La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Anna Maria Ortese: la excentricidad de la monstruosa mujer-escritor

La decisiva obra de la escritora italiana, presidida por el ansia de hacer de lo marginal algo central

Cultura - Libros

Cuando, de pequeña, Anna Maria Ortese (Roma, 1914-Rapallo, 1998) miraba los mapas celestiales, deseaba estar “allí arriba”. No entendía por qué no podía vivir ella también en un astro, en ese inmenso espacio azul y purísimo que se ve desde aquí abajo, en sus propias palabras: para Ortese eran mapas de sueños, cartas geográficas de otro mundo que se superpone a la miseria de este. No tardó en comprender que lo terrenal también es celestial, que nosotras, aún desde la periferia, también estamos. Cuando llegó a la conclusión de que la posición celestial es relativa y que la Tierra es también un astro, sintió que su destino entonces no difería mucho del de los habitantes de esos otros “cuerpos celestiales” que ella admiraba fascinada. Lejos de sentir que su fantasía infantil se rompía, comprendió que ella también era tan grande.

Anna Maria Ortese.

Anna Maria Ortese.

Ortese abre con esta reflexión su volumen de ensayos personales y autoentrevistas titulado “Corpo celeste” (Adelphi, 1998) que, por cierto, no cuenta con traducción al español. Su posición periférica y el velo que cubre la realidad serán los dos hilos conductores de su abundante obra: ella escribía para “restituir a la realidad el significado de pertenencia a otra realidad”. El ansia por hacer de lo marginal algo central y la metáfora de los mapas del cielo cobran sentido si se tiene en cuenta que Ortese fue una niña pobre, con una familia atravesada por la muerte y la pobreza, habitante de la decadente Nápoles de entonces. Nunca se rindió: pronto entró en círculos literarios (que más tarde la ignorarían), publicó en revistas y en 1937 nos regaló su primer volumen de cuentos, “Angelici dolori”. Pudo vivir de la escritura pero no se sintió escritora: como nos cuenta en “Corpo celeste”, ella era el peor de los monstruos, una “donna scrittore”, una mujer escritor (nótese la elección de palabras). Vivió sola y en soledad: no consiguió entender los códigos sociales del siglo XX, no comprendía por qué sus libros ya no se vendían, por qué los escaparates de las librerías se llenaban de libros industriales escritos de modo artificioso, con códigos lingüísticos y sociales distintos, para beneficio de las grandes editoriales. “Quien quiere decir algo de verdad, ya no espera ser entendido”, afirma Ortese.

La realidad es multifacética y depende del punto de vista, de lo que se elige mirar

decoration

Tiempos acelerados los de su siglo, tiempos que hacían que ella no reconociese la realidad que la rodeaba porque todo cambiaba constantemente. El extrañamiento y el desarraigo se le hacían insoportables. En “Unas gafas”, el cuento que abre el volumen “El Mar no baña Nápoles” (editado en España por Minúscula en 2008, originalmente publicado por Einaudi en 1953), nos cuenta la historia de Eugenia, una niña que vive en un mundo perfecto hasta que le regalan unas gafas. Entonces, por primera vez, consigue ver de verdad: a su alrededor no hay más que fealdad. Igual que la posición relativa de la Tierra, igual que las gafas de Eugenia o que la niebla que, según Ortese, contamina su Italia y no permite ver más allá de lo artificial y el beneficio de unos pocos: la realidad es multifacética y depende del punto de vista, de lo que se elige mirar, de lo que se puede distinguir. A Ortese la crítica la consideró siempre una excéntrica y su obra, aún a día de hoy, inclasificable: tal vez depende, de nuevo, de quién lee, cómo lee y para qué.

Compartir el artículo

stats