La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Trastorno motor

El paseo del francés Pierre Alféri: pensamiento y observación entre lo banal y lo inmanente

El motivo del paseo urbano, al compás del cual el personaje poemático va desgranando sus impresiones e inquietudes, es el punto del que parte el francés Pierre Alféri para explorar el universo circundante y al mismo tiempo explorarse, como si París fuera una especie de líquido contrastante, ideal para iluminar las sinapsis de su consciencia. “Podemos decir que el camino familiar se presenta / como una red fluida dentro de una masa viscosa”, dice, a modo de resumen, al finalizar la primera de las cuatro partes de El camino familiar del pez combativo (1992), que arranca con un sonoro “he salido” en el que inevitablemente resuena el “exeo” con que Beckett emprende su propio viaje en Los huesos de Eco (1935). La diferencia es que donde el irlandés se zambulle directamente en su vagar sin definir programa ni facturar equipaje, el francés, hijo ya de la posmodernidad, nos advierte que su paseo es “un experimento” y que, por tanto, puede acabar en nada: “Avanzamos pero nos preguntamos, en ciertos momentos, si verdaderamente / una zancada vale una frase”. Pues “el destino, en un paseo metódico, / no es tanto un punto (…) / cuanto llenar los espacios vacíos”. A lo que agrega: “Podemos entonces considerar / cada fragmento como un paréntesis”.

Y paréntesis sugeridos por lo que ve y recorre (por lo que le aparta del camino y le devuelve a él) son lo que va abriendo en las restantes partes del libro el poeta, novelista y ensayista francés, hijo del filósofo Jacques Derrida y la psicoanalista Marguerite Aucouturier, con el propósito de registrar los hitos de un día transcurrido en observación y pensamiento, conducido por un “movimiento intransitivo idéntico a otros, mentales / pero también reales”; consagrado, confiesa más adelante, “a no hacer nada, / la cabeza y la agenda vacías”.

Alféri se lanza así a las calles de París en el primer tramo de este extenso poema, fiando en que el azar le traiga, y al poema le traiga, los hallazgos que justifiquen su existencia como objeto y calco de experiencia; de ahí la consideración de “experimento” que le otorga desde el principio, y que se proponga evitar los encuentros con conocidos, pues “desde el momento en que creemos reconocer a alguien por la calle / hay lo que se llama una solución de continuidad”, y lo que el poeta busca es justo lo contrario: dar cuenta de las discontinuidades que van gestando el paseo y la jornada, en la creencia de que es en esas fisuras donde transcurre (y se nos escurre) verdaderamente la vida.

Pero ¿con qué objeto, en última instancia?, se preguntará el lector. Ninguno, con arreglo a la convención poética realista, la más extendida por estas latitudes; aunque, abriendo más la mente, cotejando la lectura del pez combativo de Alféri con La errancia (1997), de Jorie Graham, libro que se publica cinco años después que el suyo, podemos hallar un parecido mapa mental, de plena inmersión en lo inmanente, en las redes de cosas y circunstancias en que acabamos viéndonos atrapados, bien que sin los “exámenes de conciencia” a los que la poeta norteamericana se somete, sino con una exposición minuciosa, casi entomológica, de los detalles más banales del existir, y abrazando la libre asociación de ideas, la ruptura y la fragmentación como políticas de escritura.

Al experimento de “salir”, que “revelaba un trastorno motor”, dice Alféri, le siguen, en las tres partes subsiguientes, los de “pasar el tiempo”, “volver a casa” y “observar”; y en todos ellos, aplicando parecidos métodos (“lo único seguro es el desorden”), comparando la mente con un “tren de engranajes / que da a cada rueda la ilusión de actuar, la ilusión / de una actuación directa en un mundo vivo”, el autor emprende “una migración de regreso”, profundamente aquejado de “spleen” baudelairiano: “El curso de los acontecimientos se confunde con / la precipitación que se confunde con el aburrimiento”. Con lo que, al final, de vuelta en casa, no puede sino concluir: “Llamamos morada / al hogar donde se unen todos los desvaríos imaginables”.

A destacar, en la cuarta parte, la dedicada al “experimento” de “observar”, el vertiginoso encadenamiento de reflexiones acerca de la percepción (páginas 123 a 137) con el que, valiéndose de un lenguaje, a veces, demasiado técnico o cientificista, y sin más signos de puntuación que guiones, paréntesis y el punto final, Alféri conduce el poema a su cima prosódica: “Todo sugiere / que relieve y color muestran primero / una intrusión rastrera y que el mundo visible / en general y de cada uno de los puntos de vista / particulares está en una emboscada / en la que caemos o que tendemos / o ambas cosas a la vez”. De ahí al final (“luego cerré los ojos / en el Luxemburgo”) es una fiesta.

El camino familiar del pez combativo

Pierre Alféri 

Traducción: Ernesto Kavi

Sexto Piso, 138 páginas, 19 euros 


Compartir el artículo

stats