Ennio Flaiano, que fue guionista de las mejores películas de Fellini, publicó en 1960 un libro que sería largamente imitado: Un marciano en Roma, el absurdo y la comicidad de nuestro mundo puestos de relieve por alguien venido de otro planeta.

Esa es la primera impresión que tenemos al leer muchos de los poemas de Masa crítica. Quien nos habla parece no distinguir entre publicidad y metafísica, alta cultura y basura televisiva. Todo lo coloca al mismo nivel, como en el collage «Epílogo», que comienza con «fumar mata», sigue con una célebre cita de Keats («a things of beauty is a joy for ever») y continúa con un «menú del día» («1.º ensaladilla o lentejas, 2.º filete de ternera o lenguado») y frases famosas, expresiones cotidianas, eslóganes publicitarios o políticos, números de teléfono, para terminar con el título de una canción de los Rolling Stones: «I can't get no satisfaction». Lo mismo ocurre con las citas, greguerías o humoradas de «Noticias» («En Irán no hay homosexuales», «¿Cómo se orientan a la Meca los astronautas musulmanes que están en órbita?», «Nos arrojan al mundo, dijo un nazi»).

La realidad vista por un alienígena o hecha pedazos y luego tratada de reconstruir en el laboratorio poético creando un monstruo con piezas dispares. «¡Oh Media Markt! ¡Oh gloria de los Medici!», leemos en el poema «Sacra conversazione», en el que también se nos habla «del Anticristo y del dolor de muelas».

Abundan las referencias culturales, las citas en otros idiomas, a menudo fuera de contexto. El poema «Egoísta» comienza como el monólogo de un marginal: «Para poder comer cargo cartones. / Negocio con chatarra. / Prendo hogueras en la escombrera». Pero luego resulta que usa como conjuros «sonidos de la ciencia». Por ejemplo, para «el mal de ojo», Über den anschaulichen Inhalt der / quantentheoretischen Kinematik und Mechanik, que es el título de un folleto que Heisemberg publicó en 1927 y en el que enuncia el principio de incertidumbre. Para el dolor de muelas el chatarrero prefiere Quantisierung als Eigenwertproblem, obra de uno de los creadores de la física cuántica, Schorödingen.

¿Culturalismo irónico? Sin duda. ¿Humor absurdo? Indudablemente. Los poemas de Francisco Alba juegan a descolocar al lector, que nunca puede estar seguro de cuando habla en broma o cuando en serio.

De lo que no cabe duda es de su interés por la ciencia. La numeración binaria es el tema de su «Scherzo»: «Uno y cero son vecinos naturales. / No son tipos raros como el número e / o la raíz cuadrada de menos uno. / No arrastran una cola de decimales / novias que tiran del vestido nupcial».

También resulta evidente su gusto (tan característico de la estética novísima) por las citas implícitas: los «paganos tristes del tiempo de la decadencia» de un poema nos remiten a Pessoa, y a Cernuda, a su «Elegía española», los versos de otro poema: «¿Grecia? -dijo alguien- Un nombre. / Grecia ha muerto». El poema en que se aparece esta última referencia se titula «Balada de los ahorcados», como el famoso de François Villon, e incluye -sin citar autor- versos suyos («Frères humains qui après nous vivez / n'ayez les coeurs contre nous endurcis»), de Rimbaud («Je regrette l'Europe aux anciens parapets!») y de un famoso lamento del «Tristán e Isolda»: «Mild und leise wie er lächelt / wie das Auge hold er öffnet».

Irónica pedantería que contrasta con la parodia de alguna popular canción («Esta tristeza que tengo / por haber venido al mundo / que Kierkegaard me la explique / porque yo no la comprendo») y con las constantes «rupturas de sistema» (para utilizar la terminología de Carlos Bousoño): «Así desaparecieron mis llaves y el oráculo de Delfos», termina el poema «Desapariciones»; mientras que los versos finales de «Madera de huesos» son los siguientes: «Enmudecimos de terror. / Se rasgó el velo del templo. / Olvidamos nuestras miserias terrenales. / Me apetecía mucho una cerveza».

La poesía de Francisco Alba es una rara avis en la poesía española contemporánea. Es la poesía de alguien que no entiende el mundo en que vive, que busca respuestas en la ciencia y en la filosofía y no acaba de encontrarlas, que trata de disimular con humor su rabia y su mal humor, que a menudo se refugia en el absurdo bajo la apariencia de una anécdota realista (léanse los textos en prosa «Triunfador» o «Anónimo»).

Un libro, Masa crítica, tan desconcertante y desasosegante como enriquecedor. Destaco algunos poemas: «Happy Few» parodia los programas de telerrealidad («En el centenario de la toma de Granada / arrojamos vivos a los críos a la Conferencia Episcopal»); «Elegía», memoria de infancia, donde, muy en su estilo, al orbayo asturiano se le define con palabras de Dante: «esa llovizna / eterna, maladetta, fredda e greve»; «Euforia», un poema viajero que nos lleva de Roma a Turín (y que poco tiene que ver con los convencionales poemas viajeros); «Séneca», que comienza con la irónica pedantería marca de la casa: «Soy el parakoimomenos», y donde el filósofo de la virtud -que no fue especialmente virtuoso- observa la decadencia moral del mundo contemporáneo (tan semejante al suyo), o «Contemplación», un poema que canta la belleza del paisaje («Si el macizo de Ubiña fuera música / sería la novena de Antón Bruckner») y que continúan anunciando su destrucción y su explotación publicitaria.

Pero son muchos los poemas memorables, aunque a menudo hay que insistir para que nos descubran sus secretos (casi todos se resisten a una primera lectura) y consultar cada poco la Wikipedia. Pero vale la pena el esfuerzo.

Un poeta distinto. Leyéndole se ve la realidad con otros ojos. Como la vería un recién llegado de otro planeta que no supiera distinguir entre los himnos nazis ( «Die Fahne hoch!») y los villancicos, entre el amor y el horror.