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Popurrí de lecturas para despedir y recibir un año

Popurrí de lecturas para despedir y recibir un año

Libros para acabar y empezar el año. Si primero no tuvieron hueco se debió a otras lecturas más urgentes pero no por ello más interesantes. Esta vez se trata de cosas muy distintas: tres novelas, dos volúmenes de cuentos y un ensayo.

Empiezo por Patrick Modiano, uno de los pocos escritores franceses vivos de ficción dignos de interés. En esta ocasión se trata de una novela de 1978, probablemente la más conocida de las suyas, que leí hace unos años en una traducción sudamericana y en la que la autor reflexiona sobre la memoria y los orígenes. En su día obtuvo el premio Goncourt. La actual edición corre a cargo de Anagrama, que últimamente ha publicado también En el café de la juventud perdida. En Calle de las Tiendas Oscuras, Guy Roland, un detective amnésico, se verá obligado a buscar sus propias huellas a través del pasado de unos emigrantes rusos que le conducirán a los años de la Ocupación alemana, durante la Segunda Guerra Mundial. Como otras veces ha ocurrido con Modiano, la novela recorre un París de nombres, calles, edificios y personajes. El detective seguirá los pasos de un tal Pedro McEvoy, con quien no le quedará más remedio que identificarse, de la Ciudad Luz hasta Roma, pasando por Nueva York. Con el estilo ágil y sobrio que le caracteriza, el autor aprovecha la narración para reflexionar sobre los riesgos que uno puede correr, en algunos casos, cuando se trata de reconstruir el pasado.

Una mañana perdida, de Gabriela Adamesteanu, recorre la amarga historia del pueblo rumano en el siglo pasado, contada a través de Vica, una de esas protagonistas de la lucha por la supervivencia cotidiana durante la dictadura de Ceaucescu. Los actores de la historia, la propia Vica, la anciana que desgrana sus recuerdos en una situación económica difícil; su antigua señora Sophie; el marido de esta última, el profesor Mironescu; su hermana menor Margot y su amante, Titi, se mueven entre los anhelos diarios, el período de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, la llegada de los comunistas y la incertidumbre del país en la década de los setenta. Una mañana perdida es en la novela de Adamesteanu el equivalente a una vida perdida, equivocada en medio de una desilusión colectiva. Estupenda novela, publicada por Lumen, y un relato para entender el drama de Rumanía.

La tercera de las novelas es El fondo del cielo, del escritor y periodista argentino Rodrigo Fresán, un autor singular que he tardado en descubrir y del que ahora procuro leer lo que cae en mis manos. Con Fresán me ocurre que no sé cuando estoy oyendo la voz de Kurt Vonnegut o la de Adolfo Bioy Casares: prefiero oír al segundo, pero en cualquier caso suena bien. «Lo primero que recuerdo de esos primeros días en Manhattan son las noches. Tan diferentes a las noches de Brooklyn. Tanto más ruidosas. Más vivas. Noches que hablan y caminan dormidas. Y no es que entonces Brooklyn fuera el campo pero, comparado con el constante y belicoso latido eléctrico de la metrópoli, la voz de Brooklyn estaba mucho más cerca de un suspiro acústico enamorado», cuenta en su novela. Cualquiera que haya estado un tiempo en Nueva York sabrá apreciar eso de las noches que hablan. En El fondo del cielo, Fresán parte de la ciencia ficción para rebuscar en el pasado. Ahí radica su originalidad. Se trata de una historia de amor en la que las palabras superan a las distintas situaciones cósmicas de una trama compleja. Editado por Mondadori.

Tiempo para los cuentos. Primero, un clásico, Nocturnos, la edición completa y cuidadísima a cargo de Alba de la obra de E. T. A. Hoffmann. Maestro de la literatura fantástica, Hoffmann supo captar mejor que ningún otro autor el espíritu del romanticismo alemán. Ese ideal romántico lo demostró con poco apego a los asuntos oficiales que le ocupaban profesionalmente pero que él mismo tenía por accesorios, mientras alimentaba un mundo de fantasías. Una de las narraciones más famosas de este Nocturnos, El hombre de la arena, la concibió durante una aburrida sesión en la Audiencia de Berlín, donde servía a la Administración prusiana. Como escribió de él Rüdiger Safranski podía templar muchos instrumentos y mirar a la realidad desde muchos ojos. «Sólo así, con riqueza de perspectivas y fantasía puede captarse la realidad, que siempre es mucho más fantástica que toda fantasía». Una lectura preciosa esta de Hoffmann.

Lumen ha editado los estupendos cuentos de la canadiense Mavis Gallant en una de las colecciones más literarias del año. Desconocida en general para los lectores españoles, se trata de una maestra indiscutible del género. Colaboradora habitual durante años de la revista «The New Yorker», se instaló hace tiempo en París donde aún reside. Sus historias son las de la cotidianidad. La antología recoge 35 de sus más de cien cuentos publicados; algunas de ellos sobrepasan las cincuenta páginas, lo que le permite a la autora profundizar en los personajes. Cuando éramos casi jóvenes, autobiográfico, se desarrolla en el Madrid de los años cincuenta. «¿Eran típicos españoles? No sé cómo es un típico español. No bailaban ni tocaban la guitarra. La verdad, la muerte y la piromanía no acechaban en sus ojos oscuros», escribe.

Por último, quiero referirme a un libro que me ocupa y llena de placer, El genio austrohúngaro, un clásico del profesor de Harvard, William M. Johnston, una historia social e intelectual del Imperio que más talento congregó en menos tiempo. El libro, muy bien editado por la ovetense KRK, ha pasado a formar parte junto a Afinidades vienesas, de Josep Casals, de mis mitos habsbúrgicos. Johnston entra de lleno en el mundo deslumbrante de las ideas y de los pensadores que convergieron en una de las épocas más ricas de la cultura: la pléyade de destacados polígrafos de expresión alemana y su contribución europea. Sólo en teología y en matemática pura, fallaron los intelectuales en aquel ámbito excepcional. El Biedermeier y el esteticismo vienés; Freud, Wittgenstein, Schönberg, Herzl, Musil, Stifter, Broch, Werfel, Kraus, Buber, etcétera?

Disfruten.

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