de lo nuestro Historias heterodoxas

José María de Cistué, héroe de los Sitios de Zaragoza

El aguerrido y condecorado militar residió en Mieres tras su matrimonio con Nicolasa Bernaldo de Quirós

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Durante la Guerra de la Independencia, la capital de Aragón sufrió con heroísmo dos asedios por parte de las tropas francesas que la Historia conoce como los Sitios de Zaragoza. El primero se inició el 15 de junio de 1808, y dos meses más tarde los invasores se retiraron después de haber sufrido 3.000 y 4.000 bajas. El 21 de diciembre del mismo año volvieron a intentarlo y esta vez, ayudados por de una terrible epidemia de tifus que asoló la ciudad, consiguieron que capitulase el 21 de febrero de 1809, tras ver reducida su población de 55.000 habitantes a 12.000.

Quienes ya hemos cumplido más años de los que quisiéramos tuvimos que estudiar en la escuela esta gesta, potenciada por el franquismo como un símbolo del carácter irreductible de los españoles, y aún recordamos el dibujo de la mítica Agustina Zaragoza, "Agustina de Aragón", que aparecía en las enciclopedias antorcha en mano disparando un cañón mientras animaba a los hombres a seguir resistiendo al invasor. Y lo cierto es que resulta difícil encontrar otro episodio bélico en el que las mujeres hayan tenido tanto protagonismo, porque además de esta heroína también lucharon en Zaragoza Casta Álvarez, María Agustín, Manuela Sancho, Juliana Larena, la condesa de Bureta, Josefa Vicente, María Lostal, Josefa Amar, María Artigas, la monja María Rafols y Concha Azlor, junto a otras que son menos conocidas.

También, lógicamente, muchos hombres participaron en aquella hazaña. Hoy les voy a presentar a uno que tuvo mucha relación con Mieres, pero que es completamente desconocido entre nosotros. Se trata del brigadier José de Cistué y Martínez de Ximén Pérez, quien después de haber sido uno de los defensores más valientes en los dos Sitios de Zaragoza se casó con doña Nicolasa Bernaldo de Quirós, para residir con ella en el palacio de Camposagrado en Mieres. Pero..., déjenme ir por partes.

José María de Cistué procedía de una familia de infanzones aragoneses. Su padre, del mismo nombre, fue el II barón de la Menglana, un jurista de prestigio que inició su carrera siendo magistrado en Huesca y después la desarrolló en América como fiscal en la Audiencia de Quito, oidor y fiscal de la de Guatemala y alcalde del crimen de la Audiencia de Méjico, para terminar asentándose en Madrid como integrante del Consejo y Cámara de Indias.

Entonces ya era un hombre mayor, pero conoció a María Josefa Martínez, una joven de buena posición que tenía treinta y un años menos que él y era una de las damas de cámara de la princesa de Asturias, María Luisa de Parma, quien los autorizó a casarse en 1782 en el Palacio Real.

La pareja tuvo una hija y tres hijos, todos nacidos en Madrid, bautizados en la parroquia de San Sebastián y educados en el ambiente de la Corte, por lo que pudieron conocer y tratar a muchos personajes ilustres de la época, entre ellos el pintor Francisco de Goya, también aragonés, quien retrató tanto al padre como a Luis, uno de los hermanos, cuya imagen está representada en el famoso cuadro "El niño de azul", que actualmente puede verse en el museo del Louvre y que es, según los expertos, uno de los mejores retratos infantiles del maestro de Fuendetodos.

El niño Luis de Cistué también fue jurista y figura en el panteón de hombres ilustres aragoneses como un liberal defensor de la cultura y opuesto al Antiguo Régimen, lo que lo llevó a colaborar con la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País y a comprometerse con las reformas jurídicas del Trienio Liberal, por lo que fue represaliado y tuvo que alejarse con prudencia de la vida pública durante la "Década Ominosa".

Por su parte, José María de Cistué y Martínez de Ximén Pérez, que es quien nos ocupa en esta página, nació el 16 de febrero de 1793 y pasó su infancia en la capital del Reino, hasta que su padre se jubiló y decidió trasladarse con toda la familia a Zaragoza. El pequeño tenía entonces nueve años y ya mostraba inclinación a la vida militar. Cuando los franceses iniciaron la ocupación de España era un simple cadete, pero durante el primer Sitio ascendió con rapidez por méritos de guerra y en agosto fue nombrado capitán. Su sorprendente currículo siguió creciendo en el segundo Sitio, donde destacó por su valor, y, en el momento de la rendición de Zaragoza, cuando los invasores lo hicieron prisionero, ya tenía el empleo de coronel.

