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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Trabajar hasta los 75 años

La propuesta del ministro Escrivá de alargar la edad de jubilación

Lo más importante no es hablar alto, sino decir las cosas a las claras, para que todos las entiendan bien. Y, sobre todo, para que la voz llegue nítida hasta los oídos de los principales tiburones financieros, acostumbrados a nadar con un cuchillo entre los dientes y que cuando no les cuadran los números usan siempre la misma táctica: aprovechar el sudor de la carne humana para conseguir así que se nivelen los asientos contables.

Parece que la sostenibilidad del sistema de pensiones camina en precario, eso dicen a diario los que manejan la calculadora del mercado capitalista, de modo que no queda otra que alargar los años de cotización para que no deje de funcionar la caja registradora (todos sabemos que las mentiras reproducidas hasta la saciedad acaban aceptándose como verdades). Da igual que se trate de trabajadores que se hayan dejado las pestañas durante muchos años en oficios peligrosos o llenos de riesgo, eso poco importa, pues, a fin de cuentas, los más perjudicados son las personas de mayor edad, y ya se sabe la perla que soltó en su momento Christine Largarde cuando era directora del FMI: “Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía mundial”.

De modo que fiel a las consignas de quienes realmente dirigen el tinglado económico-político (los representantes del Gobierno no son más que solícitos correveidiles), el ministro José Luis Escrivá, atento siempre a las órdenes de sus amos, ha soltado la obscena lindeza –eso sí, bien alto y para que todos se enteren– de que hay que alargar la edad de jubilación y, en consecuencia, toca deslomarse hasta los 75 años. O sea, que como hasta ahora el trabajo había sido una fuente de placer (pregúntese a quienes mueren a causa de accidentes laborales o quedan con graves secuelas de por vida), hay que seguir bebiendo de ese grifo, ponzoñoso en muchos casos, aunque ya no queden fuerzas ni para acercar el vaso a la boca.

Eso sí, para que la música suene más dulce, el ministro justifica esa demora en base a un necesario cambio cultural. En su caso, el concepto de cultura del trabajo es una construcción colectiva que requiere siempre la disposición de los actores involucrados, nada más lejos de la mofa con la que se ha dirigido a la ciudadanía. Condiciones de trabajo mejores, respeto de los derechos y obligaciones de las partes, desarrollo y crecimiento personal… son algunas piezas con las que está fabricada esa cultura que tanto preocupa al ministro y que, por lo visto, parece desconocer. Además, si de lo que se trata es de nutrir esa caja de pensiones, podríamos comenzar, entre otras medidas, por crear más empleo, y de calidad, o impulsar la lucha contra el fraude y la economía sumergida. Y puestos a buscar aportaciones, no vendría mal, precisamente, que se eliminaran las pensiones vitalicias, y que los políticos que ya cumplieron su labor se limitaran a cobrar un sueldo medio como la mayoría de los currantes de este país que tienen la suerte de tener una nómina.

Me imagino que como en otras ocasiones hicieron algunos representantes públicos para intentar ocultar su desliz, el ministro nos dirá que todo ha sido un mal entendido, que sus palabras fueron mal interpretadas, y así por el estilo. Es el riesgo que se corre cuando se intenta quedar bien con las dos partes –equilibrio bastante difícil, por cierto–, sin darse cuenta de que acostumbrarse a llevar los recados de alguien (práctica bastante común en muchos políticos) no acostumbra a producir buenos réditos por lo general. Y menos cuando los autores de la encomienda están acostumbrados a cortar el bacalao en seco. O a partirlo en todos los trozos que sean necesarios, si fuera preciso.

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