comenzando por las manifestaciones artísticas, que quedan abolidas. No se puede cantar, ni bailar, ni pintar. Si escribes, a ver qué escribes, porque te cuelgan a la mínima. En definitiva, queda prohibido el disfrute de la belleza de la vida bajo pena de muerte.
Para eso han servido veinte años de guerra. Para volver al punto de partida y dejarlo todo como estaba o peor. Qué estupidez tan macabra.
Imagino que para cualquier militar occidental que haya estado destinado allí, que vio morir a algunos compañeros, que fue testigo de los horrores que el régimen talibán comete contra su gente, ha de resultar desolador asistir a un final como este. ¿Qué sentido tuvo ir hasta allá? Seguro que económicamente les habrá venido de perlas a unos pocos, para los que la guerra es sinónimo de gran negocio, pero el ridículo y el descrédito del “mundo civilizado” no puede ser mayor.
Aquella pobre gente vuelve a estar en manos del terror y todo el que pise fuera de la finísima línea que traza el régimen talibán corre peligro de muerte. Homosexuales, mujeres estudiantes y profesionales, librepensadores, artistas, intelectuales, “infieles”… todos ellos vuelven a tener los días contados.
