¿Puede un actor cargante cargarse él solito una película? Sí. "El editor de libros" tiene un lastre dentro que la hunde sin remedio. Es un buen ejemplo de cómo un error de casting puede tumbar su muy estudiado tinglado de forma irreversible. Jude Law ofrece uno de los recitales de histrionismo más extensos e irritantes que se recuerdan. Lejos de profundizar en su complejo personaje, Law lo minimiza y por momentos incluso lo ridiculiza con su inagotable despliegue de tics, muecas y gestualidad desmedida. Thomas Wolfe, el escritor genial al que interpreta (es un decir) era ciertamente muy dado a los excesos expresivos, según quienes le conocieron, pero esa forma de estar nacía de una manera de ser explosiva, en permanente estado de urgencia, entusiasta y depresivo en combinación peligrosa para la convivencia. Law se limita a convertir sus frases en una excusa para sobreactuar, y lo hace incluso en escenas en las que está solo, mirando al mar: en lugar de dejar que sea la mirada la que muestre todo lo que le quema por dentro, lo intenta expresar con los músculos. Cómo se agradece cuando es su voz la única que suena y no aparece él en pantalla.