El cercano estreno del Robin Hood de Ridley Scott con Russell Crowe pondrá de actualidad uno de los personajes legendarios más célebres de todos los tiempos. Como sabroso aperitivo, Angus Donald publica en España (Edhasa) Robin Hood, el proscrito, una estupenda novela de aventura que se mueve con soltura y brío encomiables por los puentes colgantes de la desmitificación. Con un sesgo que recuerda a Lady Halcón, Donald crea un personaje, Alan Dale, un pillastre que se dedica a pequeños robos con los que ayuda a salir adelante a su madre viuda. Cuando está a punto de morir ejecutado al ser atrapado durante una de sus andanzas, irrumpe en escena Robin Hood y le salva in extremis para incorporarlo a su banda de proscritos. Será la mirada del joven Alan la que sirva de guía en el laberinto de los bosques de Sherwood, pero la visión que nos ofrece dista mucho de la bucólica o amable que ha cincelado el cine. Aquí no hay bandidos entrañables ni peripecias que bordean la comicidad. Ni mucho menos. Los forajidos de Donald son ciertamente temibles y poco o nada románticos. Hay escenas que no eluden la contundencia ni la violencia explícita para dejar bien claro que estamos en un mundo inhóspito de furia y odio en el que el enemigo no puede esperar piedad. Todo lo contrario. El pequeño gran John o el monje Tuck se desprenden de las costras de tópicos que los han pintado como personajes con cierto barniz bufo y muestran una crueldad devastadora. Y, dominando el paisaje, la figura de un Robin Hood creíble y alejado también de los edulcorados dibujos a los que estábamos mal acostumbrados. Héroe en ocasiones y villano en otras, vengativo y con un toque salvaje, este Robin que asustaría a Errol Flynn o Sean Connery (dejemos fuera a Kevin Costner) se abraza a un realismo extremo que permite el principal mérito de la novela: convertir al personaje de Alan en el eje de un relato iniciático que lleva al lector a seguir sus pasos hasta verle entrar en la adolescencia con todas las turbulencias de su edad al acecho y el aprendizaje permanente en circunstancias llenas de peligro y hostilidad. Documentada lo justo para no agobiar innecesariamente, la novela hace de exfoliante con la leyenda de Robin Hood y abre en canal una sombría y acerada aventura en la que los flechazos atraviesan las páginas sin miramientos.