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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Vivir en las Cuencas

La sangría demográfica en las comarcas mineras y la necesidad de tomar medidas para fijar población

Estos días se comenta que el retroceso demográfico de Asturias, todavía leve, se podría paliar con una masiva inmigración: es lo que proponen los expertos. ¿De verdad hay tantos empleos para una inmigración de esa naturaleza? Debido al envejecimiento, la baja natalidad y la falta de trabajo, la sangría de la población es excepcionalmente acusada en las Cuencas.

Por eso fijar población viene siendo uno de los objetivos prioritarios en los últimos tiempos. Un propósito que está muy lejos de haberse cumplido. Un dato revelador: la población actual de Mieres y Langreo es casi la misma de hace un siglo.

Poco después de la constitución de Hunosa, en una revista semanal asturiana se hacía una predicción de cómo sería Langreo en el año 2000 de cumplirse ciertos requisitos ideales. Se decía que, tras una considerable labor de derribo, la zona habría recuperado su antigua belleza natural, eliminando los restos más lesivos de la industrialización decimonónica. Culminaba ese proceso con la construcción de barrios residenciales, ordenados, comunicados entre sí y periféricos al casco urbano. Y lo más importante: Langreo, igual que Mieres, llegaría ese año a los cien mil habitantes. Sin embargo, la población de ambos municipios es hoy poco más de un tercio de aquella predicción optimista.

Y esta previsión contrasta con la advertencia poco tranquilizadora que hacía el expresidente del Gobierno, Felipe González, tras la entrada de España en la actual Unión Europea. González alertada entonces de que la frontera de la “civilización del carbón no iba a superar el horizonte del año 2000”.

En los años siguientes se trató por diferentes medios remediar o moderar la sangría demográfica de los valles mineros. Así, una de las prioridades de los fondos europeos era precisamente crear empleo y fijar población para reactivar las comarcas mineras “afectadas por los masivos cierres de empresas mineras”. Por razones ya sabidas, con los fondos mineros tampoco se logró frenar la crisis demográfica. Al mismo tiempo se prodigaron planes, promesas, campañas dirigidas a tal fin. En los programas políticos se proponía “unas Cuencas para vivir y para invertir”. Para algunos especialistas, la propuesta de hacer atractivas las Cuencas para vivir siempre sería una opción más recomendable que dar dinero a empresarios cazasubvenciones.

De cualquier forma pienso que en estas tierras hace falta sobre todo un auténtico impulso dinamizador para fijar población. Se necesita un nuevo modelo económico sostenible, como se dice ahora, en el que los puestos de trabajo dependan sobre todo de lo que realmente se produzca, siendo complementaria la actividad turística de los que vengan a conocer nuestras reliquias históricas.

Cueto Alas llamó “fumatas blancas” a la creación de nuevas empresas que compensaran una parte de los cientos de puestos de trabajo creados en los años de bonanza: en los tiempos en que los “humos negros” de minas y fábricas proporcionaban un empleo intensivo y atraían a cientos de inmigrantes.

Por tanto, creo que el destino de las comarcas mineras lo marcan sus gentes, su población, cuyo suelo resulta difícil de prever. Pero la vida es más ancha que la historia, y las Cuencas deberían tener la fuerza de romper con el lastre del pasado para llegar a un presente y un futuro más esperanzadores.

Y al margen de pasadas coyunturas, futuros inciertos y justificados escepticismos, a estas alturas me quedo con la nostálgica y sentimental evocación que Chesterton hace en su novela “Napoleón de Notting Hill”: “Nací y viví, como otros hombres, en un lugar de la tierra que amo porque en ella he jugado de niño, me he enamorado y he hablado con mis amigos durante noches que eran noches de los dioses”.

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