La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ernesto Burgos

de lo nuestro Historias heterodoxas

Ernesto Burgos

Los primeros guardas jurados de la SHE

Las curiosidades halladas en los partes de incidencias del servicio de vigilancia de la Sociedad Hullera Española a principios del siglo XX

El jesuita Sisinio Nevares, impulsor del sindicalismo católico español publicó en 1936 el libro “El patrono ejemplar” para contar las buenas obras y maneras de don Claudio López Bru, uno de los personajes habituales de estas historias. Don Sisinio fue amigo íntimo de Onésimo Redondo, el fundador de las JONS, y tras la pronta muerte de este se sumó al alzamiento militar como capellán de la Primera Bandera de Falange de Castilla, obteniendo tres cruces de guerra.

Si vinculamos su defensa tanto de la política social que implantó el segundo marqués de Comillas en el poblado de Bustiello a finales del siglo XIX como del modelo de relación empresarial del nacional-catolicismo a mediados del siglo XX, podemos concluir que las semejanzas son muchas y en ambos casos destacó la importancia de controlar las vidas de los trabajadores como la forma más eficaz de mantener el orden establecido.

Por ello el jesuita resaltó en su libro la importancia que tenía el Cuerpo de Guardas Jurados para el desarrollo de la Sociedad Hullera Española apuntando el hecho de que quienes entraban en él tenían que haber servido en el Ejército y preferentemente proceder de la Guardia Civil. Según Adrian Shubert en su libro “Hacia la revolución”, en el que trató el desarrollo del movimiento obrero en Asturias hasta 1934, en un primer momento se contrataron seis guardas jurados armados con revólveres y rifles de repetición Winchester, aunque en 1912 cuando el SOMA de Manuel Llaneza empezó a organizarse en Aller su número se amplió hasta los veinte.

Su función principal era la de vigilar las propiedades de la Sociedad incluyendo sus instalaciones, construcciones, tendidos eléctricos de alumbrado y teléfonos. Pero, como es sabido, una característica del paternalismo impulsado por el señor marqués fue el control de la vida cotidiana de sus trabajadores, a los que se exigía un comportamiento ejemplar, por lo que los guardas cuidaron al mismo tiempo de que se cumpliesen las normas establecidas para los beneficiarios de las viviendas del poblado, examinando la prensa que leían los obreros, acompañando las ceremonias religiosas y, cuando el cine llegó a Bustiello, evitaron que los más jóvenes aprovechasen la oscuridad de la sala para dar rienda suelta a sus ardores.

Esta labor supuso la elaboración de informes sobre los empleados que se embriagaban o acostumbraban a jugar y en ocasiones llegó a incluir anotaciones acerca de las supuestas infidelidades de sus mujeres, lo que dio lugar a la redacción de unos partes que vistos con la óptica de nuestro tiempo se han convertido en documentos curiosos que nos dan el pulso de lo que fue la vida cotidiana en esta empresa.

Hace años, mi amigo Rolando Díez me pasó algunos de estos apuntes que había encontrado buscando otros datos en los archivos de la SHE y ahora les traigo una muestra para que vean de lo que estoy hablando. Son partes dirigidos al director de la empresa Manuel Montaves y firmados por el cabo E. Costa, que estuvo al mando del Servicio de Vigilancia en la primera década del siglo XX.

En uno fechado el 27 de enero de 1903 el cabo se vio obligado a informar de un incidente que afectaba a sus propios guardas, ya que las esposas de dos de ellos habían sostenido un altercado después de que el gato de una se comiese algunos embutidos en la vivienda de la otra lo que degeneró en una reyerta en la ambas se cruzaron algunos golpes.

El cabo cerró su escrito afirmando que tenía buen concepto de los dos jurados, que en el momento de los hechos se encontraban de servicio y que tras haberlos llamado al orden le habían prometido que no iban a repetirse incidentes similares, pero aun así Montaves le mandó por escrito dos días más tarde un mensaje manifestando su disgusto y ordenando que los amonestase seriamente.

