En una noche sofocante de 1903, en la estación de tren de Tutwiler (Tallahatchie County), el pianista y cornetista W. C. Handy se enteró del verdadero significado de uno de los estribillos arcaicos del blues del Delta mientras escuchaba a un hombre negro y flaco repetir una frase misteriosa: «Goin' where the southern cross' the dog» («Voy donde el sureño se cruza con el perro»), acompañándose de una guitarra y utilizando un cuchillo contra las cuerdas a modo de cuello de botella (bottle neck).

Ted Gioia cuenta en Blues (La música del Delta del Mississippi) cómo muerto de curiosidad Handy le pidió al hombrecito una aclaración de sus lastimeras palabras y aquel saco de huesos le explicó que con «dog» se refería a la línea del ferrocarril del Delta del río Yazoo (YD). Las iniciales Yazoo Delta habían llevado a algún gracioso a bautizar el tren «yaller dawg» (perro aullador) y el apodo se había extendido. «En Moorhead, el tren que viaja hacia el Este y el que viaja hacia el Oeste cruzaban la línea Norte-Sur cuatro veces cada día. Éste era el punto donde el sureño se cruzaba con el perro, el destino de aquel cantante y el tema de su canción nocturna y solitaria. Ya aquí, en su encarnación más antigua, los intérpretes del blues del Delta cantaban sobre la vida del vagabundo, los trenes y los cruces de caminos, temas que se mantendrían en una posición dominante a lo largo de toda su historia» (pág. 40).

Como también cuenta Gioia, en la mayoría de los blues, las primeras dos frases se repiten y la tercera es distinta y rima. Sin embargo, lo que llenó de curiosidad a W. C. Handy, recién llegado al Delta, era un estilo primitivo de composición, alejado de las corrientes musicales de moda. Handy, conocido como el padre del invento, decidiría más tarde adaptar a su orquesta el menospreciado arte popular que se convertiría en una nueva forma de entretenimiento.

Pianista, crítico, profesor y productor de jazz, Ted Gioia ha escrito la historia definitiva del blues del Delta de Mississippi, después de rastrear e investigar archivos, apartándose de la tentación de caer en los tópicos. Su libro es, junto a la biblia de Paul Oliver, traducida al español hace años por Nostromo y ahora descatalogada, la mirada más completa que existe sobre esa música envuelta en misterio y mito que sirvió de plataforma de lanzamiento para el rock and roll.

Hay en el libro de Gioia infinidad de caminos que se encuentran en un cruce y de sureños al encuentro del «perro». Gran parte del material que se incluye lo conocen los aficionados; ha sido tratado otras veces pero sin una comprensión equiparable de la historia. Un ejemplo de ello es cuando el autor, de manera escéptica y huyendo del romanticismo, se ocupa de Robert Johnson. No tiene por qué extrañarnos que siempre que se habla de blues y surge el nombre de Robert Johnson salga a colación el asunto del guitarrista que vendió su alma al diablo a cambio de una capacidad sobrenatural para interpretar. Se trata seguramente del episodio más sonrojante por falso de su biografía, pero también el más famoso en la cronología de la música del Delta. Es una historia repetida y falsa que ha servido para construir una leyenda, a través de libros, artículos e incluso de una película taquillera de Hollywood realizada hace algunos años. Gioia no sucumbe ante el mito aunque reconoce que hay que seguir apoyándose en él porque la leyenda sigue formando parte del negocio y ayuda a explicar muchas cosas. El diablo sí estuvo, según el autor del libro, al loro de los negocios del momento y fueron estos los que realmente auparon una música, genuinamente americana, procedente de los campos de algodón, las prisiones y los garitos, cuyos orígenes se han atribuido erróneamente a África Occidental para nutrir de exotismo el fenómeno.

La encrucijada de Robert Johnson no fue la del diablo sino la de un crápula de los caminos que logró enganchar a las generaciones posteriores con canciones escritas para seducir a las mujeres. Su éxito póstumo es enorme. Ningún cantante de blues tradicional vendió tantos discos como él. «Su manera de acercarse a las mujeres era franca y pragmática hasta unos extremos sorprendentes. Solía escoger a las más feas de la localidad, intuyendo que de este modo tendría más posibilidades de éxito y menos de provocar las iras de otro hombre» (pág 211). Así todo, no evitó que lo matara un marido celoso. Era tímido y jamás se ganaba la confianza de ellas por medio de la conversación. Lo que hacía era elegir una mujer entre el público y cantar dirigiéndose a ella, arrullándola e insinuándose. Su repertorio es el más sensual del Delta: Love in vain, Come on in my kitchen o Kindhearted woman, son algunos ejemplos citados por Gioia, pero hay muchos más. Nadie de sus predecesores, Son House o Charley Patton, suena de forma tan cautivadora. Johnson era el más delicado y cercano de todos pero no porque hubiese vendido su alma al diablo, sino porque le gustaban las mujeres más que a un tonto un globo.

Por las páginas de esta historia racional del blues, de Gioia, desfilan todos los grandes y también algunos de sus epígonos con anécdotas y atinados perfiles. Tommy Johnson, Bukka White, Son House, Skip James, «Mississippi» John Hurt, John Lee Hooker, Muddy Waters, Howlin' Wolf, B. B. King, etcétera, los pioneros que salieron al encuentro del «perro» y los que más tarde cruzaron la Highway 61, esa ruta legendaria que se alarga como una vía de escape desde Nueva Orleáns hasta Canadá. Hay que tener en cuenta que no estamos hablando sólo del Delta, sino de caminos que se bifurcan al igual que lo hizo la música popular más grande e influyente de todos los tiempos.