Desde luego, el que hoy no es novelista es porque no quiere. De hecho, el panorama editorial está lleno de no novelistas que, sin embargo, escriben objetos que pasan por novelas, con su trama, sus personajes, pero con un estilo lamentable, de rufián de playa. Antes, o sea, a mediados del siglo pasado, pocos libros se podían comprar, en general, y pocos libros que tratasen a la llana sobre cómo escribir, en particular. Había que labrarse un futuro -decían los padres- buscarse una colocación. Había que ser fuertes (A la salud por el ajo y el limón), prácticos (Aprenda inglés en quince días) y ganarse un sobresueldo (Críe chinchillas en su propia casa), nada de novelitas. Luego, resultó que no había futuro y que «colocarse» era otra cosa. Así que se vuelve a aquellos 50, a ser fuertes (100 secretos para ser feliz), prácticos (La ciencia de hacerse rico) y a ganarse un sobresueldo (Manual de albañilería y autoconstrucción). Pero como queda mucho tiempo libre, el trabajo es poco, las ganas de buscarlo flaquean en muchos, el ocio es mal consejero, cualquiera que escribe sus miserias sale por la tele para que las desmenuce más, etc. prolifera que da gusto el ramo de hacerse escritor. Por aquí, talleres de escritura. Por allá, talleres de creación literaria. Por acullá, talleres de escritura creativa literaria. Líbreme Dios de criticarlos, que muy buenos me dicen que son algunos y muy útiles otros, sosiegan y entretienen al personal, hacen pasar la tarde y, por qué no, pueden facilitar ciertas herramientas a quien de otro modo no las alcanzaría, como no fuese asentándose hasta criar musgo en tertulias de algún pope o dándonos la brasa con inéditos a quienes ellos suponen sin fundamento que todo lo sabemos del arte de escribir.

A esa demanda de cómo escribir libros, responde con libros la industria editorial. Qué sé yo cuántos libros hay sobre cómo escribir un libro, y subiendo. Uno más, Cómo no escribir una novela acaba de llegarnos del mercado anglosajón. Atentos al subtítulo: «200 errores clásicos y cómo evitarlos». Es decir, cómo evitar excederse al hacer simpático al héroe, cómo evitar la descripción exhaustiva de las sensaciones de los personajes, puntos de vista que hay que evitar, todo eso. Además, proporciona listas con «Cosas que el lector no soporta del protagonista», modelos de cartas para dirigirse a una editorial sin fracasar de antemano: todo ello mediante ejemplos -dialogados en su mayor parte; más sencillo, imposible; más graciosos podrían ser- de cómo no se hace lo que debe hacerse. No podía ser de otra forma: la pareja autora termina por decir que nada de lo anterior hay que tomarlo al pie de la letra, que cada uno escriba como quiera, que sólo es un libro para echar una manita, pero, sobre todo, para pasarlo bien. En definitiva, que, si no hay talento, ni Salamanca, ni un taller literario, ni un libro lo harán brotar. Lo que ya sabíamos. Pero como el talento está tan mal visto, igual tras consumir estas 300 páginas nos sale un novelista tronante o una novelista arrebatadora que engrandezcan los programas basurero con una especie de cómo no siendo novelista escribí una novela con ayuda de un libro sobre cómo no escribir una novela. Vaya lío.