Higinio del Río Pérez, director de la Cada de Cultura de Llanes, ha escrito una necesaria y excelente biografía, Joaquín Ortiz. Un arquitecto racionalista, de quien fue en los años treinta el primer arquitecto municipal de Llanes, Joaquín Ortiz. Necesaria, sobre todo, porque Ortiz fue uno de los principales difusores del estilo arquitectónico racionalista en Asturias, tanto en Llanes como en Gijón, y cuenta en su haber con una importante obra, en gran medida desconocida, no sólo para la mayoría de los asturianos, sino, incluso, para los propios llaniscos. Pero necesaria también por una razón de justicia histórica. Porque su memoria y obra, como las de tantos otros de los vencidos de nuestra Guerra Civil y componentes del exilio republicano, quedaron sepultadas en el olvido durante la travesía por el desierto que padeció la cultura española durante el franquismo, y la democracia no ha sabido o querido injustamente recuperar.

Biografía, además, de excelente factura. El autor no sólo ha logrado reconstruir con exquisito detalle, buen pulso narrativo y brillante exposición formal, tanto escrita como gráfica, la vida y la obra arquitectónica de Ortiz, obteniendo como resultado un libro que su editor ha transformado en un bello objeto artístico, sino que también ha sabido enmarcar la obra y la peripecia vital de su biografiado en el contexto histórico local del Llanes de las etapas republicana y de la Guerra Civil, apenas historiadas y de las que nos proporciona un excelente y minucioso cuadro de acontecimientos y personajes que demuestra el profundo conocimiento que Higinio del Río tiene no sólo de esas etapas, sino del conjunto de la historia local de la villa llanisca.

Joaquín Ortiz, de origen vizcaíno, pero nacido en Valladolid, recaló en 1929 en Llanes como primer arquitecto municipal que tuvo la villa asturiana, donde ejerció su cargo de manera ininterrumpida (salvo los dieciocho meses que pasó en París, refugiado en la capital francesa por su participación en la Revolución de Octubre de 1934) hasta la toma de Asturias por el bando franquista, en septiembre de 1937, fecha en la que, a través de Francia, pasó a la Cataluña republicana y de allí, finalmente, tras la derrota definitiva, al exilio en Francia, después a la República Dominicana y finalmente a Venezuela, países en los que ejerció con notable éxito su profesión. Casado con una llanisca, Regina Tamés Gavito, regresó a Asturias en 1977 y falleció en Ribadesella en 1983.

Con una sólida formación técnica (era, además, licenciado en Ciencias Exactas), Ortiz rechazaba el decorativismo arquitectónico imperante y era seguidor y profundo conocedor del racionalismo que difundía la Bauhaus. Y la mayor parte de sus numerosas obras en Llanes (algunas de ellas desgraciadamente desaparecidas) responde a los cánones de ese estilo arquitectónico. Baste mencionar, entre otros muchos, los proyectos, en Llanes, del chalé y consultorio del médico José de la Vega Thailiny, el sanatorio (ya derribado) del doctor José María García Gavito, el chalé de la Asociación de Comerciantes e Industriales, el edificio de pisos Borinquen y, sobre todo, el del emblemático edificio de la lonja llanisca; y, en Gijón, un edificio de pisos en la plaza Evaristo San Miguel, n.º 1, diseñado en colaboración con el arquitecto gijonés Manuel García Rodríguez.

Pero lo más notorio de esta biografía no es todo ese cúmulo de datos biográficos sobre su vida y su obra, que Higinio del Valle ha rastreado con la sagacidad de un detective a través de archivos y testimonios, recogido y ensamblado con rigor y minuciosidad y casi me atrevo a decir que con devoción y pasión por su biografiado, proporcionándoles significado en el marco de la vida cotidiana y la historia local del Llanes de los años treinta. Lo que el autor ha conseguido captar y expresar con meridiana claridad es la profunda coherencia que impregnó su vida. Esto es, la concordancia entre sus ideales y sus actos, coherencia que tanto echamos hoy de menos en la vida política que padecemos y que nos recuerda, además, a la actitud consecuente que mostraron otros muchos republicanos que vieron en aquel régimen, por el que lucharon y fracasaron, pagando con el exilio la posibilidad de modernizar el país, poner fin a tantas injusticias históricas y construir una España para todos. Afiliado a la UGT, cofundador de la Agrupación Socialista de Llanes y miembro de la masonería, gran parte de su obra y de su actuación pública está vinculada con sus ideales políticos y el apoyo a los cambios y reformas que aquel régimen trataba de introducir, como demuestra su gran implicación como arquitecto en el despliegue constructivo de escuelas (hasta dieciocho se crearon en Llanes en la etapa republicana) o su labor -no sólo gratuita, sino onerosa porque él mismo pagaba los materiales y los instrumentos didácticos- como profesor en el Centro Republicano de Llanes.

Como no podía ser de otra manera, durante la guerra colaboró activamente en el diseño de las defensas antiaéreas en Llanes y en el frente asturiano y diseñó el original hangar del aeródromo de Cue, que llamó la atención, primero, de los aviadores soviéticos y, después, de los componentes de la Legión Cóndor que lo utilizaron. En aquellas trágicas circunstancias dio, además, muestras de su talante tolerante y solidario, como fueron su decisiva actuación para que los milicianos pusiesen fin a la destrucción de los retablos de la iglesia parroquial llanisca, salvando de la orgía iconoclasta el valioso retablo de la Trinidad, o la protección que dispensó al político derechista Manuel Victorero Dosal, ocultándolo en la casa familiar hasta el triunfo de los sublevados en Asturias.

Quizá, paradójicamente, la mayor alabanza sobre su vida la hicieron los propios vencedores de la Guerra Civil, que le expulsaron del cuerpo de arquitectos y le encausaron por su actuación durante la guerra. En el informe realizado por la Guardia Civil para procesarlo se dice: «(?) Tenía gran dominio sobre los obreros, entre los que repartía sus utilidades». Pocas veces tan pocas palabras dicen tanto.