Tras el escándalo que han levantado las perlas formales y pifias ideológicas contenidas en los tomos referidos a la República, Guerra Civil, Franquismo y Democracia del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia (RAH), vino el sainete protagonizado por la resistencia de la real institución para proceder a la rectificación encomendada por el Parlamento español. La dirección de la «docta» casa intentó «mantenella y no enmendalla» y se apoyó en la nueva mayoría parlamentaria del PP, que no había votado a favor de tal rectificación y que, incluso, una vez en el Gobierno, antes de conocer el contenido de los cambios propuestos por la comisión académica de la RAH, asignó para el Diccionario una nueva dotación en los Presupuestos Generales del Estado de 2012. Finalmente, el ministro del ramo (dicho sea en este caso con otro sentido metafórico diferente, esto es, la de su lejanía y desconocimiento del suelo y el «humus» educativo), Luis Ignacio Wert, ante la presión parlamentaria, ha optado por aceptar el dictamen llevado a cabo por la primera comisión de la Academia (Artola, Fusi y Sanz) que propuso una rectificación de un seis por ciento de los 500 personajes nacidos entre 1875 y 1931(¿?). Sin embargo, ese porcentaje está muy por debajo del veinte por ciento que recomienda corregir el informe de la Asociación de Historia Contemporánea que ha llevado a cabo el historiador y profesor de la Universidad de Zaragoza José Luis Ledesma. El bochorno intelectual que han producido esos contenidos ha sido tal que hasta el «Times Literary Supplement» ha dedicado un informe al análisis cualitativo del Diccionario que ha titulado significativamente «Los amigos de Franco».

No es extraño que con tales antecedentes, y desde el primer momento en que salieron a la luz los tomos ya publicados de la obra, un sector muy cualificado de los historiadores profesionales españoles especializados en la historia contemporánea de España pusieran el grito en el cielo y pidieran la retirada de la parte de la obra ya publicada. Esa protesta no era sólo porque en su realización la RAH, teóricamente el organismo defensor por excelencia de las esencias historiográficas, no había cumplido las más elementales normas de la objetividad histórica. Basta mencionar como ilustración su encargo de redactar la entrada de Franco a Luis Suárez, presidente de la Fundación Francisco Franco, y medievalista de especialidad, o la biografía de Alfonso Armada, el conspirador del 23-F a su yerno; o la de Esperanza Aguirre, a un historiador de la economía, Manuel González y González, que fue secretario de Estado con ella, o las de los miembros de la familia real, encargadas a la propia Casa Real. El resultado no podía ser otro: Franco aparece en el Diccionario como un político moderado y prudente que encabezó un régimen autoritario, no dictatorial; Alfonso Armada, como un celoso, pero equivocado, defensor de la Monarquía; la «lideresa», como una política significada no sólo por el halo de la fortuna al salir ilesa de un accidente y un atentado, sino también por su especial capacidad para reaccionar ante situaciones críticas. Eso sí, de la minucia del «tamayazo» no hay en tal semblanza un sola mención. Y los retratos de nuestros reyes, príncipe, princesa e infantas, claro está, pura hagiografía monárquica que contrasta burdamente con los últimos episodios reales.

Sin embargo, como han diagnosticado estos historiadores críticos con la obra, el mal es más profundo que los de la subjetividad y el amiguismo. Lo que refleja una gran parte de las biografías de esas etapas de la historia contemporánea de España es claramente una asunción por parte de sus biógrafos de los planteamientos y tópicos del revisionismo historiográfico franquista que, como denunciaba con fundamento recientemente el historiador Borja Riquer, a pesar de su escaso valor científico, ha experimentado un importante rearme en los últimos tiempos, con el apoyo, incluso, de instituciones oficiales. Basten unos botones como muestra: el carácter de «cruzada» y de «Alzamiento Nacional» con que califican los autores la sublevación armada de una parte del ejército contra la legalidad democrática republicana; la caracterización de los guerrilleros resistentes al franquismo como bandoleros y facinerosos; la descripción enfática de la represión en la zona republicana frente a la escueta referencia a la realizada por el franquismo durante y al final de la guerra civil; la relación de causa efecto entre la República y la Guerra Civil considerando que ésta no fue sino un corolario inevitable de aquélla... En fin, todos los tópicos de esa deleznable literatura revisionista que ha proliferado en estos últimos años frente a la ingente obra llevada a cabo por los historiadores profesionales, a los que paradójicamente aquélla denomina en el colmo de la desfachatez «historiadores militantes».

