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Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Sangre en el agua

La estrategia de algunos países de incrementar la presión en las fronteras utilizando como ariete a los que huyen de la miseria

Hace treinta años Oriana Fallaci ya avisó de que Europa era el bocado más apetitoso, el objetivo más deseado y que, además, mostraba síntomas de debilidad. Y predijo que una parte creciente de la “invasión del hambre”, la inmigración motivada por la necesidad económica, acabaría siendo manipulada por los sátrapas que gobiernan al otro lado de nuestras fronteras.

Aquellas palabras le valieron a Fallaci que en su propio país, Italia, se levantara un “cordón sanitario” a su alrededor para desacreditarla y aislarla. Finalmente, la enérgica periodista, referente mundial del reporterismo, murió triste y sola. Pero su pensamiento, a menudo duro y frío como el acero, permanece. Y sus augurios sobre el porvenir europeo van cumpliéndose debido, en gran medida, a la pesada cadena de la corrección política.

Tres décadas después, es un hecho que la migración es un negocio fabuloso y un arma efectiva de poder. Porque los tiburones huelen la sangre en las aguas europeas. Ya lo comenté anteriormente y hoy lo reitero: La civilización occidental está en declive y Europa será la primera pieza en caer.

Económicamente ya estamos en manos chinas, árabes, rusas y de los fondos de inversión transnacionales, y la dependencia energética así como de bienes industriales y de consumo del exterior es actualmente patente.

El siguiente asalto, ya en marcha, es ir incrementando la presión en las fronteras, una estrategia premeditada e impulsada por regímenes extranjeros, que utilizan como ariete la desesperación de los que huyen de la miseria y la guerra. Lo hacen Turquía, Marruecos, Libia y ahora, por el noreste, Rusia a través del títere bielorruso, jugando de modo inmisericorde con las vidas, unos, de los pobres sirios, afganos e iraquíes, y otros, de los africanos.

Así se vino abajo el imperio romano, cuando los pueblos bárbaros olieron la sangre, descubrieron también la debilidad de la hasta entonces invencible Roma.

Oriana Fallaci, que conoció Europa por dentro y por fuera, detectó las señales y alertó sobre las mismas. Pero prefirieron apartarla. Y así estamos hoy.

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