Otro de los partes, del 14 septiembre 1904, señala la actuación fallida de uno de los guardas, quien comunicó haber visto a la una y media de la madrugada anterior, cuando pasaba reconocimiento a la iglesia de Bustiello, a un hombre apoyado en la puerta de la sacristía. Al intentar detenerlo, el desconocido se dio a la fuga por la alameda y protegido por la oscuridad le hizo un disparo desde el camino y aunque el guarda le contestó con otros dos tiros desconocía si lo había alcanzado, ya que el extraño acabó perdiéndose en la noche sin ser ni detenido ni identificado.

Estos asuntos disgustaban profundamente a Montaves, que exigía el castigo a las malas acciones independientemente de la edad de los infractores. Así se demostró un mes más tarde, cuando tres niños llamados Ángel, Laureano y Manuel empujaron con sus juegos una mesilla rompiendo cinco cajas de engrase. Sus padres fueron llamados al orden y se defendieron como pudieron.

Uno dijo que ignoraba lo que había hecho su hijo, que no tenía todavía uso de razón para distinguir el bien del mal, pero aun así no renunciaba a pagar lo que fuese justo y se comprometía a castigarlo para estimularle a obrar y conducirse bien. Otro expuso que a la hora del incidente los niños estaban bajo la custodia del maestro de escuela y que lamentaba lo ocurrido, aunque su pequeño, de solo cinco años, no tenía discernimiento; sin embargo también lo iba a castigar para que no reincidiese ni cometiese más travesuras.

El tercer padre se sumó a las disculpas y a pesar de que su hijo no pasaba de los cuatro años, igual que los otros prometió imponerle un castigo severo para que se corrigiese. El cabo Costa demostrando una vez más su buen carácter, indicó en su escrito que este pobre hombre “vive con bastante estrechez, se halla a montepío y es digno de conmiseración”.

Y es que en el poblado ideal las normas debían ser iguales para todos y el mismo marqués lo hizo constar instando en aquel verano a Manuel Montaves para que ordenase que sus guardas tomaran medidas contra los niños que nadaban desnudos en los ríos de la Sociedad Hullera Española, mandándole que “de ningún modo consientan que los chicos y jóvenes que se bañan lo hagan de manera indecorosa y faltando a la decencia pública”.

Ya en febrero de 1907 el director recibió otro parte con la información de que una de las parejas que estaba prestando servicio a las 9 de la noche del día 24 había oído un disparo de arma de fuego cerca de la escuela de niños de Bustiello, sin saber cuál había sido el motivo ni quién era el autor, que también había logrado huir, aunque perdiendo un revólver sistema Smith con cachas de nácar, que estaba incautado.

En julio del mismo año de 1907 el cabo Costa informó de un nuevo fallo cometido por uno de sus guardas encargado de la vigilancia nocturna de los grupos Legalidad, Turca y Conveniencia. Según el parte, una de aquellas noches había visto salir a un hombre huyendo de los aparatos del grupo de Conveniencia y no pudo detenerlo a pesar de haber realizado con su revólver dos disparos intimidatorios. No obstante el cabo quiso suavizar la situación matizando que sabía que el objetivo del huido era robar los casquillos de bronce allí depositados y tenía la información de que lo iban a volver a intentar en mina Mariana por lo que solicitaba poder pasar a los guardas del servicio diurno al nocturno por cuatro o seis días para detener a los rateros.

En estos informes del Servicio de Vigilancia de la Sociedad Hullera Española encontramos también ejemplos de sus servicios a la Iglesia católica, de los primeros enfrentamientos con el sindicalismo socialista y de la costumbre de portar armas que estaba generalizada entre los trabajadores de nuestras cuencas mineras, aunque el poblado de Bustiello era una excepción en este hábito.

Sin embargo en el exterior no sucedía lo mismo y el 18 de abril de 1908 el cabo Costa presentó uno de sus últimos partes en el que vemos todas estas características: en la noche anterior sus hombres habían tenido que intervenir en los alrededores de la iglesia de Moreda para frenar un alboroto promovido por personal obrero sin respetar una de las ceremonias de la Semana Santa que se celebraba en el interior del templo. En el cacheo a los implicados fueron incautados nada menos que seis navajas y tres revólveres.

A pesar de los esfuerzos del cabo Costa, tras un desencuentro por la resolución de un incidente ocurrido en el baile de una jornada festiva, Manuel Montaves, acabó prescindiendo de sus servicios acusándolo de “excesiva relajación” en su trabajo.

Compartir el artículo

stats