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Una sombra en el origen de la democracia española

El mito de la transición pacífica, de Sophie Baby, censa 714 muertos por violencia política entre 1975 y 1982

Sophie Baby.

Entre los españoles se considera que la transición, junto con la guerra civil, es el acontecimiento más importante de su historia en el último siglo. Encuestados al respecto en numerosas ocasiones, para una amplia mayoría ha sido motivo de orgullo, al menos hasta 2011, que hayamos establecido la democracia en una sociedad de historia belicosa como la nuestra de forma civilizada. La transición española fue erigida pronto en modelo de cambio de régimen por su carácter pacífico. Los líderes, periodistas y politólogos que la pregonaron por el mundo como ejemplo a seguir por los países que aspiraban a salir de una dictadura, destacaron de ella la rapidez, el consenso y el éxito con que fue llevada a cabo. Así se fraguó una imagen del proceso democratizador español que sin embargo, desde hace unos años, está siendo muy cuestionado por investigadores y un sector de la opinión pública.

En un estudio presentado en 2009, el politólogo Sánchez-Cuenca hacía un recuento de muertes causadas por la violencia política, concluyendo que la transición española había sido la más sangrienta en Europa, con la excepción de la rumana a partir de la caída de Ceaucescu. El historiador Xavi Casals publicó en 2016 un libro subtitulado "El voto ignorado de las armas", con el que se propuso demostrar que la violencia presidió la transición desde el principio hasta el final, es decir, desde el asesinato de Carrero Blanco hasta el golpe de estado fallido de 1981. Pero fue la investigación realizada por Sophie Baby, leída como tesis doctoral en 2006, publicada en Francia en 2012 y ahora traducida al español, la que asestó el golpe de gracia al mito de la transición pacífica.

La profesora de la Universidad de Borgoña desarrolló su trabajo en paralelo a las actividades del movimiento para la recuperación de la memoria histórica de las víctimas de la guerra civil y del franquismo. Hizo una consulta exhaustiva de fuentes documentales, reunió una ingente cantidad de información y construyó una base de datos única y de gran valor, que es el mayor registro que existe de la violencia con fines o efectos políticos habida durante la transición. Así, disponemos del cómputo más completo de los actos violentos, debidamente clasificados según el autor, el objetivo, el lugar y el tipo de violencia empleada.

Los números no dejan lugar a la duda. Entre la proclamación de Juan Carlos I y la victoria electoral del PSOE en 1982, Sophie Baby ha anotado 3.200 episodios de violencia política, con un balance de 714 muertes, de las cuales más de la mitad fueron obra de ETA y tuvieron lugar en suelo vasco, lo que indica que el uso político de la fuerza de mayor impacto estuvo muy concentrado. La represión del estado, por su parte, se cobró la cuarta parte de las vidas perdidas en actos de violencia política en aquellos años. La contabilidad de Baby, que en este punto baja el tono de Sánchez- Cuenca, Casals y otros, sitúa a España en un nivel intermedio de violencia política entre la revolución portuguesa, que arrojó una treintena de muertos, y los años de plomo de Italia, que elevó el saldo de la violencia política, tanto la de izquierdas como la de derechas, hasta los 400 fallecidos.

La perspectiva comparada, aunque insuficientemente explorada en el libro, es un gran acierto de la autora porque ayuda a ponderar con rigor el grado en que la transición española fue violenta. Lo mismo cabe decir de su afortunado intento de superar la visión de la violencia como un mero efecto colateral del proceso político, integrándola de lleno en el meollo explicativo de la transición. Los datos y los análisis de Baby, en suma, permiten calibrar las dimensiones de la violencia política contabilizada durante el cambio democrático y la influencia que ejerció en las distintas fases de su devenir.

No obstante, la historiadora francesa pasa por alto el problema de la periodización, que afecta de lleno a su estudio. Ella parte del supuesto de que la transición termina en 1982, con la alternancia en el gobierno de UCD y PSOE. Pero esta conclusión aún se discute. Algunos politólogos e historiadores opinan que la transición acabó con la entrada en vigor de la Constitución, en 1978, y que a continuación habría comenzado la etapa de consolidación, que según un criterio compartido culminó con el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Si adoptamos este límite temporal, estaremos obligados a leer de nuevo los datos facilitados por Baby y a buen seguro llegaremos a otras conclusiones. En ese caso, por ejemplo, nos encontraríamos con más muertes por violencia política durante el período democrático que en la transición. ¿Diríamos por ello que nuestra democracia es violenta?

Y la transición, ¿pudo ser pacífica, a pesar de que no estuviera exenta de una violencia política concentrada en reductos localizados? Sophie Baby ha elaborado concienzudamente toda la información y de sus análisis ha obtenido resultados novedosos y muy estimulantes. Su esfuerzo es una prueba de que la investigación histórica sobre la transición está abierta y aún puede depararnos grandes descubrimientos. La violencia política era un aspecto descuidado y poco conocido de la transición. El libro de Baby es, en cierto modo, una revelación.

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