Sin embargo, el joven volvió a demostrar su arrojo fugándose de la cárcel con la intención de seguir combatiendo y se incorporó al Ejército de la izquierda. Fue ayudante de campo del teniente general Gabriel Mendizábal y combatió en primera línea en los combates que tuvieron lugar en Extremadura, exponiéndose tanto que el 19 de febrero de 1811, durante un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, recibió un espadazo que le abrió la cabeza. Fue en la batalla de Santa Engracia, cerca de Badajoz; sin embargo, una vez recuperado peleó en Castilla, La Rioja, Navarra, Cantabria y el País Vasco, y volvió a recibir otra herida, esta vez de bala, el 23 de agosto de 1812 en Zornoza, Vizcaya.

Cuando llegó la paz, el aguerrido José María de Cistué conoció a Nicolasa Bernaldo de Quirós, una hermana del VII marqués de Camposagrado, don José María, conocido popularmente como "Pepito Quirós", quien iba a escribir en 1854 el famoso "Manifiesto del Hambre". Como ustedes saben, este linaje era entonces uno de los más poderosos de nuestra región y, además del palacio de Villa, en Riaño, donde residía habitualmente el marqués, la familia tenía una casa principal en Oviedo y otras casonas y palacios repartidos por toda Asturias.

Entre ellos estaba el de Mieres, un edificio que entonces ya estaba cargado de historia, y, después de haber sido escenario de otros episodios reseñables en el siglo XX, alberga actualmente al IES Bernaldo de Quirós. José María de Cistué y Nicolasa contrajeron matrimonio en Asturias el 25 de octubre de 1819 y al año siguiente tuvieron en Burgos a su hija María de los Dolores; poco después decidieron establecer su residencia en la cuenca del Caudal.

Siguiendo la tradición familiar, José también fue un hombre ilustrado y la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza lo premió nombrándolo académico de honor el 11 de diciembre de 1835. Aunque no abandonó su carrera militar y tras la muerte de Fernando VII volvió al combate, esta vez contra los carlistas, por lo que en la primavera de 1839 tuvo el rango de coronel del regimiento de Infantería de la Reina, al tiempo que recibía el nombramiento de comendador de la Orden de Isabel la Católica. Luego ascendió a brigadier, de nuevo por méritos de guerra, y desempeñó el cargo de comandante general de Oviedo y Alicante.

En el año 1855, estaba en la cúspide de su fama, era mariscal de campo de Infantería y había recibido la Gran Cruz de San Hermenegildo, pero cuando preparaba su baúl para trasladarse a Extremadura, donde había sido nombrado capitán general, la muerte lo segó de repente.

Ya sabemos que el destino hace a veces quiebros extraños, y quien se había jugado cien veces la vida en el campo de batalla no pudo vencer a la enfermedad y acabó sus días en su habitación del palacio de Mieres víctima de una epidemia de cólera que se cebó con la Montaña Central. Tres años más tarde, su viuda pudo recibir en esta residencia a la reina Isabel II y sus acompañantes, y estos quedaron tan complacidos que desde entonces hicieron del barrio de La Villa un lugar de parada habitual en las visitas de la Familia Real a Asturias.

Nicolasa Bernaldo de Quirós falleció el 12 de junio de 1866 con 56 años y, aunque no puedo confirmarlo con algún documento, creo que su muerte en Mieres puede ayudarnos a resolver uno de los pequeños misterios de la historia local. Se trata de ese anónimo cipo de buena piedra tallada y rematado en forma de pirámide que puede verse en el cementerio de La Belonga y por el que me suelen preguntar quienes se fijan en estas cosas.

Sabemos que fue trasladado hasta allí desde el antiguo camposanto que estaba al lado de la primitiva iglesia de San Juan y aunque desde hace tiempo ya no tiene ninguna inscripción, Benjamín Álvarez "Benxa" lo dibujó en su "Laminarium" representando un trozo de la antigua lápida que lució en algún momento. Él ya no pudo verla entera, faltaba el nombre del difunto y solo se leían dos palabras: "ilustrísima señora". Hasta donde yo sé, a mediados del siglo XIX no había en la villa de Mieres más ilustrísima que doña Nicolasa, así que creo que este monumento funerario fue erigido en su honor.

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