Opinión | Dando la lata

Un hombre solo

Navalni se enfrentó a Putin y perdió, pero no se arrodilló

Alexei Navalni fue un héroe que dio la vida por la libertad del pueblo ruso, un valiente que se atrevió a enfrentarse al régimen autocrático y, lo más imperdonable, a desafiar y ridiculizar al mismísimo Putin. Y es bien sabido que los tiranos suelen carecer de sentido del humor, particularmente cuando la crítica y la chanza van dirigidas contra ellos. Navalny, que osó exigir elecciones libres y limpias, que denunció la corrupción sistémica y que vio el espantoso destino de los que, como él, se rebelaron contra la dictadura de facto orquestada desde el Kremlin, fue considerado un disidente y, por tanto, una molestia, un fastidio del que había que librarse. Por ello fue espiado, acosado, detenido, agredido, envenenado, encarcelado, desterrado y, finalmente, liquidado. Porque incluso preso en la remotísima cárcel siberiana seguía siendo un incordio para el tirano, que no consiente que los rivales permanezcan vivos. Navalny, un mosquito sobre un oso gigantesco, tuvo múltiples oportunidades de huir, refugiarse en Occidente y darle la tabarra a Putin desde la distancia. Pero no; tras sobrevivir milagrosamente al intento de asesinato por envenenamiento, del que se recuperó en Alemania, volvió a su tierra, el lugar en el que sentía que debía estar, consciente de que había orden de detención inmediata según pisara suelo ruso, sabedor de que el sátrapa no se conformaría con juzgarlo y condenarlo a prisión, que quería más. Y así ha sucedido: farsa judicial, reclusión cerca del círculo polar ártico y muerte "repentina", el mismo informe forense de sus predecesores en el liderazgo de la disidencia.

Navalny ha muerto solo porque el mundo lo abandonó a su suerte, ante la indiferencia general y el silencio de la inmensa mayoría del pueblo ruso. Los intereses económicos y políticos, y la cobardía global, no jugaron a su favor. El valiente, el héroe, ha sido finalmente aplastado por el ogro. Un hombre contra el mayor país del mundo. Y perdió. Pero no se arrodilló, no bajó la cabeza ante la injusticia, la tiranía y la corrupción. Un hombre solo.

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