La vida es un discurrir continuo y un caminar con final seguro. Y llegar a viejo es el refrendo de una existencia que culmina y nos deja la huella indeleble del tiempo pasado. Y estos días me sirvieron para reflexionar en torno a la vetustez o esa eufemística tercera edad. Y lo hice en varias visitas al centro de mayores de Pola de Laviana para saludar a familiares y a afectos con el ánimo de pasar unos momentos con ellos y parlamentar de su situación y forma de vida en una residencia moderna y dotada con los últimos adelantos tecnológicos para que las personas de edad avanzada alcancen la calidad humana vital y sean felices a su manera.
Casi un centenar de residentes abrazados a sus años y marcados por un camino existencial que en muchos casos resultó complejo y difícil. Unos muy impedidos y otros válidos con la mente perdida en sus sombras y en sus ensoñaciones. Algunos con una salud delicada, pero con ganas de vivir este instante de última hora. Y los responsables del centro geriátrico envueltos en su trabajo intenso para favorecer la buena parsimonia de estas gentes mayores. Experiencia benéfica y real en unas horas de pasatiempo escuchando sus cuitas y esas vivencias limitadas por una edad que no perdona.
Buena labor la de estos gestores de la geriatría. Un aplauso sincero. Y entre palabras y comportamiento dos protagonistas de esta historia doméstica. Allí estaba el primer residente de este centro llamado Paulino Sánchez Díaz, alias Toroces, y la última en alcanzar un lugar en este lugar de alojamiento de nombre Lucía Avín Cifuentes. Ambos de la Pola y conocidos entre sí por ese razonamiento relacional de los pueblos. Paulino alcanza los 93 años y enganchado a su silla de ruedas desgrana con notable memoria sus andanzas de hombre bohemio y lastrado por su acción picaresca con el beneficio de ser un gran pescador manual. En los buenos días de pesca sin caña los restaurantes y casas de comidas de la zona recibían de este pintoresco personaje las mejores truchas del padre Nalón.
Un hombre sin licencia vital pero que siempre vivió a sus anchas y como le dio la gana. Ahora anclado en su silla rodante rememora su pasado con la nostalgia de un héroe sin pedestal. El bueno de Toroces recrea con suave voz su existencia de película y se emociona como un niño cuando su interlocutor le dice que fue un gran pescador de limpias manos y auscultando los tramos de río en la noche primaveral. Truchas y anguilas al servicio de los bares de su época. Y a su lado Lucía con su taca taca silencioso recorriendo todos los ángulos del recoleto geriátrico y observando a sus compañeros de ambiente y comedor. Esta mujer trabajó lo indecible, fue una gran cocinera, muy servicial y una escrupulosa trabajadora en la limpieza de la banca privada. Ahora en esos cerca de 90 años quiere recuperar sus estupendas recetas en un libro sencillo para gusto y sorpresa de muchos.
Sus potajes, las impresionantes croquetas de puchero y las natillas merengadas, son historia culinaria que no olvida y apunta con verdadera pasión a su mentora Generosa Calleja, que la orientó en las buenas prácticas de la cocina tradicional. La Tita Generosa, para sus afectos, la lleva en el corazón y con su futuras recetas impresas quiere hacerle un homenaje de gratitud y deferencia.
Paulino y Lucía son un poco la representación genuina de un centro de mayores y al igual que el resto de los existentes en Asturias contribuyen a que nuestros abuelos y abuelas mantengan ese espíritu de sentir la vida con amor y sabiduría. Llegar a viejo tiene las consecuencias propias de esa edad provecta, pero a pesar de las limitaciones físicas estos héroes entrados en años deambulan por la residencia con agasajo, exultación y cortesía, entre manualidades, sueños perdidos y amistad. Y ahí reside la fuerza de la vejez.
