En el último año se viene constatando un curioso fenómeno en torno a la actividad musical en Oviedo que llama la atención y merece un comentario específico porque, aunque forma parte de una tendencia generalizada, aquí tiene sus peculiaridades. La crisis económica está detrayendo recursos con fuerza del ámbito cultural, especialmente de los espectáculos escénicos -ópera, zarzuela y también conciertos- y otras actividades. Esta situación va obligando a un ajuste de la programación que, en efecto dominó, a corto plazo también tendrá sus efectos en una paulatina destrucción de empleo en un sector hasta ahora bastante estable.

Sin embargo, frente a esta progresiva contracción de la oferta, la demanda no deja de crecer, y en Oviedo incluso incrementando notablemente los resultados sobre años de mayor bonanza. Lo más llamativo ha sido el aluvión de abonos que el Campoamor ha despachado en torno a la última edición, recién iniciada, del Festival de Danza. Pero a ello debe sumarse la magnífica taquilla de la temporada de ópera, que agotó el papel en las ¡cinco funciones! de Tosca o los miles de abonos que aún están en venta del Festival de Zarzuela y que también llevan camino de batir récords.

No se queda a la zaga la actividad sinfónica del auditorio Príncipe Felipe. Tanto la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias como las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» o el ciclo de orquestas invitadas están en ventas por encima de otros años de manera notable. Sirva como ejemplo que las entradas para el concierto en abril de Cecilia Bartoli se agotaron a primeros de enero y que actuaciones como la de Zimerman, entre otras, casi vendieron todo el aforo de la sala. A esta fidelidad de público deben adjuntarse los más de setecientos socios en activo que mantiene la Sociedad Filarmónica de la ciudad, venerable y centenaria institución que sigue ofreciendo música sin descanso.

Estamos, por tanto, ante un choque oferta-demanda que, necesariamente, deberá ajustarse a no tardar mucho y puede que con un desapego por parte del público si continúa la sangría presupuestaria y eso lleva a una baja de la calidad. La clave del éxito de la oferta escénica de Oviedo ha sido el sostenimiento de políticas culturales que han posibilitado procesos largos de muy buen nivel de calidad -la temporada de ópera es el mejor ejemplo en este sentido-. No hay otra clave para desarrollar una política cultural de entidad que vaya más allá de las ocurrencias. El público esto lo percibe y lo respalda con su asistencia y fidelidad a las diferentes propuestas. No estoy inventando la pólvora con esta reflexión. Simplemente aplico el sentido común que se ve en los países europeos civilizados en los que la cultura es respetada tanto por su aportación específica a una sociedad como por su relevancia económica. En España aún nos falta mucho camino por recorrer. La deficiente formación cultural de la clase política -salvo alguna excepción episódica- fomenta el raquitismo en este ámbito y ya alcanza cotas terribles en el territorio de la educación. Y, sin embargo, la sociedad no da marcha atrás y lejos de vaciar los teatros y auditorios sigue llenándolos y pagando sus entradas. Si los políticos son capaces de dar la espalda a esta realidad será una muestra más de mediocridad. Construir una dinámica cultural ambiciosa y que cuente con respaldo lleva mucho tiempo, esfuerzo y dedicación. Destruirla se hace en un periquete. Sólo se necesita un rotulador para eliminar unas cuantas partidas económicas. Volver luego a reiniciar el proceso ya no es tan fácil porque la credibilidad y la sostenibilidad son valores que también cotizan al alza aunque algunos no conozcan su significado.