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Madrid, entre el Apocalipsis y el Génesis

Guillermo Simón, Hugo Fontela y una extensa nómina de artistas asturianos, en la capital

“River VIII”, de Hugo Fontela

Es como si viviéramos en una realidad paralela. Basta viajar unos cuantos kilómetros por motivos profesionales y encontrarse con que en Madrid se puede inaugurar la 30 Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias y el XI Premio LabJoven Los Bragales mientras en Asturias permanece cerrada hasta nuevo aviso la colectiva Circuitos de Artes Plásticas, que es la muestra de los artistas jóvenes madrileños.

Poco importan las similitudes entre artistas, como Fernando Cremades y Juan Falcón, o que, como siempre, alguno de los participantes se haya movido entre las dos orillas, en esta edición Nicholas Callaway, o que ambas convocatorias coincidan en que han cumplido treinta años, o que Laboral Centro de Arte, sede temporal de Circuitos, hace tiempo que no arrastra multitudes. Las discrepancias se basan en la distinta interpretación de los datos por parte de las autoridades, sin criterios objetivos, que no discriminan entre actividades en masa y aquellas que se disfrutan en solitario como el arte, para desconcierto de los transeúntes, que siguen moviéndose en un paisaje apocalíptico, entre el miedo, la distancia y las mascarillas, con locales y transportes públicos desacostumbradamente vacíos, mientras los bares de Madrid siguen abiertos y llenos, como si nada.

“Génesis XVII”, de Guillermo Simón

Un paseo tranquilo por la ciudad es excusa para llamar al timbre de alguna galería, que te franqueen la puerta y te permitan entrar, dejándola abierta. Así se puede visitar por ejemplo la exposición que tiene en Malvin Gallery el pintor asturiano Guillermo Simón, cuyo título, Génesis, lo dice todo, pues en ella se asiste al poder creador de las aguas. Quienes siguen las derrotas de su estallido lírico, desde que ganara el Certamen Nacional de Luarca en 1993 hasta su última exposición en la Galería Metro de Santiago de Compostela, en 2019, han podido asistir a la lenta pero constante y firme evolución de su pintura líquida, desde el fondo a la superficie, en abstractos paisajes de mar cada vez más abiertos, que en esta ocasión remiten al deshielo, a grandes bloques caídos que hacen surgir las turgencias y los remolinos. Los tonos fríos son potenciados por la principal novedad técnica introducida, el uso como soporte del aluminio o dibond, que otorga a sus óleos una brillante uniformidad muy atractiva para los coleccionistas, como la Fundación Maria Cristina Masaveu Peterson, que ha tenido a bien adquirir una obra de la exposición, siempre en apoyo a sus artistas.

Esta Fundación, con sede en Asturias y Madrid, también ha comprado, además de un mar, un río, uno de los cuadros mayores que Hugo Fontela ha mostrado en su individual en Marlborough, recién clausurada. El pintor de Grado sigue siendo el artista más joven de esta galería internacional, con salas en Madrid, Barcelona (donde ahora mismo expone otro artista asturiano, Pelayo Ortega), Londres y Nueva York, ciudad en la que Fontela pasó una larga estancia. Muy hábil con los pinceles y con un talento innato, de un tiempo a esta parte, al menos desde 2017 o su participación con la galería en ArcoMadrid 2018, viene desarrollando una faceta más pop, de apropiación de la impronta icónica de sus artistas más admirados, que va de los islotes despojados de Miguel Galano o los rótulos de Coca-Cola de Mario Schifano u otros contemporáneos a los jardines acuáticos de Monet, inevitablemente evocados en esta última exposición, presentada bajo el título de The River, con algo también del Nalón de Joaquín Sorolla y en general de los ambientes húmedos del Norte.

Obras de Javier Riera y Javier Victorero en la galería Odalys.

Todavía es posible apreciar en Madrid el trabajo de otros artistas asturianos, hasta cuatro, en la contigua Galería Odalys, que ocupa el local de la añorada Soledad Lorenzo. La galería venezolana, que además es casa de subastas y de diseño de interiores, acoge la obra de Pablo Armesto, Mónica Dixon, Javier Riera y Javier Victorero, junto a la de maestros consagrados como Carlos Cruz-Díez, Jesús Rafael Soto o Victor Vasarely, en una exposición comisariada por Alfonso de la Torre que quiere unir la gran tradición del arte óptico con visiones más actuales de la geometría, desde la de Iñaki Ruiz de Eguino a alguno de los citados, hasta la cuarentena, y cuyo principal defecto es un montaje en exceso acumulativo, a pesar de haber sido dividido en dos, con demasiadas piezas para una propuesta que debería haber sido espléndida y reparadora, un retorno a los orígenes salvíficos, por la nómina escogida y porque si hay algo que no se puede confinar es la imaginación.

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