No estamos ante una más de las innumerables biografías del «Monstruo», como llamaban admirativamente sus seguidores y apologistas a Antonio Cánovas del Castillo, artífice y sostenedor, hasta su muerte en 1897 por el anarquista Angiolillo, de aquel fantasmagórico régimen de «turno, caciques y pucherazo» que fue la Restauración. Más bien, este excelente libro, Antonio Cánovas del Castillo y la derecha española, del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Castellón, uno de los mejores especialistas en nuestro siglo XIX, José Antonio Piqueras, es un brillante recorrido por los usos políticos que la derecha española de todas las tendencias ha realizado de la figura de Cánovas y su régimen. Una derecha que, dentro de una amplia gama de matices y con la excepción de la derecha autoritaria y antiliberal, siempre ha tenido una visión positiva de aquél como uno de los grandes estadistas de nuestra historia contemporánea y de su régimen como un remanso de orden y estabilidad que puso fin al atormentado curso de violencia política y pronunciamientos militares que había jalonado nuestra historia política tras la crisis del Antiguo Régimen.

Piqueras no sólo analiza y reconstruye en su libro ese discurso y sus contextos históricos y políticos a través del análisis de todas las expresiones formales en que la derecha española ha plasmado de manera selectiva e intencional la memoria de Cánovas y el canovismo como un blindaje legitimador de sus diferentes posiciones políticas, sino que, además, desmonta esas visiones apologéticas o benévolas contrastándolas con una visión profundamente crítica del personaje y su obra, visión que, a mi entender, responde bastante más a la realidad histórica que aquellas representaciones mitificadas.

Antes de la Restauración, Cánovas, según argumenta Piqueras con una amplia batería de datos, no fue sino un político conservador más, que no alcanzó gran notoriedad como ministro de varios gobiernos de la Unión Liberal. Pero sí demostró ser un consumado artífice de la corrupción del sufragio. Lo que le valió aquella furibunda descalificación de Valera: «No hay en la tierra un bicho más infame que Cánovas». Nada hacía presumir que pudiera alcanzar la categoría de gran estadista, consideración que adquirió tras su muerte en sectores de nuestra derecha por su protagonismo político durante la Restauración. Protagonismo que fue perdiendo a lo largo de ésta, de manera que en el momento de su asesinato era ya un cadáver político, que despertaba entre las fuerzas dinásticas más encono que entusiasmos y un verdadero rechazo, a derecha e izquierda, entre las de la oposición antisistema del régimen restaurador.

El Cánovas que nos presenta Piqueras sin tapujos no fue sino un liberal conservador que consiguió detener el proceso democratizador que había traído la «Gloriosa» y reimplantar en España un modelo renovado de liberalismo doctrinario, adaptado a la nueva situación creada tras el hundimiento del la experiencia democrática del Sexenio. Liberalismo en el que toda política estaba subordinada al mantenimiento de un cierto orden social basado en la propiedad y concebido como natural y querido por Dios, en el que, consecuentemente, la representación de la nación sólo podía ser ejercida por las clases propietarias y cuya soberanía debía ser compartida por la Corona.

De ahí su radical rechazo a la democracia individualista (que para él es «sólo un delirio ridículo»); al sufragio universal («el sufragio universal, el socialismo y el comunismo significan para mí la misma cosa»); a la igualdad («tengo la igualdad por antihumana, irracional y absurda, y la desigualdad, por derecho humano»). De ahí también su antiobrerismo y su actitud represiva («siempre habrá (...) miseria, un proletariado que será preciso contener por dos medios: con la caridad (...) y, cuando esto no baste, con el de la fuerza».

Muerto Cánovas comenzó la reinvención del personaje por la derecha española, bien para denostarlo como hizo el regeneracionismo, el maurismo y el primer franquismo, bien para hacer del personaje y su obra una reivindicación crítica como propusieron algunos intelectuales liberales como Marañón o Madariaga. Pero ha sido recientemente, en la etapa democrática, cuando la derecha española ha elevado a Cánovas al altar de los grandes estadistas de nuestra edad contemporánea y ha considerado el canovismo como un modelo ideal de consenso y de estabilidad construyendo de ambos una visión mitificada en la que han buscado fundamentar los orígenes del linaje liberal del que pretenden proceder.

Fue Fraga, durante la transición, el primero que alentó la vindicación de Cánovas en una suerte de neocanovismo en el que buscaba el antecedente y el modelo para sus planteamientos de reforma gradual y controlada de la dictadura. El fundador de Alianza Popular se atribuyó a sí mismo un papel semejante al que Cánovas había realizado en su tiempo, papel que quedó reflejado en aquella frase de «entre ser Cánovas y Sagasta, yo preferiría ser Cánovas». Pero la apoteosis de exaltación y la mayor deformación histórica del personaje y su obra se han llevado a cabo con José María Aznar y sus gobiernos. Fue entonces cuando se pretendió algo más que la apropiación partidaria de Cánovas como había hecho Fraga, sino «nacionalizar» su figura y su obra adaptando su pensamiento al ideario neoconservador del PP.

Esa recreación idealizada no sólo ha impregnado a la opinión pública, sino que por influencia del paradigma de la «normalidad» de la historia de España también se ha extendido una visión amable del canovismo entre algunos historiadores profesionales, ajenos a las posiciones ideológicas de la derecha, a los que Piqueras critica con fundamento en su libro, el cual, por todo ello, es francamente aprovechable.