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Una afirmación de la vida

Fernando Beltrán vuelve de la enfermedad por covid-19 con “La curación del mundo”, en la mejor línea de su variada obra poética

Cultura - Libros

Hay quienes opinan que los mejores libros sobre el drama colectivo de la pandemia por el covid-19 están aún por escribirse. Justifican este juicio en que es necesaria una cierta distancia temporal y emocional para captar en toda su profunda complejidad las derivaciones de un fenómeno sin precedentes en el último siglo. Nuestro mundo ya no es el que era hace poco más de un año, cuando empezó a extenderse la enfermedad localizada primeramente en la ciudad china de Wuhan. Puede ser. Pero también es cierto que la literatura se hace con palabras, no con apriorismos, y que la historia de la redacción de las obras perdurables es tan variopinta como la proteica realidad.

Este quizá innecesario preámbulo viene a cuento de los poemas de “La curación del mundo”, el último título de Fernando Beltrán (Oviedo, 1956), una suma de veinticinco textos inspirada en gran medida (es el asunto axial del volumen, aunque no el único) por su experiencia de contagiado y convaleciente de la enfermedad por coronavirus. Una colección que muestra desde el vórtice mismo de los devastadores efectos de la pandemia, según ha relatado con detalle el poeta, la posibilidad de una escritura sustancial al calor de los hechos y sus circunstancias. En este sentido, esos versos pueden leerse como conjuros contra los demonios más temidos, aún acechantes junto a la almohada del infectado.

De este modo, los poemas de “La curación del mundo” tienen mucho de exorcismo satisfactorio y de afirmación de la vida: “Al borde del abismo. // Si ya no tienes huesos porque empiezas / a verlos allí al fondo. Veinte pasos delante. // Islote en una alcoba. Óvulo, óvalo. // Vives. // La enfermedad no pudo”. Y también de coherente praxis verbal de un autor que, incluido en algunas de las más conspicuas antologías de la calificada con amplias tragaderas críticas como “poesía de la experiencia”, ha puesto buen cuidado en subrayar su posición en esa guerrilla estética: escribe “poesía no de la experiencia, sino desde la experiencia”. No es baladí el matiz que introduce al sustituir una preposición por otra. La biografía y la existencia ofrecen una materia, pero son tan solo el sustrato del que crece el poema hasta romper los códigos de la imitatio, tal y como ya apunté en la reseña de “Donde nadie me llama”, volumen publicado también por Hiperión y en el que Fernando Beltrán reunió tres décadas de escritura poética, gran parte de la publicada entre 1980 y 2010.

En “La curación del mundo” encontramos muchas de las características del estilo que Fernando Beltrán ha ido puliendo desde el lejano “Aquelarre en Madrid”, con el que obtuvo en 1983 (aquel año ganó el premio Luis García Montero con “El jardín extranjero”) el accésit del Adonáis. En los mejores textos del poeta asturiano, uno de los impulsores en los años ochenta del movimiento de recusación a la estética novísima a través del “sensismo” (con Miguel Galanes y Vicente Presa) o de manifiestos como “Perdimos la palabra” y “Hacia una poesía entrometida” ), hay una singular aleación de tonos elegíacos y visionarios, de escritura intimista y a la vez social, de indagación metafísica y concreción biográfica (el poema “Alpe D’Huez” es un ejemplo), de temblor romántico y recepción de imágenes de cuño irracionalista.

El libro se abre con “La jerarquía del ángel”, un largo poema de asumidos ecos rilkeanos (la única cita introductoria del volumen es del autor de “Las elegías de Duino”) que resulta clave en el ensamblaje del conjunto. Es el texto en el que se da cuenta de una resurrección, de una restauración de los ritmos de la vida: “El pulmón en su afán, la ola en su espuma, todo sigue, / la piedra en su callar, el martillo a lo suyo…”. Fernando Beltrán ha dicho que estos versos tienen mucho de una constatación: el convencimiento de que había escapado de una enfermedad letal en numerosos casos, como sabemos. Aunque la génesis de “La curación del mundo” está en el hallazgo de tres versos que el poeta ha optado por colocar al final: “Nunca / la luz del día / tanta luz”. O sea, el autor compagina finalmente un viaje inverso al que hizo: de la sanación revelada por el nuevo sentimiento de las cosas y sus efectos, percepción que se despliega mediante el recurso de la enumeración caótica, al atisbo lumínico de resonancia goethiana.

El poemario participa de algunos de los modelos de la llamada “épica subjetiva”. No todo es, sin embargo, batallar contra los estragos coronavíricos. Encontramos homenajes a Goya y a Luis Eduardo Aute, celebraciones del amor y de París, así como textos (los que prefiero) en los que un sabio uso de la elipsis y la imagen da como resultado composiciones de gran belleza: “La paciencia del cobre”, “Naranjas azules” o “Cantábrico”.

Es cierto que “a la naturaleza le da igual que mueras o no mueras”, como señala la voz poemática de “La jerarquía del ángel”, pero a los lectores de Fernando Beltrán, reconocido “nombrador” e impulsor del Aula de las Metáforas, nos conforta que el poeta haya salido ileso de la tiniebla de los últimos meses con este puñado de palabras encendidas.

La curación del mundo.

La curación del mundo.

La curación del mundo

Fernando Beltrán

Ediciones Hiperión 86 páginas, 12 euros

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