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Ernesto Burgos

Historias Heterodoxas

Ernesto Burgos

Faustino Martínez, el poeta que perdió la fe

El lavianés, nacido en 1873, fue ordenado fraile, estuvo en distintos países de América y acabó rechazando religión años antes de morir en 1912

Leyendo cosas de Albino Suárez me encuentro con un personaje curioso: Faustino Martínez Suárez, un fraile agustino que nació en Pola de Laviana en 1873 y falleció en Fuerteventura en 1912 después de haber desempeñado con dedicación su misión en América, aunque más tarde “se dedicó a vivir la vida y a saciarse de la carne, que encontró en las hembras que, para el final de su vida, fueron deleite de sus apetitos”. Comprenderán que enseguida me haya puesto a seguir su pista.

Faustino Martínez, el poeta que perdió la fe

Afortunadamente no he tenido que buscar mucho, porque para escribir esta página solo he tenido que resumir el completísimo trabajo que publicó en 2018 en la revista “Archivo Agustiniano” el profesor de Filosofía Miguel Ángel Ríos Sánchez titulado “Hacia una biografía de Fray Faustino Martínez Suárez, OSA (1873-1912)”. Con su autorización, hoy voy a contarles la peripecia vital de este agustino que al final de sus días perdió su fe en Dios pero siempre mantuvo su pasión por la poesía.

Nuestro hombre vino al mundo en un hogar de profundas convicciones religiosas; fue hijo del secretario del Juzgado Municipal de Laviana, quien aportaba un salario digno pero insuficiente para mantener a los diez hijos que Miguel Ángel ha localizado y que otros autores elevan hasta la docena. Entre los hermanos hubo varios poetas de desigual inspiración y tres frailes agustinos: Fray Graciano, Fray Emilio y Fray Faustino.

Miguel Ángel también se ha ocupado del primero en “El P. Graciano Martínez Suárez (1969-1925). Una aproximación a su vida y a su obra”, publicado por el RIDEA en 2007 y Benigno Pérez Silva, Francisco Trinidad y José Luis Campal han estudiado a Emilio, quien abandonó sus estudios en 1897 antes de realizar los votos solemnes para no tener que ir a Filipinas. Albino Suárez también recogió en la revista “Alto Nalón” más datos sobre otro hermano llamado Manuel, que fue comerciante en La Habana y se suicidó allí en abril de 1927 agobiado por una terrible enfermedad.

Centrándonos ya en Faustino, nació el 23 de enero de 1873 y cuando cumplió quince años solicitó entrar en el Colegio de Agustinos de Valladolid como antes había hecho Graciano. Allí estudió Filosofía y profesó sus votos solemnes el 12 de septiembre de 1892, luego empezó los de Teología en el monasterio burgalés de La Vid y los concluyó en el Colegio Alfonso XII de El Escorial, donde también se ordenó sacerdote en 1896 e impartió clases a pesar de la timidez casi patológica que caracterizó su juventud.

A finales de ese año publicó en la revista “La Ciudad de Dios” su primer artículo titulado “El carácter moral de Voltaire”, donde calificó al ilustrado francés como “el hombre más odioso que ha producido la edad moderna”, pero Miguel Ángel Ríos apunta en su biografía que cuando estuvo en Valladolid y La Vid ya era poeta, aunque “la tarea de recopilación de las poesías del P. Faustino se nos antoja extremadamente complicada: muchas aparecieron en revistas y periódicos de muy difícil acceso”. En aquel mismo 1896 también empezó a publicar sus versos en la revista “Laviana”, que dirigía el médico Eladio García-Jove y tres años más tarde editó un libro titulado “Sonrisas y Lágrimas”.

Con el objetivo de habilitarse para poder impartir clases de nivel superior, el padre Faustino cursó el Bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid, siendo el único sacerdote que en esas fechas estuvo presente en cada convocatoria, pero tras el desastre del 98 la Orden Agustina lo obligó a dejar España para dirigirse a América.

El 5 de diciembre de aquel año embarcó en Barcelona en un vapor italiano junto a otros veinticinco misioneros que debían repartirse entre Colombia y Perú. Él estaba en el segundo grupo y su destino fue el convento de Nuestra Señora de Gracia de Lima; allí asumió el cargo de depositario para encargarse de custodiar el dinero de aquella comunidad antes de ser nombrado examinador de Provincia para ordenandos y sacerdotes, aunque esta vida no le satisfacía y sumó sus quejas a las de otros frailes que pedían el traslado porque la existencia en Lima era “inactiva y bochornosa, impropia de nuestra educación y miras, porque desde nuestra llegada no hemos hecho otra cosa que decir misa diariamente en conventos de monjas y asociaciones de beatas, y oficiar de diáconos y subdiáconos en las iglesias de Lima”.

