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Música

La retórica del exceso

Poppea e Nerone, en el Real: de cómo lo rupturista puede derivar en anodino

La retórica del exceso

Dentro de la rompedora programación de la actual temporada en curso -ya a punto de finalizar- del teatro Real de Madrid, la inclusión de Poppea e Nerone, que no es otra cosa que L'incoronazione di Poppea de Claudio Monteverdi con una nueva orquestación de Philippe Boesmans, era uno de sus más interesantes puntos de referencia.

Con una nueva propuesta escénica del siempre excéntrico y rebelde Krzysztof Warlikowski, uno de los agitadores más iconoclastas de la escena operística europea, la propuesta prometía buenas dosis de entretenimiento y provocación. Sin embargo, el efecto fue el contrario y un cierto tedio cubrió como un manto la sesión. En general, los estándares de calidad de orquesta, cantantes y escena fueron altos, pero esto no evitó que aciertos deslumbrantes conviviesen con pasajes más anodinos en los que el tiempo se detenía, y no en un sentido positivo, sino con altas dosis de aburrimiento.

Hay, desde mi punto de vista, un punto de partida que atasca la propuesta. La orquestación de Boesmans quiere ser ligera, pero acaba restando a la música de Monteverdi. Es magnífica la articulación instrumental y la Klangforum Wien defiende la obra, bajo la batuta experta de Sylvain Cambreling, con convicción y entrega. A pesar de ello, no puede evitar bajadas de tensión que se acaban contagiando al trabajo escénico de Warlikowski en momentos puntuales. El director de escena polaco es uno de los que más me interesan porque siempre busca el riesgo en sus proyectos. No se acomoda. Hay en su mirada al repertorio un punto de provocación agresiva que se agradece ante tantas propuestas pastueñas, refugiadas casi siempre en acercamientos epidérmicos y decorativos. En este caso Warlikowski lleva la acción a un aula universitaria en la que Séneca domina la escena en el prólogo y en la que los protagonistas son sus alumnos. A partir de ahí construye su reflexión sobre las cloacas del poder con una mirada atemporal, pero con cierto regusto por la estética nazi -la iconología de Leni Riefenstahl es bárbara en este sentido-. El concepto general es magnífico, pero se pierde por el exceso. Se encadenan tres y cuatro acciones simultáneas que confunden al espectador y que hacen que el mensaje rotundo, fuerte y sin concesiones quede un tanto diluido por una acumulación no demasiado meditada. Es un lastre para una producción que podía haber sido mayúscula y que se quedó un poco a medio camino.

En el reparto hay que consignar mucho y bueno. Especialmente la Poppea de Nadja Michael y la Ottavia de Maria Riccarda Wesseling, ambas pletóricas de recursos expresivos. Fantásticos también el Nerone de Charles Castronovo y el Séneca de Willard White. A menor altura el Ottone de William Towers y perfectamente adecuado el resto del extenso elenco.

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