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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Un acuciante dilema: “cañones o mantequilla”

La decisión de dedicar el dinero público en defensa o a mantener el gasto social

El destino de naciones y continentes, de imperios y autocracias, se ha forjado en los campos de batalla. Las guerras han transformado y alterado la geopolítica del mundo. Además son hechos históricos indiscutibles y permanentes, lo que no quiere decir que sean necesarias y que no se deban utilizar todos los medios posibles para evitarlas. Pero cuando están en marcha, las alternativas para hacerles frente son siempre arduas y contradictorias.

En la cumbre celebrada días pasados en Versalles, los líderes de la Unión Europea han decidido aumentar sustancialmente los gastos de defensa por el asedio militar ruso a Ucrania. Sobre la cuestión, la primera ministra sueca, Magdalena Anderson, ha declarado que le gustaría invertir el dinero de los contribuyentes en escuelas y pensiones, pero “debemos gastarlo en defensa”.

Y el presidente Sánchez asume ahora que está dispuesto a aumentar el presupuesto de Defensa hasta el dos por ciento acordado por la OTAN. Pero la respuesta de sus socios de gobierno fue inmediata: arguyen que existen “prioridades más acuciantes” a las que destinar el dinero público, como blindar los servicios públicos y “dar certezas” a la ciudadanía. Y como portavoz parlamentario de Unidas Podemos, Pablo Echenique no está a favor de un aumento del presupuesto militar en armamento, porque “su espacio político defiende la paz”, y como científico no le parece justo que sea más del doble de lo que se gasta en investigación.

Aplicado a una economía de guerra, tiene sentido en estos momentos el famoso dilema de “cañones o mantequilla”, utilizado para ilustrar el problema de la elección entre la producción civil y la militar. Si elegimos los cañones nos podremos defender de los ataques del enemigo, pero también estaremos peor alimentados; si elegimos la mantequilla comeremos mejor, pero también seremos más vulnerables.

Esa vieja alternativa la formalizó el estadounidense Paul Samuelson, Premio Nobel de Economía, en los años setenta del siglo pasado. Samuelson explicaba que los países tienen que elegir entre destinar sus limitados bienes a la producción de cañones (gasto militar) o a fabricar mantequilla (gasto civil). En otras palabras, los gobiernos deben decidir cómo distribuyen sus recursos, ya que en economía nada es gratis y no tiene sentido derrochar, por eso la necesidad de aprovechar los recursos conlleva la ineludible obligación de elegir. Con sus diferencias, este principio vale tanto para tiempos de guerra como de paz.

Por su parte, el secretario general de la ONU, António Guterres, ha reclamado la paz para evitar “un huracán de hambruna y un hundimiento del sistema alimentario mundial”. Una escalada en la guerra supondría una amenaza para “toda la humanidad”. Dice asimismo que la guerra golpea con más dureza a los más pobres y siembra los gérmenes de la inestabilidad política en el mundo. Aún más: cuarenta y cinco países importan de Ucrania y Rusia un tercio del trigo que consumen. Y un grupo de los más pobres compran más de la mitad.

Desde el rango metafísico que le confiere su alto cargo institucional, Guterres reclama la paz en el mundo, a pesar de que Rusia, que inició el conflicto con la invasión de una nación soberana, es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad que tiene derecho a veto y puede bloquear cualquier decisión que se tome en el máximo órgano de la ONU. Y conviene recordar que el papel del Consejo de Seguridad es precisamente “mantener la paz y la seguridad internacionales”

En definitiva, más allá del dilema de cañones o mantequilla, existen múltiples factores (algunos azarosos) para que las guerras estallen y perduren. La cuestión es poner fin a sus horrores lo antes posible.

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