Un año después cayó enfermo del pulmón y fue enviado a la ciudad de Jauja buscando un clima más benigno, pero en el camino contrajo la llamada “enfermedad de las verrugas” y cuando pudo recuperarse alegó una “tenacísima neurastenia” para que lo enviasen a Chile.

Fray Faustino no tardó en retornar a Perú mandando regularmente sus versos al diario “El Tiempo” de Lima. Entre 1902 y 1904 ganó varios premios de poesía en América y España y en febrero de 1903 publicó otro pequeño libro de rimas llamado “Obsequio a la Virgen de mi infancia”, en honor a la del Otero. También encontramos su firma en artículos y composiciones publicadas de nuevo en “La Ciudad de Dios” y en “El Buen Consejo”, “España y América”, “El amigo del clero” y otras revistas religiosas.

El padre Faustino regresó a España en 1905 para pasar el verano en Pola de Laviana antes de incorporarse como profesor al Colegio de La Encarnación de Llanes. Según Miguel Ángel Ríos en este momento afloró la profunda crisis religiosa que venía gestando desde mucho antes. El 24 de septiembre de 1906 se celebró en Oviedo la entrega de un premio de poesía que había ganado con una composición dedicada “A la Virgen de Covadonga”, pero no acudió a la ceremonia y participó el mismo día en los Juegos Florales celebrados en el Ateneo Tarraconense de la Clase Obrera donde no se identificó como fraile: todo indica que ya estaba lejos de la religión, aunque aún tardó tres años en hacerlo oficial.

Pero antes, en la primavera de 1907, se embarcó para Cuba donde ya estaban desde hacía años sus hermanos Manuel y Emilio. El poeta Alfonso Camín contó que en este viaje Faustino “iba desencantado de sí mismo y de los ejércitos de Dios, le tentó el Diablo de la carne y dejó el convento. Nosotros lo iniciamos en el amor y nos dio vuelta y raya”. Allí intentó ganarse la vida colaborando en “El Diario de la Marina”, aunque no tardó en ser cesado. Su biógrafo ha encontrado un artículo firmado mucho más tarde, en marzo de 1911, por un tal “Fray Gerundio” titulado “La caridad de los frailes” en el que se cuenta con detalle como sus antiguos compañeros de Orden vieron con disgusto su deriva y convencieron al director de aquel periódico, Nicolás Rivero para que dejase al padre Faustino en la calle y sin trabajo.

Nuestro hombre llegó a conferenciar en la Casa del Pueblo de Barcelona antes de buscar en Madrid el apoyo del periodista anticlerical José Nakens, quién lo acogió y le prestó su ayuda en el proyecto de editar unos recuerdos personales llamados “Confesiones de un fraile”, sin embargo solo pudo publicar dos artículos previos en “El País”. En uno de ellos expuso su duda existencial: “Si no tengo creencias, ¿qué le voy a hacer? ¿Estoy obligado a ser hipócrita?”. Entonces volvió a recaer en la tuberculosis y falto de fuerzas abandonó su libro rindiéndose a la presión de los agustinos.

De nuevo en Laviana, ni su hermana Conrada, humilde y religiosa como el resto de los suyos, ni los vecinos, acogieron bien a aquel fraile que retornaba convertido en apóstata y le dieron de lado. Aun así, este pudo ser el momento en el que compuso su famoso Himno a la Virgen del Otero, aunque Albino Suárez lo adelanta a otra convalecencia anterior “posiblemente en tiempo en que efectuaba estudios en el Colegio de los Agustinos” y mucho antes de alejarse de la religión y dedicarse a vivir de la vida los placeres de la carne.

La tuberculosis se agravó en la primavera del año 1911 y Faustino buscó inútilmente su recuperación en el clima seco de Fuerteventura. Falleció en el pueblo de Antigua, el 13 de mayo de 1912 y al día siguiente lo sepultaron con un funeral de cuarta clase. Alfonso Camín resumió sus últimos momentos: “Se desencantó también de la vida mundanal, volvió hacia sí mismo por las fuentes del espíritu, quedóse en los huesos como un caballero místico del Greco, enfermó y murió en las Canarias”. También lo definió en 1920 el cura de Laviana Manuel Valdés en el libro de su parroquia, aunque con menos literatura: “Fue un poeta inspiradísimo, que murió loco.” No sé lo que pensarán ustedes.

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