Este diagnóstico es el que está en el origen de esta obra: En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil, el franquismo (Pasado/ Presente, 2012). Era necesario responder sin duda a esa visión revisionista de nuestro pasado reciente contemporáneo que inunda las biografías del Diccionario. Era necesario responder con lo que podría calificarse como un contradiccionario, pero que va mucho más allá que eso. Y, desde luego, nadie mejor para hacerlo que aquellos profesionales de la historia contemporánea española que han contribuido con una investigación solvente a reconstruirla y que han sido excluidos, la mayoría, de la participación en el Diccionario. Y nada mejor que hacerlo con una obra que lleva un título que remeda una de las mejores apologías escritas sobre la historiografía: la del padre fundador de los Anales, Lucien Fevre y su Combates por la Historia (1952).

Coordinada por Ángel Viñas, en esta obra colectiva participan 33 historiadores profesionales que son especialistas en cada uno de los campos que tratan. No están, desde luego, todos los que son, pero, sin duda, son todos los que están. Son historiadores elegidos conscientemente, además, como representantes de las tres generaciones que han investigado sobre la República, la Guerra Civil y el franquismo, y tienen a sus espaldas una obra solvente avalada por la comunidad historiográfica. Entre los de la generación más veterana están, entre otros, además del coordinador Viñas, nombres como Josep Fontana, Paul Preston, Alberto Reig Tapia, Antonio Elorza, José Carlos Mainer, Julio Aróstegui, Hilari Raguer?; de la intermedia, esto es, aquellos que andan hoy entre los 40 y 50 años, pueden ser representativos Julián Casanova y Enrique Moradiellos?; y de los la generación más joven podemos citar, entre otros muchos, historiadores con una obra ya suficientemente contrastada como José Luis Ledesma y Fernando Hernández Sánchez.

La estructura del libro comprende cuatro partes. Las tres primeras, dedicadas al análisis de la República, Guerra Civil y franquismo con entradas bien significativas que tratan de todos los tópicos de cada período y han sido analizados por el especialista correspondiente. La cuarta parte, como contrapunto al Diccionario Biográfico, recoge la biografía de doce de los grandes actores de esa época como son, entre otras, las de Franco, Azaña, Largo Caballero, Negrín, Prieto, José Antonio Primo de Rivera, Serrano Suñer? Semblanzas cuyo contenido poco tiene ver con las incorporadas por el Diccionario. Finalmente, el epílogo del libro, escrito por Viñas y Reig Tapia, es una dura pero objetiva y pertinente diatriba escrita contra ese revisionismo historiográfico franquista (la historiografía franquista, como la denominan) analizando su finalidad ideológica y sus procedimientos deformantes como son la denigración de los actores, la distorsión de los hechos, la ocultación de los mismos, la confusión, la apelación a autoridades dudosas, la tergiversación, la sustracción de información y? la mentira pura y dura.

En el libro se desmontan, pues, de manera sólida y documentada toda esa clase de tópicos revisionistas que impregnan las biografías del Diccionario: desde la falsedad del binomio República-Guerra Civil que pretende poner el origen del conflicto en lo ocurrido en la etapa republicana, justificando con ello la sublevación contra la República, hasta el del que trata de hacer pasar el franquismo por un régimen meramente autoritario y no por lo que realmente fue: una dictadura fascistizada, pasando, además de muchos otros, por el desmontaje del de la equiparación en finalidad y volumen de la represión en la zona republicana con la llevada a cabo en la zona sublevada y después durante el franquismo, represión esta última que fue, detrás de la estaliniana, la más sangrienta de las llevadas a cabo por los fascismos en Europa.

Desde luego, para muchos de los lectores de este aprovechable libro -entre los que me encuentro- las declaraciones del director de la RAH manifestando que el Diccionario «es un monumento a la libertad de expresión» no deja de ser un sarcasmo inaceptable.