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Música

Más que una moda

El repertorio barroco convoca multitudes en auditorios y teatros de ópera

Philippe Jaroussky, el pasado domingo, en Oviedo. MIKI LÓPEZ

El pasado domingo el contratenor Philippe Jaroussky reunía en el Auditorio de Oviedo a mil quinientas personas para escuchar un programa centrado en la figura del compositor del imponente núcleo veneciano del siglo XVII, Francesco Cavalli. A la salida del concierto, una profesora de la universidad ovetense reflexionaba lo difícil que hubiese sido que un concierto de este tipo reuniese a tanto público décadas atrás. Efectivamente, el paradigma de la exhibición de la música clásica ha experimentado cambios más que notables en los últimos años y uno de los más significativos ha sido, sin duda, el asentamiento del repertorio barroco en el canon interpretativo de las programaciones de los auditorios y también en las casas de ópera. Sirva otro ejemplo con acento local, el Festival Primavera Barroca de Oviedo cumple este año seis de andadura. En este corto periodo de tiempo ha logrado cuadriplicar sus abonos y el crecimiento del mismo es continuo con una ocupación media del ochenta por ciento de la sala con un público que acude expectante a presenciar un formato camerístico y, lo que es más llamativo, con notable rejuvenecimiento de los asistentes con respecto al formato estándar de la sala sinfónica.

Puede pensarse, a primera vista, que estuviésemos ante una moda pasajera pero un análisis más detenido nos indica que las modificaciones son profundas y marcan una tendencia que aún no ha tocado techo. ¿Qué explica este fervor barroco, este interés desmedido hacia un repertorio que no hace tanto tiempo sólo interesaba por un pequeño grupo de autores de los que, por otra parte, siempre se reiteraban las mismas obras?

El proceso ha sido lento y ha permitido la consolidación del fenómeno con firmeza. En el sustrato está un trabajo musicológico serio y riguroso en la recuperación patrimonial y también en el estudio de una interpretación que el paso del tiempo y la tradición, esa gran traidora, había ido adulterando con sucesivas capas, especialmente dañinas durante el romanticismo. Esta búsqueda llevó a una serie de directores e intérpretes a resetear fórmulas manidas y a apostar por dar vida al repertorio con otros criterios. El resultado fue espectacular porque permitió que la música barroca se liberase de un "corsé" que oprimía su fantasía, su capacidad de inventiva que interpela tanto al intérprete como al oyente.

Los resultados de la investigación musicológica permitieron rescatar autores que llevaban siglos olvidados, fuera de los circuitos y de otros, famosos por alguna de sus obras, recuperar un catálogo de creaciones fascinantes. Sólo con citar la fecunda veta lírica de Haendel o Vivaldi ya nos sirve de ejemplo para calibrar el volumen de obra oculta en los archivos y bibliotecas. Recuerdo, hace unos años, un viaje a Turín enmarcado en el proyecto de grabación de la integral del catálogo vivaldiano en el que era verdaderamente asombroso contemplar el gran número de obras suyas que permanecían en el olvido.

Al resurgir barroco han contribuido de forma decisiva sucesivas generaciones de intérpretes de altísima calidad que se han comprometido con este repertorio. Los nombres de Cecilia Bartoli o del propio Jaroussky son ejemplo de ese afán por rescatar obras y mostrarlas al gran público en proyectos que incluyen giras de conciertos y también grabaciones discográficas que dejan memoria sonora de las obras.

En España esta explosión barroca llegó algo más tarde pero ahora se ha instalado con fuerza. Tras los primeros intérpretes pioneros en la materia, un Jordi Savall por ejemplo, una joven generación de músicos está liderando ahora el proceso con un entusiasmo arrollador. Tenemos uno de sus mejores exponentes en la agrupación asturiana Forma Antiqva. En nuestro país el proceso fue más lento porque el habitual complejo hispano hacia nuestra música también aquí ejerció influencia dañina pero, al final, se ha impuesto la calidad, y el rescate de obras y autores del barroco hispano, del de las dos orillas, es ya una gozosa realidad.

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